Jue 26.10.2006
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CINE › “NACIDO Y CRIADO”, LA NOTABLE CUARTA PELICULA DEL ARGENTINO PABLO TRAPERO

Cuando la pesadilla no tiene horizonte

El film de Trapero, visualmente clásico pero audaz en lo narrativo, significa un salto de calidad en su carrera.

› Por Horacio Bernades

A esta altura es indudable que, en relación con su propia filmografía, Pablo Trapero cuenta con el valor poco común de hacer de cada una de sus películas una ruptura. Después del minimalismo barrial de Mundo grúa, el distanciamiento clínico de El bonaerense. Ahora, en contra del costumbrismo chillón de Familia rodante, sin duda su película más fallida, Nacido y criado marca una recuperación plena. El opus 4 de este nombre esencial del Nuevo Cine Argentino es su película más impecablemente clásica en lo visual. Pero también, paradójicamente, la más audaz en términos narrativos. Es, más o menos, como si Fabián Bielinsky hubiera filmado una de Cassavetes. Con los mejores resultados, por cierto.

El rupturismo traperiano podría plantearse también en términos estrictamente técnicos: al blanco y negro en 16 mm de Mundo grúa le sucedió la larga distancia focal de El bonaerense, y a ella los planos cortos y el montaje picado de Familia rodante. Nacido y criado representa para Trapero el paso al cinemascope, único formato posible para narrar a pleno la relación entre el protagonista y los amplios escenarios del sur. Celuloide de súper-35 mm, formato de 2:35: en tiempos en que más de uno parecería querer hacer del cine pura televisión, Trapero redobla su compromiso con el cine-cine. Ya en el comienzo, cuando todo transcurre en interiores de la Buenos Aires más residencial, Nacido y criado –coproducida por el propio Trapero y el brasileño Walter Salles, junto a capitales italianos y británicos– impone todo su peso visual. La casa de ambientes amplios e iluminados, la impecable decoración, la mucama de delantal revelan que a Santiago (Guillermo Pfening) no le va nada mal como diseñador de interiores.

Que Martina Gusman, esposa y socia de Trapero, encarne a la esposa y socia de Santiago, y que ambas parejas (la real y la ficcional) tengan hijos de la misma edad son datos que hablan de una apenas disimulada narración en primera persona. En una escena sorpresiva y contundente, aquel perfecto mundo de Santiago, que parecería encarrilado para siempre, se sale literalmente de carril y se hace pedazos. Tras los gritos desesperados en off, lo siguiente que se ve –en un corte tan abrupto como el que acaba de producirse en la vida del protagonista– es a Santiago, cazando liebres en un bosque nevado. Puede haber pasado más o menos tiempo e importa poco a qué se dedica Santiago ahora: de lo que no hay dudas es de que su vida, y la película misma, han quedado partidas en dos.

Su aspecto –el pelo largo y descuidado, la barba crecida, la mirada como hundida en una pesadilla– no hace más que confirmarlo. En medio de la noche, Santiago se despierta con un grito. Durante un ménage à trois, tan transpirado como los encontronazos entre el Zapa y la Ardú en El bonaerense, Santiago la emprende a golpes. En una cacería se saca de encima fantasmas que sólo él puede ver (y a los que sólo Palo Pandolfo, autor de la música original, parece en condiciones de ponerles letra). Con gran astucia dramática, a su trágico y hermético protagonista, Trapero le opone la presencia de los descontrolados Robert (Federico Esquerro, hijo del Rulo en Mundo grúa) y el Cacique (el folklorista norteño Tomás Lipán), dados a la irresponsabilidad, el exceso y las borracheras. Con la cámara del extraordinario director de fotografía Bill Nieto detrás de ellos, Trapero filma sus escapadas nocturnas en largos planos secuencia, dándoles todo el tiempo que sus excursiones etílicas reclaman.

Es en ese punto donde Nacido y criado conjura la sombra inconfundible de Maridos, de John Cassavetes. Es también allí donde la película se libera de toda esclavitud narrativa, para dejarse arrastrar por esa tentadora forma de la desesperación. Pero no se deja arrastrar del todo. Como un fullero experimentado (como un Bielinsky, para decirlo en términos cinematográficos), Trapero se ha guardado en la manga una carta sorpresa. De esas que pueden resignificar una película entera, convirtiéndola inesperadamente en film de desaparecidos. Una vez más, el descubridor del Rulo Margani, de Jorge Román y Graciela Chironi se confirma como gran director de actores. Difícil decir cuál es su máximo logro: si llevar al excelente Guillermo Pfening del sueño a la pesadilla, darle lugar a la intensidad emocional de Martina Gusman o perfeccionar a Federico Esquerro en su eterno papel de fumado. Tal vez el gran hallazgo de Trapero sea haberle dado lugar al voluminoso, exuberante cacique en pedo de Tomás Lipán, glorioso debut actoral que tal vez represente también una memorable despedida.

8-NACIDO Y CRIADO

Argentina/Italia/ Gran Bretaña, 2006.

Dirección: Pablo Trapero.

Guión: P. Trapero y Mario Rulloni.

Fotografía: Bill Nieto.

Música: Palo Pandolfo.

Intérpretes: Guillermo Pfening, Martina Gusman, Federico Esquerro y Tomás Lipán.

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