Mar 13.02.2007
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CINE › ELOGIOS PARA “LA LEON”

Otra visión para el Delta del Tigre

El film del director, guionista y compositor Santiago Otheguy, argentino radicado en París, fue celebrado por el periódico especializado Variety.

› Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín

“Una bellísima fotografía en blanco y negro y Cinemascope logra expresar el aislamiento y la nostalgia con que el director y guionista Santiago Otheguy visualiza las distancias entre sus personajes.” El elogio del periódico especializado Variety –uno de los más influyentes en el mundo del cine– es para La León, la primera de las tres películas argentinas que desembarcó en la Berlinale. Para hoy está prevista la presentación en competencia oficial de El otro, segundo largometraje de Ariel Rotter (ver aparte), y a partir de mañana llega Extranjera, de Inés de Oliveira Cézar, que participa del Forum del Cine Joven. Pero por ahora el film de Otheguy, que integra Panorama, la sección oficial no competitiva, se lleva los primeros aplausos.

El crítico Jay Weissberg, de Variety, encuentra “admirable la contención con que el director presenta la tensión creciente entre sus personajes” y destaca que “lo más notable es la fotografía en Alta Definición de Paula Grandío, ejemplar y siempre cautivante”. En verdad, lo primero que se impone en la opera prima de Otheguy –33 años, compositor a la par de cineasta, actualmente radicado en París– es su espléndida concepción visual, que logra mirar de manera nueva, diferente, el espacio de las islas más profundas del Delta del Tigre. Allí, en ese laberinto de corrientes y bañados, no demasiado lejos de la civilización, pero lo suficientemente apartado como para estar regido por sus propias normas, vive y trabaja Alvaro, un islero aún más parco y solitario que lo que le pide el paisaje. “Nunca se le vio una mujer” es el comentario susurrado y malicioso de los lugareños, particularmente de El Turu, un botero que al timón de su lancha “La León”, la única que abastece la zona, se ha erigido en algo así como el puntero del barrio, decidido a ordenar ese pequeño mundo a su antojo. Inexorablemente, ambos personajes irán enfrentándose poco a poco, de manera tácita, sorda, en lo que el film plantea como una lucha de pulsiones a la vez sociales y sexuales.

Uno de los méritos de La León –que llegó a Berlín bajo el paraguas de la poderosa distribuidora internacional MK2, de Marin Karmitz, quien habitualmente produce los films de Claude Chabrol y Abbas Kiarostami– está también en su elenco: Jorge Román (el protagonista de El bonaerense) y Daniel Valenzuela (quien desde Mala época ha venido acompañando a todo el nuevo cine argentino, desde Mundo grúa hasta Crónica de una fuga, pasando por La ciénaga) parecen irremplazables como Alvaro y El Turu. Son dos hombres en pugna, librados a sus propias fuerzas en una naturaleza que recuerda mucho a la que planteaba Haroldo Conti en su novela Sudeste: unas corrientes ocultas que determinan las acciones de sus personajes.

Aunque de forma muy distinta (en colores deliberadamente chillones, a la manera de los años ’80; con personajes alienados y paisajes urbanos) a esas corrientes subterráneas, intangibles son también las que mueven los hilos de Les témoins (“Los testigos”), la película de André Téchiné que vino a levantar el nivel de la competencia oficial, particularmente decaído después de las sucesivas decepciones de la italiana In memoria di me, de Saverio Costanzo, y Goodbye Bafana, del danés Bille August.

El film de Téchiné, protagonizado por Emmanuelle Béart y Michel Blanc, permite reencontrar al director de El engaño y Toda una mujer en su mejor nivel, muy por encima del pálido drama de época Lejos del mundo (2003), su última película estrenada en la Argentina, también con Béart. Les témoines es un film novelesco, el retrato de una familia no convencional, constituida por personajes dispares (un médico gay, una escritora de relatos infantiles casada con un policía, una cantante de ópera, un muchacho de provincia) que trajinan las calles de Marsella, cruzan una y otra vez sus vidas y se enfrentan de pronto no sólo entre ellos y a sí mismos sino también a una enfermedad entonces nueva y misteriosa, una suerte de plaga cuyas primeras noticias llegan de Estados Unidos y que los diarios identifican como AIDS. Crispada, tensa como una cuerda a punto de quebrarse, la película de Téchiné es capaz de transmitir toda la ansiedad de aquel momento y, al mismo tiempo, de dar cuenta de ese río que es la vida, que continúa siempre en movimiento.

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