CINE › BALANCE DE LA PRODUCCION ARGENTINA EN LA TEMPORADA 2006, UN AÑO EN EL QUE ABUNDARON LOS OBSTACULOS
Las medidas que impulsó el Incaa después del Mundial buscaron darle un impulso mayor al cine hecho en las pampas, pero las buenas intenciones no alcanzaron. En el plano estrictamente artístico, la vieja oposición entre “lo viejo” y “lo nuevo” tiende a diluirse, lo cual permite un debate menos futbolístico sobre el camino que el cine argentino tiene por recorrer.
› Por Horacio Bernades
“Algo habrá que inventar, si se aspira a consolidar la relación del cine argentino con su propio público. El 2006 no parece un mal año para intentarlo.” Así concluía el balance publicado el año pasado en estas páginas, a esta misma altura de la temporada. Algo se inventó durante 2006. Pero no cambió demasiado las cosas, al menos a la hora de los números duros. Se trató de un nuevo paquete de medidas de protección, que las autoridades del cine lanzaron a mediados del ejercicio anual y que garantizó la posibilidad de estrenar... pero no la de llevar espectadores a las salas. De tal modo, los ejes que signaron la temporada no difieren demasiado de los que marcaron el período anterior: mucha producción, gran cantidad de estrenos, un público que sigue mirando cruzado al cine argentino y una relación costo-beneficio que cada vez se estrecha más.
Atendiendo a la gran cantidad de películas que el año pasado habían quedado desprotegidas a la hora de estrenar, el Incaa instrumentó, poco después del Mundial de fútbol, una serie de medidas apuntadas a garantizar el lanzamiento de todas las producciones, incluso las más pequeñas. La instancia rectora del cine intervino en la agenda de distribuidores y exhibidores y diseñó dos circuitos alternativos integrados por salas de primera línea, para derivar allí los lanzamientos menores a las seis copias. A diferencia del año pasado, cuando la semana previa al estreno los productores y distribuidores no sabían si podrían estrenar, ahora eso se supo con tres meses de antelación. Se ganó en previsibilidad, seguridad y categoría. Pero a la hora de los números, nada cambió: la mayor parte de los 74 estrenos anuales (contando salas oficiales y alternativas, grandes producciones y películas de presupuesto mínimo) no logró taladrar el techo de los 20 mil espectadores. Una buena cantidad de ellos no llegaron ni siquiera a cinco mil. Igual que en 2005.
Pero no es sólo la base de la pirámide la que tembló a lo largo de la temporada, sino su propio vértice. Por segundo año consecutivo, las películas a las que puede considerarse “exitosas” se redujeron a seis o siete, un ínfimo diez por ciento del total de estrenos. Peor todavía, las tres punteras (Bañeros 3, El ratón Pérez y Patoruzito) retuvieron más del 60 por ciento de la recaudación total, con lo cual el panorama se empobrece aún más para el resto.
Basta comparar el rendimiento de lo que podría denominarse “cine industrial bien hecho” en la temporada 2005 y en 2006, para verificar en qué medida perdió público esa zona crucial de la producción, a la que la inaudita desaparición de Fabián Bielinsky deja en estado de indefensión. Mientras que el año pasado películas como El aura, Elsa y Fred, Tiempo de valientes e Iluminados por el fuego no bajaron del piso de los 300.000 espectadores, este año sus relativas equivalentes (Las manos, Crónica de una fuga, Derecho de familia, la coproducción con España El método) no pudieron ir más allá del techo de los 200.000 espectadores.
Queda, como premio consuelo, la buena cifra hecha por tres integrantes del top ten, cuyas expectativas eran, por distintas razones, limitadas. Por tratarse de un documental, los 120.000 espectadores de Fuerza Aérea SA deben considerarse un llamativo éxito, espoleado, sin duda, por el salto que la película dio de la cartelera a las tapas de los diarios. Lo mismo puede decirse de los 60.000 espectadores que llevó El custodio (un film no destinado a un público masivo) y los 50.000 que totalizó la modesta Cara de queso, que la colocan, sorpresivamente, entre las diez privilegiadas del año.
En 2006, el cine argentino sostuvo la destacada presencia internacional que viene teniendo a lo largo del último lustro. En febrero, El custodio ganó en Berlín el importante premio Alfred Bauer a la Contribución Artística (el mismo que en su momento había conseguido La ciénaga). Unos meses más tarde, en Cannes, Crónica de una fuga causó muy buena impresión en la sección oficial, y Hamaca paraguaya (coproducción motorizada por la argentina Lita Stantic) ganó el premio de la crítica en la sección Un certain regarde, la paralela más importante de ese festival. En septiembre, finalmente, el Jurado Oficial de San Sebastián otorgó el Premio Especial a El camino de San Diego, la más reciente Historia mínima de Carlos Sorín. Eso, a pesar de que la película venía de estrellarse contra el público porteño, que por primera vez le dio la espalda al realizador de El perro.
