CINE › EL REALIZADOR ISRAELI EYAL SIVAN PRESENTA SU OBRA COMPLETA EN BUENOS AIRES
“Soy un militante del anticolonialismo”
El director de El especialista, notable film-ensayo sobre el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén, inspirado en La banalidad del mal, de Hannah Arendt, señala que en Israel, “más allá de los cambios aparentes, nos hallamos ante una nueva transformación del proyecto colonial”.
› Por Diego Brodersen
Luego de una breve estadía en La Plata, donde fue invitado por la Comisión de la Memoria de la Provincia de Buenos Aires a un seminario acerca de la violencia institucional, Eyal Sivan se siente preparado para enfrentar a la audiencia porteña por primera vez. La retrospectiva integral de su filmografía, parte integrante de la quinta edición del DOC/BSAS que comienza hoy (ver aparte), se transformará para muchos espectadores en el primer acercamiento a la obra y el pensamiento de uno de los documentalistas más destacados del cine contemporáneo. Apenas algunas horas antes de la charla abierta que se llevará a cabo en la Sala Lugones del Teatro San Martín, hoy miércoles a las 10.30, el realizador nacido en 1964 en la ciudad de Haifa, Israel, respondió a diversos interrogantes relacionados con la situación política y social de uno de los territorios más convulsionados del planeta y de cómo su cine no puede desoír el contexto del cual proviene.
Aunque, se apura en aclarar, “no siento que tocar recurrentemente ciertos temas sea una obligación sino más bien una responsabilidad. Provengo de un lugar que funciona como un laboratorio, un microcosmos de cosas que ocurren en todo el mundo. La cuestión del colonialismo, las relaciones con la historia y la memoria, las conexiones entre Oriente y Occidente. Se trata de una responsabilidad política, intelectual y artística. En ciertas circunstancias no puedes darte el lujo de no resultar tocado por lo que ocurre a tu alrededor. En ese sentido me considero un doble militante: un militante del documentalismo y un militante del anticolonialismo”.
–En su penúltimo film, Ruta 181, usted se acerca a estos temas enfrentándolos como un enorme lienzo, donde las diversas situaciones y diálogos minúsculos dentro de la narración fueran lentamente generando una gran pintura general. Y al final de las cuatro horas de proyección el espectador sabe que no ha obtenido ninguna respuesta, pero sí que ha sido invadido por una buena cantidad de interrogantes.
–Me interesa su análisis en cuanto a la idea de lienzo. Yo me animaría a llevarlo un paso más allá y pensar en un fresco. Si se pintan muchas de esas pequeñas escenas, el resultado final se parece a un gran fresco. En este momento particular de la historia del cine documental, se tiende a pensar que un film debería dar respuestas, pero creo que se trata de un error. Lo que podemos hacer –y esto es quizás lo que deberíamos hacer– es reformular las preguntas y entender que no es a través de la simplificación que podemos llegar a una mayor comprensión sino precisamente a la inversa, a través de la complejidad y los matices. La idea central de Ruta 181 no es involucrarse con la realidad inmediata, sino tratar de viajar desde el presente hacia la historia, para entender por qué llegamos al punto donde estamos actualmente. Si hay un género que se relaciona con la película es la road movie, pero se trata de una road movie muy particular, donde la ruta por donde se mueven los personajes no existe como tal. Todos tratamos de dibujar una geografía mental por encima de una geografía real que ya ha desaparecido: Palestina ha desaparecido, los crímenes de 1948 desaparecieron. En cuanto a la forma y duración final de Ruta 181, se fue generando sobre la marcha. La única idea que mantuvimos como eje central, más allá de los cambios que se fueron generando durante el rodaje, fue la idea de mostrar ese territorio que para algunos es Israel y para otros es Palestina, como un mismo territorio, una única tierra.
–Un especialista, su film sobre el juicio a Adolf Eichmann, el director del Departamento de Asuntos Judíos del nazismo, es un proyecto bien diferente, fundamentalmente por el hecho de partir de imágenes preexistentes. ¿Cómo fue trabajar con cientos de horas de material de archivo y llegar a una historia, a un retrato particular?
–La idea del film surge de un ensayo muy famoso, La banalidad del mal, de Hannah Arendt, que no cuenta una historia pero propone un punto de vista. Cuando tienes un punto de vista puedes comenzar a contar una historia, pero no puedes hacerlo si no tienes un punto de vista. Teníamos entre manos 360 horas de imágenes del juicio y decidimos concentrarnos en un ángulo preciso. La mayoría de los films sobre el Holocausto se centran en las víctimas; lo mismo ocurre, por ejemplo, con los films argentinos sobre la dictadura militar. En nuestro caso decidimos mirar de frente a los perpetradores. Y esto conforma una obsesión personal: la pregunta acerca de cómo un sistema construye a los perpetradores. Si no comprendemos el sistema no podremos nunca quebrarlo.
