CINE › FILMS DE COREA DEL SUR, ENTRE LO MEJOR DEL FESTIVAL
Se lucieron en la muestra Woman on the Beach (de Hong Sang-soo), Shall I Cry? (Choi Chang-hwan), ambas en Competencia Oficial, y The Unforgiven (Yoong Jong-bin).
› Por Horacio Bernades
Desde Mar del Plata
Como sucede infaliblemente en todas partes desde hace más de una década, una vez más le toca al cine de Corea del Sur presentar varias de las mejores películas de un festival internacional. En la vigésimo segunda edición del Festival de Mar del Plata, esto se verifica tanto en Competencia Oficial como fuera de ella. En las primeras instancias del evento se dio cuenta, en estas mismas páginas, de la magnífica Dear Pyongyang, que pasó por la sección Ventana Documental. A ella se le suman, en estos días, Woman on the Beach, del gran Hong Sang-soo, Shall I Cry?, opera prima de Choi Chang-hwan (ambas en Competencia Oficial) y The Unforgiven, debut en el largometraje del veinteañero Yoong Jong-bin, incluida en la sección Punto de Vista.
Como lo demuestran La virgen desnudada por sus pretendientes, Turning Gate o Cuento de cine, vistas todas en ediciones del Bafici, Hong Sang-soo es uno de esos cineastas que, a la manera de Eric Rohmer (con quien es imposible no relacionarlo) parecerían estar filmando siempre la misma película. Lo cual, en casos como éstos, no es precisamente malo. La regla se confirma con su opus seis, Woman on the Beach, que viene de presentarse en el Festival de Berlín y superpone, como en las películas anteriores, varios triángulos amorosos. También se reitera una poco disimulada autorreferencia, al elegir como protagonista a alguien vinculado al cine. En este caso, un director que para escribir un guión (o escapar de él, nunca se sabe con total certeza) se retira por unos días a una playa, en compañía de un amigo director de arte y la novia de éste, compositora y cantante.
Una serie de jueguitos erótico-perversos tiene lugar de allí en más en el balneario semidesierto, hechos de seducciones cruzadas, manipulaciones personales, juegos de alcoba y, cómo no, histeriqueos varios. Hay un segundo affaire que tiene lugar un par de meses más tarde en la misma playa y termina cruzándose con el anterior, cuando reaparece la chica de antes. Como un Marivaux que se expresara en planos americanos (a los que se agrega una inesperada utilización del zoom), con una música entre cómica e infantil (que recuerda inevitablemente las bandas de sonido de Joe Hisaishi, músico de cabecera de Kitano y Miyazaki), podría colgársele a Woman on the Beach la etiqueta de “vodevil dramático”. Ligeramente dramático, habría que aclarar. Más que en ocasiones anteriores, la característica levedad de tono y fluidez narrativa de Hong llenó de risas la enorme sala del Auditorium. Aunque si se lo piensa bien, no es precisamente gracioso que todos los personajes terminen solos y encerrados sobre sí mismos.
Si programar una de Hong Sang-soo representa una de las cartas más seguras con las que cuenta cualquier festival, una dosis de riesgo mucho mayor supone el haber elegido una película como Shall I Cry? No sólo por tratarse de una ópera prima carente de pergaminos previos sino, más aún, porque no responde en lo más mínimo a lo que suele entenderse por “película para festivales”. Melodrama juvenil hecho y derecho, la ópera prima de Choi Chang-hwan narra, desde el punto de vista de la protagonista, una historia de amor y de duelo, desde el momento en que un camión le pasa por arriba a su novio, compañero del cole. Es asombroso el modo en que el joven realizador se tira de cabeza al melodrama más extremo, manteniendo un tono y hasta un registro de comedia liviana y cerrándole el paso a todo cliché y cursilería. Sin que se note el menor esfuerzo (la película fluye con una naturalidad que desarma), Choi reactualiza los núcleos esenciales del romanticismo puro y duro. Reconvierte a los tiempos electrónicos el recurso a lo epistolar que es de regla en el género y mantiene la idea de la pervivencia del amor después de la muerte, con la heroína mandándole a su amado mails de ultratumba.
Combinando todo eso con el sentido del humor y el carácter naïf propios de una comedia de high school, con la cámara ubicada siempre en el mejor lugar posible, se redondea una película en la que a la pregunta del título (¿Debo llorar?) es imposible que el espectador no conteste que sí, y se largue nomás. La fluidez de tono y de puesta en escena de Woman on the Beach y Shall I Cry? se reencuentran en The Unforgiven, a la que ninguna descripción parecería en condiciones de honrar. La película tiene como centro un cuartel militar en el que dos viejos amigos se reencuentran, uno como teniente y el otro como cabo. En términos argumentales, eso es todo. Pero como es típico en el cine coreano, de pronto surge una derivación impensada, cuando cierto componente homoerótico lleva la historia a terrenos imprevisibles. Todo esto está narrado en tres tiempos que se intercalan casi sin que se note, con un tono en el que drama y comedia parecerían indisolublemente imbricados. Libertad narrativa, audacia sin subrayados, riesgos que no precisan de jactancias: llaves para el gran cine que, daría la impresión, sólo los cineastas coreanos saben dónde se guardan.
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