Jue 26.10.2006
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CINE › LAURENT CANTET HABLA DE “BIENVENIDAS AL PARAISO”, ESTRENO DE HOY EN BUENOS AIRES

“Quise hablar de la mujer y sus deseos”

Para el director de Recursos humanos y El empleo del tiempo, su nueva película, protagonizada por Charlotte Rampling, va más allá del tema de la prostitución masculina. “El deseo sexual de la mujer es casi tabú en el cine, no existe la posibilidad de expresar sus deseos físicos”, dice Cantet.

› Por Luciano Monteagudo

Es parco, amable, eficiente, modesto, un poco como los personajes de Recursos humanos y El empleo del tiempo, las dos notables películas que lo convirtieron en la revelación del cine francés de fines de los años ’90. A diferencia de lo que les sucede a muchos de sus colegas, esa rápida consagración no parece haber despertado en Laurent Cantet (45 años) veleidades ni caprichos. Ya lo había probado en su visita anterior a Buenos Aires, para la apertura del Bafici 2002, en plena crisis, y lo vuelve a demostrar ahora, en su fugaz visita para promocionar Bienvenidas al paraíso, su película más reciente, que participó de la competencia oficial de la Mostra de Venecia del año pasado. Protagonizado por Charlotte Rampling, el film se interna en esa zona oscura que es el turismo sexual, con la historia de un grupo de mujeres que viajan a las playas de Haití para alcanzar el paraíso y, previsiblemente, sólo encuentran el infierno.

–Recursos humanos y El empleo del tiempo tenían protagonistas excluyentemente masculinos, pero en Bienvenidas al paraíso el punto de vista pasa al de la mujer. ¿Cómo fue ese salto?

–En el origen de la película están unos cuentos de un escritor haitiano, Dany Laferrière, que me habían llamado mucho la atención y que hablaban de estas tres mujeres y sus deseos. Por lo tanto, el cambio del mundo masculino al femenino en mi cine se dio naturalmente, no fue una decisión premeditada. Me interesó el planteo que proponían los cuentos, el de esos grupos de mujeres que llegan a las playas de Haití con todas las frustraciones de su vida cotidiana en sus países. Y de alguna manera, en ese lugar, lejos de sus casas, se toman una suerte de revancha, se permiten vivir sus fantasías, sin tener en cuenta el contexto que las rodea. Para mí, esta película me permitió finalmente hablar de la mujer y muy especialmente de sus deseos. El deseo sexual de la mujer es casi tabú en el cine. El punto de vista masculino, en este sentido, es excluyente: el cine ve a las mujeres como objetos sexuales o las carga de un aura romántica, pero les niega sistemáticamente la posibilidad de expresar sus deseos físicos.

–Las mujeres de su película además ya no son jóvenes ni responden a los estereotipos de las mujeres “deseables”...

–Todavía recuerdo lo que me dijo Karen Young, la actriz norteamericana que interpreta a Brenda, una de las tres protagonistas, no bien terminó de leer el guión: “Quiero hacer esta película porque hasta hace diez años me proponían roles de mujer sexy, pero después sólo me ofrecieron papeles de ‘madre’. Pero en el cine, cuando te ofrecen ser ‘madre’, el personaje no tiene ninguna otra identidad que no sea ésa, determinada por su condición. Las madres, por ejemplo, no tienen deseos sexuales. Y dentro de poco voy a pasar a hacer papeles de ‘abuela’...” Y Karen sentía que con Bienvenidas al paraíso podía expresar algo distinto, que todavía la identificara como mujer.

–¿El deseo físico es en su película también una metáfora política?

–Hay dos maneras de leer la situación que se da con estas tres mujeres. Primero, por supuesto, está la noción de explotación sexual, los jóvenes haitianos que son “comprados” por estas mujeres maduras que llegan con dinero del primer mundo. Pero creo que mi película va más allá, intenta decir otra cosa. Aun considerando que hay plata de por medio y que se puede hablar de “prostitución”, no creo que estas mujeres y Legba, el muchacho haitiano, vivan su relación como la de un prostituto y sus clientes. Me parece más bien que atraviesan esa relación como una historia de amor. Por un lado, las mujeres prueban que todavía pueden ser deseables y que pueden expresar sus sentimientos. Y por otro, el muchacho haitiano descubre con estas mujeres que todavía puede ser considerado un ser humano. En el Haití de “Baby Doc” Duvalier, donde la vida no valía nada, Legba se da cuenta de que las únicas que lo tratan como un ser humano, que lo reclaman y sienten celos por él, son estas mujeres. Uno de los temas más importantes que para mí tiene la película radica en el hecho de que, aun a pesar de que el dinero está de por medio, eso no excluye que las relaciones que se establecen entre Legba y las tres turistas sean relaciones verdaderas.

–El personaje de Ellen (Charlotte Rampling) es particularmente complejo.

–Creo que, sin que lo diga, Ellen es muy consciente de que en su país, en su casa, ella ya no tiene un lugar en el mundo, que nadie la desea ni la necesita. Y en esa playa de Haití tampoco tiene un lugar, porque no está dispuesta a mirar el mundo que la rodea. Pero la solución que encuentra es esconderse detrás de una máscara –la de una mujer dura y cínica– y la de crear en todo caso su pequeño mundo, en el cual ella pueda ser la reina. Pero al mismo tiempo, yo creo que ella sabe, en el fondo, que ese mundo es artificial. Y que finalmente tendrá que reconocer sus verdaderos sentimientos.

