CINE › ENTREVISTA A SUSANNE REGINA MEURES, DIRECTORA DE RAVING IRáN, QUE SE PRESENTA EN EL DOCBSAS
La realizadora señala que su intención no era centrarse en ese aspecto, pero que las características del país la llevaron a que su retrato de dos DJ’s en Teherán terminara teniendo esa carga.
› Por Juan Pablo Cinelli
Dentro de las actividades de la 16° edición del DocBsAs, el gran encuentro documental que se desarrolla hasta mañana, Raving Irán de la alemana Susanne Regina Meures representa la oportunidad de una mirada detallada sobre la juventud en un régimen de hipercontrol como el que impone el Estado en el país persa. El film retrata la vida de Anoosh y Arash, muchachos que viven de manera casi militante su trabajo como DJ´s. Componen, autoeditan sus discos y organizan fiestas en las que pinchan música toda la noche, como cualquier joven como ellos en Berlín, Tokio, Nueva York, Buenos Aires o casi cualquier otra ciudad. Pero ellos viven en Teherán, la populosa capital iraní, y las cosas que quieren y les gusta hacer están prohibidas por un sinnúmero de regulaciones restrictivas.
Anoosh y Arash trabajan bajo el nombre artístico de Blade & Beard (“Navaja y Barba”, alusión rebelde a la tradición religiosa de las barbas en la cultura musulmana), pero sus proyectos no son sencillos. Si organizan un baile corren el riesgo de que la policía se lleve a los invitados; no pueden imprimir las tapas de sus discos y si lo lograran no podrían venderlos. No pueden salir del país ni mandar sus discos por correo. Pero insisten, rompen las reglas que deberían detenerlos y consiguen que un festival de música electrónica los invite a Suiza. De cada una de esas instancias es testigo la lente de Meures, quien a través de cámaras ocultas da cuenta del tour kafkiano de los dos chicos no sólo por las oficinas públicas, sino por los comercios que recorren intentando hallar un lugar. Pero sólo encuentran el miedo de los otros.
“Sólo había estado en Irán de vacaciones y no tenía ningún conocido”, cuenta la directora. “Mi intención nunca fue la de hacer una película política, pero todo lo que es considerado ilegal en Irán incluye o involucra a lo político. Mi intención era mostrar cosas del país y su cultura que pocos conocen, esperando que otras personas también se interesen”, concluye Meures, cuyo film se proyecta hoy a las 18 en el Cine Gaumont Incaa KM 0.
–La película utiliza a sus personajes, cuyos intereses no son distintos a los de cualquier chico, para darle relevancia a un contexto sociopolítico que es extraordinario visto desde Occidente. ¿Cómo hizo para reflejar todo eso de manera realista?
–Antes de rodar hice una investigación para informarme, vi películas que me ayudaron, pero no tenía ningún guión ni idea a partir de la cual trabajar la historia. La mayor parte de la información vino junto con los protagonistas una vez que los encontré, y recién través de ellos pude empezar a profundizar en su cultura.
–La película permite trazar un paralelo entre lo que les pasa a estos chicos y lo que le ocurrió a Jafar Panahi por su actividad en el cine. ¿Tuvo en cuenta ese antecedente?
–No intenté realizar un paralelismo, pero creo que la historia funciona muy bien para representar la crisis que se está desarrollando en Irán en cuanto a las culturas y las políticas, y creo que diferentes artistas de cine o teatro, autores, DJ´s, están enfrentando esa misma crisis.
–Es llamativo el choque entre la imagen occidentalizada de Teherán y muchos de sus habitantes, atravesada por situaciones originadas en la política y la religión. ¿Esa paradoja se siente estando ahí?
–Sí, claro, aunque lo que intenté fue mostrar una parte muy pequeña de una sociedad que es mucho más que eso. Piense que Teherán es una ciudad de 17 millones de personas, muy moderna y en muchos sentidos muy occidentalizada tanto en sus medios de comunicación, como en su vestuario y muchos aspectos de su cultura.
–¿Como extranjera percibió toda esa presión?
–Sí, porque estaba rodando una película en ese lugar y todo se percibe de un modo muy diferente cuando uno no viaja al país como turista. Pero tuve que enfrentar una serie situaciones de ilegalidad que limitaban el modo en que debíamos programar todo lo que representa un rodaje como este. Las fiestas que se ven en la película eran realmente clandestinas y nunca contamos con la libertad para poder trabajar cómodos.
–Es interesante el modo en que usted retrata la mirada de los protagonistas cuando viajan a Suiza, su primer contacto con Occidente: plasma la mirada ajena a partir de detalles sutiles, como cuando en medio de una rave callejera uno de ellos dice que “en Occidente los hombres se ven mejor que las mujeres”. ¿Cómo le dio forma a esa mirada?
–Me pareció muy importante respetar la glorificación que ellos hacen del mundo occidental, porque sirve para contrastar con esa forma “metafórica” de prisión en la que transcurre su vida cotidiana. Lo que más sufren no es la opresión, sino el hecho de no poder dejar su país, porque no les permite compararse con otras culturas. Esa forma de glorificar a Occidente es apenas una ilusión. Quise mostrar las expectativas que tenían antes de viajar a Occidente y una vez llegados, la euforia que sintieron y lo paralizados que se encontraban al ver las grandes diferencias entre ambas realidades. Raving Irán es una oportunidad de ver nuestra sociedad a través de sus ojos y sus dudas nos pueden hacer dudar a nosotros. Es lo que me gustaría que el espectador se lleve.
–En toda la película hay algunas personas cuyos rostros aparecen esfumados digitalmente y otros que no. ¿Cómo estableció el límite de qué rostros mostrar y cuáles no?
–Muy simple: se esfumaron las caras de aquellas personas que a partir de su participación en la película hubieran podido ser vinculadas posteriormente con cualquier actividad considerada ilegal dentro de Irán o la de todo aquel que se manifestara en contra del Estado iraní o de alguna de sus políticas.
–Hay escenas como las fiestas clandestinas en las que las mujeres, haciendo uso de su libertad y su autodeterminación, se quitan el velo de manera voluntaria, pero a quienes la película les impone esa suerte de velo digital. ¿Eso no representa una derrota para usted como directora?
–Sí, de muchas maneras. Pero no tuve otra alternativa, porque cuando una decide rodar una película con estas características y en un ámbito como este, no puede permitirse descuidar la seguridad de las personas. Es verdad que no muestro lo suficiente, pero necesitaba asegurarme que la integridad de quienes participaron de la película fuera preservada.
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