La repercusión del cine argentino en el exterior no se limitó a su participación en festivales. Estrenadas recientemente en Estados Unidos con diferencia de unas pocas semanas, El aura, Derecho de familia y Hermanas fueron recibidas con elogios unánimes por parte de la crítica local. Eco de la recepción dispensada en Francia y España a esos y otros títulos, como Crónica de una fuga y El camino de San Diego, próximos a estrenarse también en EE.UU. Pero también es cierto que una película como Mientras tanto, opus dos de Diego Lerman tras la consagratoria Tan de repente, fue presentada a varios festivales de punta y no logró entrar en ninguno. En la misma línea, Fantasma, de Lisandro Alonso, tuvo una acogida menos que tibia en el mismísimo Cannes, que luego de La libertad y Los muertos lo había convertido en hijo pródigo.
De modo semejante, Nacido y criado, la nueva de Pablo Trapero, debió conformarse con el muy eventero festival de Roma. Destino sin duda no muy a la altura de su director, que con Mundo Grúa, El bonaerense y Familia rodante se había batido en lo más alto de la crema festivalera internacional. Llegado a Buenos Aires, a Trapero lo esperaba la más fría acogida de su carrera, confirmando que el público medio no está dispuesto a tolerar producciones de primera línea que osen atreverse a experimentaciones narrativas.
¿Qué pasa con el Nuevo Cine Argentino?, fue la pregunta lanzada en abril desde el seno del Bafici porteño. La pregunta, que reconocía como antecedente varias producciones previas de la revista de cine El Amante, no dejó de resonar en distintos ambientes a lo largo del año.
Lo que pasa es que el Nuevo Cine Argentino dejó de ser nuevo, para ser parte del mar. Tanto por medios y modos de producción como por el número y tipo de público al que necesariamente apuntan (y, en consecuencia, el tipo de lenguaje al que adscriben), las más recientes películas de varios representantes de su Línea Fundadora pueden ser consideradas parte de un nuevo mainstream nacional. Esto puede aplicarse tanto a Crónica de una fuga, de Adrián Caetano, como a Derecho de familia, de Daniel Burman, y también a Sofacama, de Ulises Rosell, y Nacido y criado, de Pablo Trapero. Lo cual no es malo, sino distinto, y obliga a redefinir posiciones.
Otra cosa es lo que sucede con El custodio, de Rodrigo Moreno, una película que puede gustar más o menos, pero está claro que no concede nada. Y otro caso diferente, el de Mientras tanto (Diego Lerman) y Los suicidas (Juan Villegas), que no estuvieron a la altura de sus óperas primas (Tan de repente y Sábado) y a las que bien puede catalogarse en el rubro de “fallidas”. A su turno, películas como Ana y los otros (Celina Murga), Cándido López, los campos de batalla (José Luis García), Porno (Homero Cirelli) y Opus (Mariano Donoso) son todas óperas primas que permiten pensar que la renovación está en buenas manos. Lo mismo que Glue (Alexis dos Santos), El amarillo (Sergio Mazza) y El árbol (Gustavo Fontán), todas ellas excelentes debuts cobijados por el último Bafici.
Lo que está pasando, entonces, es simple: el panorama es tan dinámico y cambiante como el de todo movimiento. Palabra que debe entenderse aquí no en el sentido de un club de pertenencia, sino de organismo vivo. Lo que dejaron de existir son esos bloques graníticos –lo nuevo y lo viejo– que partían en dos aguas el cine argentino de una década atrás, facilitando las cosas, simplificándolas y haciéndolas más maniqueas.
Vienen tiempos de discusiones, lo cual es muy bueno.
En pos de una mayor racionalidad industrial, los productores de cine argentino vienen llevando adelante, desde hace un tiempo, dos reclamos básicos. El primero apunta a reglamentar de una buena vez el compromiso de comprar cine argentino, que la ley vigente impone a los canales privados de televisión de aire, y que hasta el momento no se cumple. El día que comience a cumplirse, los productores podrán sumar una importante recuperación de lo invertido, que actualmente se pierde por la alcantarilla frente a la indiferencia general.
Un dato: la reciente exhibición de La ciénaga y Los muertos por ATC arrojó un rating de 3 puntos y 1,5 punto, respectivamente. En cifras de público, 300.000 para la película de Lucrecia Martel y 150.000 para la de Lisandro Alonso. O sea, casi el doble y el triple de la cifra de público que cada una de ellas hizo en salas, en el momento del estreno. Esto quiere decir que hay una importante cantidad de público potencial que el cine argentino está perdiendo y que podrá empezar a recuperar el día que los canales de televisión cumplan con sus compromisos.
El segundo reclamo está estrechamente ligado con el anterior, con la diferencia de que en este caso sí se está trabajando para darle una respuesta. El boom de la publicidad y la depresión del costo argentino –en relación con los parámetros internacionales– llevaron a que actualmente filmar un largometraje sea mucho más caro de lo que era poco tiempo atrás. A su vez, los subsidios oficiales permanecieron inmutables durante todo este tiempo, con lo cual la relación costo-beneficio se halla actualmente en estado de estrangulación. Autoridades del área y productores están diseñando un nuevo plan de fomento que, entre otras cosas, elevará el monto del subsidio y permitirá volver a valores de recuperación perdidos.
Tal vez algún día el cine argentino pueda ser una verdadera industria. En ese momento el balance deberá ser necesariamente más positivo que el de este 2006, en el que la única conclusión posible es que algo hay que inventar, si no se quiere echar por la borda lo logrado en la última década.
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