Jue 28.12.2006
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CINE › “SUEÑOS DE GLORIA”, DE ROGER DONALDSON

La fábula del viejo loco y su pasión por las motocicletas

Alejado de su pulcritud habitual, Anthony Hopkins se luce en un film que juega sobre seguro, pero altamente disfrutable.

› Por Horacio Bernades

“¿Me estás invitando a salir?”, le pregunta la vecina a Burt Munro, con una sonrisa y los ojos muy abiertos. Aunque se conocen desde hace añares, recién ahora la invitó el viejo Burt, para acompañarlo en un homenaje. El tipo está más cerca de los 70 que de los 60 y si es soltero, será porque no hay mujer que haya soportado sus excentricidades, su pasión por el desorden, su escasa pulcritud. Pero ahora está por salir con una dama y se pone de punta en blanco, sin descuidar ni un detalle. Entre ellos, el largo de las uñas de los pies, que reduce concienzudamente, usando el instrumento más parecido a un alicate con el que cuenta en su taller mecánico: un torno. A su lado, ese nieto adoptivo que es el hijo de los vecinos lo mira encantado.

El típico “inventor loco” –uno de esos que son capaces de revolucionar la historia de la mecánica, atándolo todo con alambre de propia fabricación–, el neocelandés Burt Munro batió reiteradamente el record mundial de velocidad en moto desde la primera vez que lo hizo... a los 68 años. El australiano Roger Donaldson (director de Sin salida y El motín del Bounty) llegó a conocerlo y filmó un documental sobre él, en los comienzos de su carrera, volviendo ahora sobre una figura que sin duda lo fascina. Realizador desparejo si los hay (alterna películas logradas como Sin salida o Trece días con manufacturas como Arenas blancas o El discípulo e incluso el bodrio liso y llano de Cóctel o Especies), desde el arranque mismo de Sueños de gloria se percibe esa fascinación, por el personaje y por aquello que representa. Contagiarse del loco espíritu del protagonista: eso hace de The World’s Fastest Indian (tal el título original, en el que Indian corresponde a una marca de motos) una película enormemente disfrutable.

Nativo de un pueblito llamado Invercargill, el viejo Burt es el excéntrico del lugar y como tal es padecido y venerado. Padecido por los vecinos, a quienes despierta en medio de la madrugada el ruido de su motor, y venerado no sólo por los demás, sino incluso por los mismos que lo sufren. Es tal la simpatía del viejo que hasta una patota de motoqueros –que, como escapados de Rebelde sin causa o El salvaje, vienen a arruinar su fiesta de despedida– terminan a los abrazos con él, después de desafiarlo a una carrera a muerte en la playa. Del mismo modo, una vez llegado a Utah (en cuyas interminables salinas se celebran las competencias de velocidad más importantes del mundo), Burt logrará que un corredor con influencias interceda por él ante las autoridades y que hasta éstas terminen vivándolo, aunque su moto casera no cumpla con uno solo de los requisitos exigidos por el reglamento.

Despelotado, sucio y chambón, imposible no simpatizar con este viejo loco, tan contagioso que hasta Sir Anthony Hopkins se desprendió del aura de pompa y circunstancia que suele acompañarlo para rendirse a la alegre, casi infantil buena leche que el personaje derrocha a mares. Los vecinos se asoman a la ventana para increparlo y él se ríe, abstraído. Los bikers le escupen “viejo choto” y él se anota en la carrera; la moto no le arranca, pide un empujoncito y termina levantando más velocidad que El Correcaminos, hasta que el vehículo se manca. Cocina sin ser chef en el barco que lo cruza a Estados Unidos, se hace amigo del tremendo travesti que atiende el telo al que va a parar sin saberlo y termina robándose veinte baterías de auto, para darle potencia a su Indian en Salt Lake City.

Podría pensarse que un personaje así es una carta demasiado fácil, que se juega muy sobre seguro poniéndolo al frente de una película. Es posible, y sin duda en más de un momento (cuando los patoteros se le ponen cariñosos; cuando se va de Invercargill y no hay un solo vecino que no lo despida con un saludo y una sonrisa; cuando en Utah todos hinchan por él) uno siente que ya es demasiado y ruega que por favor aparezca alguien que odie aunque sea un poquito al viejo Burt. Pero ahí uno mira el brillo de la mirada de Hopkins, su enorme sonrisa, su casco y su latoso velocípedo, comprende que no hay cómo resistirse a él, y entonces se relaja y goza.

7-SUEÑOS DE GLORIA

(The World’s Fastest Indian) Nueva Zelanda/EE.UU.

Dirección y guión: Roger Donaldson.

Fotografía: David Gribble.

Intérpretes: Anthony Hopkins, Diane Ladd, Paul Rodríguez, Aaron Murphy, Annie Whittle y Bruce Greenwood.

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