–¿Cómo fue su propia experiencia en Haití?

–Fui muchas veces, a partir del momento en que decidí hacer la película. Y nunca dejé de impresionarme, por la pobreza, por la violencia, que es cotidiana. Durante el rodaje incluso hubo una oportunidad en que tuvimos que ponernos a cubierto porque se escuchaban disparos muy cercanos. Lo que me llamó la atención es que los haitianos que estaban trabajando con nosotros no se alteraron: no bien terminaron los tiros volvieron al trabajo como si no hubiera pasado nada. Yo quería que algo de este clima se viviera también en el film, que la violencia estuviera tan incorporada a la vida cotidiana de los personajes que no tuviera que mostrarla explícitamente y que los haitianos la vivieran como la viven: sin miedo.

–Al mismo tiempo, el hotel para turistas al lado de la playa en el que transcurre la película es una suerte de enclave paradisíaco, donde se trata de evitar que ingrese la realidad.

–Lo primero que me pregunté cuando fui a estos hoteles a buscar locaciones y familiarizarme con el país fue: ¿quién soy?, ¿qué hago acá?, ¿qué lugar tiene un turista en una realidad como ésta? Por eso me interesaba en la película plantear estas cuestiones, pero de una manera sesgada, porque el turista vive ciego a esa realidad, le resulta imposible comprometerse realmente con ella por más que lo quiera. “Los turistas nunca mueren”, le dice el inspector de policía a Ellen. Es una frase que me impresionó mucho y que se la escuché al autor de los cuentos, Dany Laferrière, cuando hablamos por primera vez y yo le expresé mis preocupaciones y mi temor de ir a filmar a Haití: “Andá –me dijo–. No te preocupes, los turistas nunca mueren”.

–En este sentido, ¿la idea de la película es confrontar al espectador, hacerlo sentir como “turista” en esa realidad?

–Sí, porque de alguna manera todos somos turistas, o soñamos serlo. Por eso la playa de la película tiene este aspecto paradisíaco, con su arena blanca, sus palmeras, todos aquellos elementos que están incorporados a la idea abstracta de la playa perfecta. Y por eso el contraste es aún más fuerte cuando la cámara sale de allí y se encuentra con lo que está detrás de esa escenografía.

–¿Qué relaciones encuentra entre Bienvenidas al paraíso y sus dos films anteriores, Recursos humanos y El empleo del tiempo?

–Creo que se parecen más de lo que a primera vista podría pensarse. En primer lugar, las tres películas tratan sobre personajes que están buscando su lugar en el mundo, y que en el fondo saben que este lugar que buscan no existe realmente. Entonces se hacen trampa a sí mismos. Una forma de mentirse es construir una máscara, como Ellen en Bienvenidas al paraíso. Pero los protagonistas de Recursos humanos y El empleo del tiempo también se construían sus respectivas máscaras, también trataban de ser alguien que no eran. Los tres, también, intentan construir una utopía, un mundo que no existe salvo para sí mismos. Por otra parte, me gusta abordar temas sociales y políticos, pero desde una perspectiva íntima, verlos desde un ángulo singular. En mi nueva película quizá lo político sea más evidente: la relación Norte-Sur, ricos-pobres, blancos-negros, hombres-mujeres, jóvenes-viejos. Creo que todos estos contrastes son esencialmente políticos. Pero al mismo tiempo, la parte íntima de la película lo es de manera más profunda que las anteriores, porque acá estoy trabajando con cuerpos desnudos y con la sexualidad de los personajes. Por ejemplo, la escena en que Ellen y Legba están desnudos en la cama creo que es muy política, aunque no se diga una palabra, por todas las contradicciones que deja expuestas esa imagen.

–¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Charlotte Rampling? ¿No le resultó intimidante, considerando su personalidad como actriz?

–Quedé muy impresionado desde nuestro primer encuentro. Tuvimos una primera charla muy temprano, cuando se trataba de apenas un proyecto, porque cuando yo ya sabía cómo quería que fuera mi película su silueta se me aparecía en mi imaginación de manera recurrente. Supe enseguida que ella tenía que ser Ellen. El problema fue que, cuando nos reunimos la primera vez, yo tenía miedo de no saber qué decirle, porque todavía no tenía el guión terminado. Y ella, a cambio, tenía un montón de preguntas para hacerme. Pero estas preguntas me ayudaron a creer en el proyecto y a afirmar el personaje de Ellen, al punto de que cuando escribía sus diálogos veía su rostro y escuchaba su voz. Después, cuando leyó el guión, me di cuenta de que para ella no era nada fácil hacer esta película e interpretar este personaje, tan cínico y por momentos desagradable. Pero ella asumió el riesgo de lucir así casi toda la película, quizá sabiendo que cuando al final luce tan devastada iba a aparecer algo de sí misma, más personal. Al mismo tiempo, me ayudó muchísimo en la relación con Menothy Cesar, el chico que interpreta a Legba. No es un actor profesional (estuve casi tres meses en Port-au-Prince haciendo pruebas de casting) y le dio mucha contención, sobre todo en las escenas más íntimas, que eran las más difíciles.

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