CINE › LA PELICULA DE ARIEL ROTTER, APLAUDIDA
Obtuvo la aceptación del público y de Paul Schrader, presidente del jurado. Un soplo fresco para una competencia en baja.
› Por Luciano Monteagudo
desde Berlín
La mala noticia es que Julio Chávez no llegó a tiempo ayer por la mañana a la conferencia de prensa de la película El otro, por una demora en Ezeiza que le hizo perder la conexión a Berlín. La buena, sin embargo, es que alcanzó a estar en la proyección oficial de la tarde del film de Ariel Rotter, que cosechó sus aplausos en el Berlinale Palast, donde se exhiben los títulos en competencia oficial. El director de la Berlinale, Dieter Kosslick, ya pensaba que por segunda vez se quedaba sin Chávez: el año pasado no pudo acompañar a El custodio, de Rodrigo Moreno (que estuvo a punto de valerle el premio al mejor actor), precisamente porque estaba rodando el film de Rotter. Y ahora Chávez tiene un compromiso de hierro de jueves a domingos en Buenos Aires, donde está haciendo el unipersonal Yo soy mi propia mujer, de Doug Wright, inspirado en la vida de Charlotte von Mahlsdorf, una travesti y coleccionista de antigüedades que vivió en Berlín oriental y sobrevivió al nazismo y el comunismo. No parece posible que en menos de 48 horas Chávez pueda conocer a fondo los lugares donde transcurrió la vida de su personaje, pero al menos alcanzó a mostrarse en la alfombra roja del Berlinale Palast y recordarle su presencia al jurado oficial.
De hecho, ayer en una proyección posterior a El otro se escuchó al director estadounidense Paul Schrader, presidente del jurado (que integran también Gael García Bernal, Willem Dafoe y el veterano actor alemán Mario Adorf, entre otros), hablar abiertamente y con entusiasmo de la película de Rotter, en una charla informal con Tom Luddy, director del Festival de Telluride. A priori, esta infidencia no quiere decir nada, porque todavía faltan exhibirse otros nueve títulos (entre ellos el nuevo film del gran Jacques Rivette, Ne touche pas la hache, con Michel Piccoli, y Lost in Beijing, una producción china que llega rodeada del aura de haber salido clandestinamente de su país). Pero no deja de ser una tranquilidad para Rotter, Chávez y su equipo –que integran también la productora Verónica Cura y la diseñadora de arte Ailí Chen– contar con una primera impresión positiva nada menos que del presidente del jurado.
Sin dudas, El otro fue ayer el único film realmente valioso en la competencia, que volvió a sufrir otro nuevo descenso a los infiernos (y ya van varios) con la coproducción europea Irina Palm, del belga-alemán Sam Garbarski. Rodada en escenarios naturales de Londres, narra el sacrificio de una abuela que decide trabajar en un porno shop masturbando a los clientes para pagar un tratamiento médico a su nieto, que sufre una enfermedad terminal. Aunque no entona ni una sola estrofa con esa voz de sótano que siempre ha sido su marca indeleble como cantante, la presencia protagónica de una irreconocible Marianne Faithfull (que viene de interpretar a la emperatriz austríaca en María Antonieta de Sofia Coppola) es lo único que alcanza a redimir en parte esta torpe apología del proxenetismo –su patrón la ayuda cariñosamente a reunir el dinero– rodada con una convencional estética de telefilm.
Por el contrario, el segundo largometraje de Rotter después de Sólo por hoy se plantea netamente desde el lenguaje del cine, narra su tema –un momento crítico en el ciclo vital de un hombre, que asiste al desmoronamiento de su padre al mismo tiempo que se entera de que va a tener un hijo– apenas con miradas, con silencios, con planos fijos y un estupendo uso del sonido, que prescinde de música, en una apuesta al despojamiento, al ascetismo. “La película tiene un planteo formal muy estricto; traté de narrar cada escena con la menor cantidad de planos posibles”, aseguró Rotter en la conferencia de prensa que siguió a la proyección. “Quería mostrar la decadencia física, la corrupción de la carne sin ser literal: quise ser sugerente antes que explícito.”
No faltaron quienes quisieron encontrar en El otro reminiscencias de Julio Cortázar o, más lejos aún, de Osvaldo Soriano, pero con delicadeza y sin herir susceptibilidades Rotter negó cualquiera de esas influencias y prefirió remitirse, en todo caso y para dejar tranquila a la platea, a la poesía de Fernando Pessoa, en la que dice encontrar siempre inspiración, y en este caso en particular por “sus heterónimos y sus desdoblamientos”. Aun así, Rotter aclaró que su protagonista no es un esquizofrénico y que no sufre un cambio de personalidad, sino “un cambio nominal, un estado de pánico, algo que le sucede y que ni siquiera él mismo puede explicar”.
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