CINE › LO NUEVO DE MICHAEL MOORE
Con el consabido revuelo, el director presentó Sicko, efectista pero demoledor.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
Tres años después de haber ganado la Palma de Oro con Fahrenheit 9/11, Michael Moore está de vuelta en el Festival de Cannes. Y tiene muchas cosas nuevas para decir sobre los Estados Unidos y particularmente sobre su psicótico sistema de salud, al que describe de manera demoledora en su nuevo documental, Sicko. Presentado ayer en estreno mundial, fuera de competencia, con la enorme sala del Grand Théâtre Lumière repleta, como si los 4500 periodistas acreditados hubieran asistido todos sin falta a la primera proyección matutina de las 8.30 (sí, en Cannes se madruga todos los días, incluidos los fines de semana), Sicko dice sin sutilezas, a la manera directa y provocadora habitual en Moore, que aquello que en los Estados Unidos debería ser un régimen de salud pública es una inmensa industria privada, que deja fuera del sistema a más de 30 millones de personas. Y que de los 250 millones que atiende, a la mayoría –a través de argucias burocráticas y legales– les niega el tratamiento correspondiente, para optimizar las exorbitantes ganancias de las compañías. Es más, apelando al testimonio de “arrepentidos”, la nueva herramienta de agit-prop de Moore (que no excluye las simplificaciones y los demagógicos llantos en cámara), confirma que casi todo el establishment médico estadounidense trabaja lisa y llanamente por la salud de las empresas y no por la de sus pacientes, al punto de que más de 18.000 enfermos que tienen cura mueren al año a raíz de tratamientos denegados o postergados indefinidamente.
“Sabía que a la industria de la salud en mi país –que mueve más del 15 por ciento del producto bruto interno– no le iba a gustar mucho lo que se ve en mi película y por eso preferí no alterarlos antes de que fuera necesario”, declaró ayer Moore en Cannes, como protagonista excluyente de una conferencia de prensa que lo volvió a mostrar como un consumado maestro en la utilización de los medios de comunicación. “No es verdad que tuve que traer al festival una copia de contrabando, pero sí es verdad que estoy siendo investigado por el gobierno y que saqué de mi país un master negativo de la película lo antes posible, en caso de que haya un intento legal por censurarla antes del estreno en Estados Unidos, el 29 de junio”, declaró Moore ante las cámaras y los micrófonos de todo el mundo, después de casi dos años y medio sin dar entrevistas. “No sé qué sabe el Departamento de Estado de mi documental, porque lo que ustedes acaban de ver es la primera proyección de la película, pero lo cierto es que el 2 de mayo el gobierno me notificó oficialmente que puede presentar cargos contra mí por haber violado la prohibición de viajar o comerciar con Cuba. El próximo jueves vence el plazo legal que tengo para responder, pero mientras tanto, como ciudadano de los Estados Unidos, considero que el mío es un país libre y que puedo viajar libremente adonde quiera.”
En Sicko, Moore expone cómo un grupo de voluntarios que ayudaron en las tareas de rescate en las ruinas del World Trade Center y ahora sufren graves problemas respiratorios fueron rechazados por el gobierno y por los seguros privados de salud, al mismo tiempo que el Departamento de Estado, en su propio material de propaganda, se enorgullece del excelente estado sanitario de los prisioneros que guarda bajo siete llaves en Guantánamo. “¡Al fin una parte del territorio estadounidense que tiene cobertura médica universal las 24 horas!”, se entusiasma Moore y –remera, gorra de béisbol y pantalón bermudas– parte con un bote repleto de sus voluntarios enfermos para recibir en Guantánamo la ayuda que no tuvieron en Nueva York. Por supuesto, son rechazados y Moore y sus amigos terminan en el Hospital General de La Habana, donde descubren que pueden tratarse de sus afecciones de manera gratuita y con un profesionalismo a toda prueba.
“Si me hubieran dicho que en una base militar en Italia, España o las Filipinas había tan buen sistema de salud como en Guantánamo, hubiera ido allí. Y si allí me rechazaban, habríamos terminado en el hospital de Roma o de Madrid. Pero la administración Bush dice que la mejor atención médica está en Guantánamo y Guantánamo está en Cuba, por lo tanto nuestro paso por allí es puramente accidental”, ironizó Moore. Lo cierto es que en Sicko los amigos de Moore no sólo se curan los pulmones y los dientes en La Habana sino que también se abrazan con sus colegas bomberos cubanos. Y el propio Moore le cede la palabra a Adelaida Guevara, hija del Che, médica pediatra, que le pregunta: “Si nosotros somos un país pequeño y humilde y tenemos un buen sistema de salud, ¿por qué no lo puede tener una potencia como los Estados Unidos?”.
Después de haber visitado no sólo Cuba sino también Canadá, Francia y Gran Bretaña, donde también experimenta los beneficios de sus sistemas de salud pública gratuita y universal (aun bajo gobiernos conservadores), Moore se plantea la misma pregunta. Y su respuesta no tarda en llegar, como lo dijo ayer en Cannes: “Porque se trata de un sistema salvaje, inmoral, que privilegia la optimización de las ganancias de los accionistas de las compañías de seguros por encima de cualquier otra consideración. No es posible que nuestra expectativa de vida sea por lo menos tres años menor que en cualquier otro país desarrollado y que la mortalidad infantil sea más baja en San Salvador que en cualquier ciudad de los Estados Unidos”.
Ayer en Cannes, a Moore se lo vio más delgado que de costumbre, y la prensa no tardó en saciar su curiosidad: “Es que me di cuenta de que era estúpido hacer una película sobre la salud y no cuidar la mía, así que ahora camino varias cuadras al día y mi dieta incluye más fruta y verdura”. Y amenazó, imitando la figura de una sílfide: “Ya van a ver la línea que voy a tener cuando venga con mi próxima película a Cannes...”.
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