Vie 09.09.2016
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CINE › EL CLUB DE LAS MADRES REBELDES, DE J. LUCAS Y S. MOORE

Misoginia disfrazada de feminismo

› Por Ezequiel Boetti

La insatisfacción ha sido el motor de varias comedias americanas recientes –sigue en cartel Amigos de armas para comprobarlo–, y El club de las madres rebeldes no es la excepción. La cuestión en ese tipo de relatos pasa, casi irremediablemente, por qué se hace con ella, cómo combatirla o al menos aceptarla. Los personajes centrales del segundo largometraje de la dupla Jon Lucas y Scott Moore (responsables de 21, la gran fiesta y el guión de ¿Qué pasó ayer?) son tres mujeres hastiadas de sus trabajos, de sus maridos, de sus hijos, de sus vidas. Ellas cuestionan todo lo que les toca en suerte, menos el rol que parece habérseles impuesto por una entidad supra terrenal, como si la dinámica puertas adentro de una casa se tratara de una serie de compartimentos infranqueables, estáticos, de los cuales es imposible escapar aun cuando se quiera. ¿Y el espíritu contestatario que preanuncia el título local? ¿Y esos “fuck you” –blureados, no sea cosa que alguien se escandalice– del poster? Puro marketing, se diría: las muchachitas son cualquier cosa menos rebeldes. Salvo que el espectador considere como “rebeldía” cosas como alocarse en un supermercado, salir de levante a un bar o hablar abiertamente de sexo. Hablar y no mucho más: ésta es una de esas películas en la que la libertad sobre el cuerpo se pregona pero no se ejerce, se dice pero no se hace.

La película tiene una dinámica basada menos en la acumulación humorística (los chistes son trillados y automáticos) que en la de lugares comunes sobre distintos modelos de maternidad. Mejor dicho, sobre lo que Lucas y Moore creen que son “modelos de maternidad”, si es que tal cosa existe. La responsabilidad de la voz del relato recae en Amy (Mila Kunis), una mujer en sus treinticortos y madre a los 20 que ahora balancea como puede las responsabilidades hogareñas y laborales, todo ante la pasiva mirada de su marido, una suerte de Homero Simpson menos gordo, pero igualmente inepto y cada plano más detestable, que no tiene mejor idea que masturbarse en un chat erótico y negarlo ante la pesca in fraganti de su mujer. Porque aquí los hombres son más buenos que Lassie (un viudito hot que servirá de interés romántico para Amy), unos pibes engreídos (el jefe de ella), unos auténticos imbéciles o unos tiranos.

Por ahí también andan el arquetipo de una sumisa sin dobleces (Kristen Bell), otro del reviente más exacerbado (Kathryn Hahn, a cargo de los únicos atisbos de zarpe en una película que hace de la corrección una norma) y uno de la cogotuda sin demasiadas responsabilidades más allá de la organización de kilométricas reuniones de padres (Christina Applegate), todas definidas a puro trazo grueso, generando la misma empatía que las protagonistas de un comercial de lavandina. Pero a tranquilizarse, porque les llegará el momento de justificar por qué son como son, puntapié para un desenlace con un mensaje cuyas buenas intenciones no le quitan el carácter burdamente expositivo. Aparente revalidación de la mujer moderna, este club es pura misoginia y machismo.

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