–No lo imagino dirigiendo una película como La caída, que opera en un sentido diferente, la reconstrucción minuciosa de un imaginario...
–Escribí sobre este tipo de films en un libro que se ha editado en la Argentina, Elogio de la desobediencia. Hay algo que caracteriza a la mayoría de las películas sobre la Segunda Guerra y es que la representación de los nazis es la impuesta por los mismos nazis. La lista de Schindler, por ejemplo, propone la misma imagen del nazismo que Leni Riefenstahl. Incluso en La caída, Hitler es una figura mitológica. Lo que me interesa de Eichmann es que se trata de una persona que, cuando caminaba por las calles, era igual a mí, a usted, a cualquier ciudadano. No puedo realizar films sobre personajes mitológicos.
–Hablábamos antes de cómo, a través del tiempo, un mismo territorio es visto de diferentes maneras por diferentes personas. ¿Cómo ve usted a Israel-Palestina dentro de unos 25 años?
–Intentaré responder desde dos puntos de vista. Desde una mirada física creo que estamos en medio de un proceso de destrucción de la tierra; la geografía será mucho más edificada, más concreto y cemento, mucho más americanizada, con grandes centros comerciales y rutas. En definitiva: colonizada, justamente por ese deseo de demostrar que la idea de modernidad puede imponerse sobre cualquier otra idea. En cuanto al espacio en abstracto, creo que nos enfrentamos a dos posibilidades. La primera de ellas es la idea de “crimen total”, en cualquiera de sus variables, es decir, apartheid, terrorismo de Estado, totalitarismo, expulsión de los palestinos, más prisiones y muros, etc. Pero hay otra posibilidad: llegar a una comprensión de que hay dos grandes grupos de personas conviviendo en un mismo lugar y comenzar a construir un proyecto en común.
–Los últimos hechos acaecidos en Gaza parecerían indicar un cambio en la actitud del gobierno de Israel.
–Si observamos la historia de este conflicto llegaremos a la conclusión de que, más allá de los cambios aparentes, en realidad nos hallamos ante una nueva transformación del proyecto colonial. Y aquí es donde uno piensa: bien, los militares ya no están dentro de Gaza, están alrededor. Gaza es una prisión. Es decir, en lugar de patear a los palestinos, encerrémolos y dejemos que se pateen entre ellos. Es como en Irak, donde la presión externa es tan fuerte que la violencia interna estalla diariamente. No tengo que explicarle demasiado: el colonialismo ha generado algo similar en la Argentina, cuando tienes a una parte de la sociedad luchando contra la otra mitad. Volviendo a Israel, lo que hay que hacer es descolonizar el territorio. Es interesante: antes de la proyección de Ruta 181 en La Plata se mantuvo una charla muy activa con los espectadores, donde se habló de la violencia en diferentes regiones del mundo, pero nadie se animaba a nombrar a Israel o a Palestina. Por supuesto esto está relacionado con el miedo a ser tildado de antisemita y demás. Pero la verdadera razón es otra: la gente no se anima porque el mundo occidental no ha terminado con el pensamiento colonialista, con la violencia original inherente a todo acto colonialista, como aquí en la Argentina, donde la civilización originaria fue erradicada a la fuerza y reemplazada por otra idea de civilización.
–¿El sueño de Israel se ha transformado?
–Estaría tentado de decir que el sueño se ha convertido en pesadilla. O bien que el sueño no era un sueño en absoluto. También puedes ponerlo de un modo casi sexual: hay fantasías que no deberías llevar a cabo. El problema con los sueños, cuando hablamos de política, es que muchas veces no tienen en cuenta la realidad. Y ésa es la historia de Israel: el sueño de un gran grupo de judíos de Europa del Este, muchos de ellos marxistas, que no observaron previamente cómo era la tierra donde pensaban instalarse. Para ellos era realmente un desierto. Algo similar a lo ocurrido con los españoles en América: para ellos los indios eran como las plantas. No es que no los vieran como seres humanos, es que directamente no los veían. Y ése es precisamente el trabajo de un documentalista: aprender a mirar.
–¿Y si se agrega a la ecuación anterior el componente religioso?
–Cuando transformas a Dios en un argumento político... es el fin. Porque no puedes discutir con Dios.