CINE › “BUCAREST 12:08”
El film de Corneliu Porumboiu demuestra que hay un cine rumano que pide atención.
› Por Luciano Monteagudo
En la competencia del Bafici 2002 apareció sorpresivamente un notable film rumano, Marfa si banii, que evidenciaba no sólo el nacimiento de un autor, Cristi Puiu, sino también de una nueva manera de encarar el cine en uno de los países más olvidados de la ex órbita soviética. El siguiente film de Puiu, La muerte del señor Lazarescu, premiado en el Festival de Cannes 2005 y luego estrenado comercialmente en Buenos Aires, ratificó el talento del director, pero ahora Bucarest 12:08, del debutante Corneliu Porumboiu, confirma que Puiu no está solo en el cine rumano. Ganador de la Cámara de Oro a la mejor ópera prima de Cannes 2006, Bucarest 12:08 es un film increíblemente simple y accesible en su superficie, pero que por debajo de esa evidente sencillez de recursos –económicos y formales– propone una sofisticada (y muy divertida) reflexión sobre los alcances de la revolución que terminó con el comunismo en Rumania.
Despunta el día en una pequeña ciudad del interior, no lejos de Bucarest. El paisaje es gris, triste, invernal, hecho de pequeñas ruinas cotidianas, pero un vivaz solo de clarinete en la banda de sonido anticipa a su vez que esa indecible melancolía va a estar matizada por un humor cáustico, burlón, en la mejor tradición de Europa del Este, que se manifiesta sutilmente desde las primeras escenas. Mientras desayuna en la cocina de su casa, un productor de televisión –cuya pomposidad no puede disimular su modestia– intenta en vano localizar por teléfono a los panelistas que deberían participar esa misma noche del programa especial de su emisora de cable. Es el 22 de diciembre y se cumplen dieciséis años de la caída del régimen de Ceausescu, en 1989, pero pareciera que ya nadie se acuerda del tema. “¿Qué quieren, que haga un programa sobre la inflación?”, se queja Jderescu (Ion Sapdaru), cuando su mujer le cuestiona la elección del tema. Mientras tanto, se acerca la Navidad, los niños molestan a sus vecinos con petardos y los adultos vuelven a sus casas con unos pinos raídos en donde colgar sus regalos.
Cuando Jderescu llega al canal, las cosas no van mejor. En el ínfimo estudio, una banda escolar ensaya un improbable número de música latina y el único cameraman, un muchacho inexperto, hace piruetas con la cámara: “En mano, es lo que se usa ahora”, explica muy convencido. Para el momento de iniciar su emisión especial, Jderescu sólo consigue dos invitados: el viejo Piscoci (Mircea Andreescu), un vecino suyo que de joven solía disfrazarse de Papá Noel, y Manescu (Teo Corban), un profesor de Historia más conocido por sus borracheras y sus deudas que por la excelencia de sus clases. A partir de allí, el film pasará a ser esa emisión de televisión: una cámara no demasiado fija (el trípode tiembla, hay permanentes fuera de foco y de encuadre) que registra a estos tres panelistas en su vana pretensión: precisar si en esa ciudad olvidada hubo o no hubo revolución dieciséis años atrás, si la gente salió a la calle antes o después de que se viera a Ceausescu huir de la casa de gobierno en helicóptero (todo paralelismo con la realidad argentina es pertinente).
El gran logro de Bucarest 12:08 (el título alude a la hora exacta en que el dictador abandonó su cargo) está en el crescendo que el director Corneliu Porumboiu va logrando a partir de la acumulación de pequeños detalles. El dueño del canal es también productor del programa y su conductor, tarea para la cual le parece necesario –como a Mariano Grondona, por caso– iniciarlo con una cita de Platón y sumarle una de Heráclito (las trajinadas metáforas de la caverna y del río). A partir de esa impostada imagen de seriedad y sabiduría, la emisión entonces comienza a llenarse de lugares comunes –se repite una y otra vez la frase “la pesadilla comunista”–, sin poder llegar a ninguna conclusión. El testimonio del profesor, que asegura haber estado en la plaza del pueblo antes de la fuga de Ceausescu –lo cual lo ubicaría en el lugar del héroe–, es desmentido por varios televidentes, entre ellos un ex agente de la Securitate (la temible policía del régimen) que ahora se ha convertido en un próspero empresario. Mientras tanto, el viejo Piscosi se aburre haciendo en cámara barcos de papel y, cuando le toca hablar, se lamenta por las vacaciones que había planeado tomarse con su esposa gracias al desesperado aumento ofrecido a la población por Ceausescu y que no pudieron ser a causa de su precipitada huida.
Hubiera sido fácil para Porumboiu burlarse meramente de la mediocridad y cobardía de sus personajes, pero su película es capaz de ir un paso más allá y –sin exculparlos– dotar a cada uno de ellos de una humanidad plena de matices y claroscuros. En términos narrativos, el director además hace un uso excepcional de la escasez de sus materiales: la voz en off de los llamados telefónicos de los televidentes proporciona un riquísimo contrapunto entre el fuera de campo y la imagen; el sonido, por su parte, está utilizado permanentemente en función cómico-dramática (los ruidos que hacen los entrevistados con el micrófono y los papeles), y la foto fija de la plaza del pueblo que el programa tiene como única escenografía sirve para dar no sólo perspectiva a ese plano casi permanentemente fijo en que consiste Bucarest 12:08, sino también como referencia espacial a todos los sucesos de aquel día histórico. Histórico porque, como dice Piscosi, “se hace la revolución que se puede, cada uno a su modo”.
8-BUCAREST 12:08
A fost sau n-a fost?. Rumania, 2006
Dirección, guión y producción: Corneliu Porumboiu.
Fotografía: Marius Panduru.
Intérpretes: Mircea Andreescu, Teo Corban, Ion Sapdaru.
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