Desde que las escuelas de cine alcanzaron su apogeo –mediados, fines de los 90– ése, el escolástico, es el origen de la mayor parte de los directores debutantes en Argentina. Otros provienen de la formación profesional, y están los que tal vez hayan pasado por la publicidad, pero en la mayoría de los casos estudiaron también en escuelas. No existe, salvo contadísimas excepciones, otro background para el director de cine en Argentina (como tampoco suele haberlo en el extranjero). Julieta Sans, directora de Guido Models, es uno de esos casos raros. Nacida en Buenos Aires en 1979, Sans estaba radicada en Londres, donde trabajaba como fotógrafa, cuando supo de la existencia de Guido Fuentes, ciudadano boliviano que trabajaba como modisto y realizaba desfiles en la Villa 31. Sans primero quiso fotografiarlo y luego filmarlo. El resultado es Guido Models, uno de los debuts más prometedores del cine argentino reciente y una de las mejores (pequeñas) películas argentinas del año. ¿Por qué? Porque más allá del interés del asunto en sí, deja ver a una cineasta con una ética y una estética coherentes. Coherente consigo misma y con la cuestión que trata.
Es verdad que en el momento en que se interesa por él todavía no decidió filmarlo, pero aun así es tentador ver entre Sans y Guido Fuentes un juego de espejos que produce reflejos entre dos forasteros. Él, en sentido real y figurado: ¿cómo mirará el mundo de la moda al “negrito villero” que hace sus propios modelos? Ella, por su parte, caerá al mundo del cine proviniendo de la nada fotográfica de Londres. Al punto de no contar, para el lanzamiento de la película, con jefe de prensa y esa clase de herramientas de rutina. En su primera parte, Guido Models presenta a los personajes (Guido, sus chicas, los padres de algunas de éstas) en la villa. La segunda acompaña al modisto y dos lánguidas bellezas al polvoriento pueblo natal de Guido en Bolivia, donde aquél se reencuentra con la mamá y presenta un desfile del que aquéllas participarán. Tras unos cuantos años en el extranjero, hasta él se apuna en el regreso.
Director de una escuela de modelos que funciona de forma gratuita en la Villa, Fuentes inculca a sus pupilas orgullo de ser quienes son. Confecciona un vestido con los colores bolivianos, que en algún momento modela una chica hija de paraguayos. Cruce conscientemente buscado por quien pregona la integración. Así como suele manifestarse, en sus desfiles, en contra de la discriminación que sufren los vecinos de la villa. Además, Fuentes les aclara a las chicas que el modelaje es una alternativa laboral, pero no la única. Como Guido, Sans recorta, dejando ver el contracampo de la villa que el cine suele mostrar. Acá no hay guachines de gorrita con visera apuntando para atrás, no hay transas de paco o más pesadas, no hay cocinas, no hay facas, no hay fierros, no hay autos negros de alta gama andando despacito. Hay casitas de ladrillo, familias, chicas que les piden a los padres permiso para salir, la pieza donde duerme Guido. ¿Es una visión tergiversadora? No, porque Sans no se propone “mostrar la Villa en su conjunto”, sino el equivalente a exponer algunas fotografías sobre algunos vecinos. Esas fotografías bastan, eso sí y por si hiciera falta, para dejar en escandaloso offside al emérito senador Pichetto y cualquier otro argentrumpista, porque se trabaja por derecha.
Guido es callado, trabajador y modesto. Guido Models –presentada en la Competencia Argentina del Bafici 2015– también. Fuentes no es “una bruja”, como los modistos consagrados suelen ser. Trata a sus chicas con mano de seda, con camaradería casi. En un medio en el que el lucimiento es la masa, la harina y la levadura, que el hombre no lo busque ni en lo personal ni en sus vestidos resulta francamente llamativo. Lo mismo sucede con Sans, que –aun siendo fotógrafa– parecería sentir repulsión por toda clase de “chiche” estilístico, ateniéndose a una puesta en escena transparente, sencilla y funcional, no por ello carente de expresividad. Una cámara que en un interior en la villa se aprieta a los personajes transmite el hacinamiento. Mostrar a Guido solo en su habitación, durmiendo a la noche, permite recrear su soledad. Así como un par de quietos planos secuencia reponen, sobre el final, la instancia del tiempo, como un bloque (da toda la sensación de que, con esa propensión que dan los trenes, las ventanillas y los viajes largos, Guido repasa para adentro fragmentos de su vida) inundando Guido Models de una hondura que un corrido mexicano no hace más que engrosar en la banda sonora.