CINE › “EL AFINADOR DE TERREMOTOS”, DE LOS HERMANOS QUAY
› Por Luciano Monteagudo
Nacidos en 1947 en Estados Unidos, los mellizos Stephen y Timothy Quay se radicaron desde muy jóvenes en Londres, se formaron artísticamente en el Royal College of Arts y en los primeros años de la década del ’80 –un período del cine británico particularmente pródigo en excéntricos y visionarios, como Peter Greenaway y Derek Jarman– dieron a conocer sus primeros cortometrajes, films de animación cuadro por cuadro que expresaban un mundo oscuro, hecho de marionetas siniestras, incompletas, un poco en la misma línea de las que luego imaginaría El Periférico de Objetos en su Máquina Hamlet. Estos cortos y el largo Institute Benjamenta –-presentados por primera vez en Buenos Aires por el crítico Simon Field en el Bafici 2003– impresionaban por su imaginación enfermiza.
Los propios Quay siempre fueron los primeros en reconocer sus muchas fuentes de influencia, fundamentalmente de autores y animadores de Europa del Este: Kafka, Bruno Schulz, Robert Walser, Jiri Trnka, Jan Svankmajer. En el caso de El afinador de terremotos, su segundo largometraje, ese universo sombrío de Mitteleuropa sigue estando muy presente, pero con algunas variantes rioplatenses: el protagonista se llama Felisberto Fernández (un homenaje al casi homónimo autor uruguayo de El cocodrilo) y hay elementos de la trama que remiten a La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, con quien los Quay dicen sentirse en sintonía por su concepción de “una ciencia ficción poética”.
Sin embargo –más allá de ese mundo cerrado que puede llegar a ser una réplica mecánica de sí mismo–, el film de los Quay tiene poco en común con el universo de Bioy. El bueno de Felisberto (el español César Sarachu) es el afinador del título, que llega a la isla del doctor Droz (el alemán Gottfried John) para descubrir que allí no hay ningún piano para afinar, sino siete extraños teatros mecánicos que también requieren de su oído privilegiado. “No son juguetes, sino delicados y preciosos instrumentos”, le informa Groz, un doctor que parece pariente directo de otros célebres y macabros doctores, como Caligari o Moreau. Poco a poco, Felisberto irá descubriendo que Groz no sólo guarda en su isla esos artilugios, sino también a una cantante de ópera (la modelo inglesa Amira Casar) sumida en un extraño sueño hipnótico y a quien, con la ayuda de una inquietante ama de llaves (la española Assumpta Serna), maneja como a una marioneta, de la cual el protagonista no podrá sino enamorarse.
Duplicidad del mundo, fetichismo, imaginería erótica se superponen (se amontonan) en el film de los Quay, al que visualmente se lo podría definir como de un neoexpresionismo barroco, por lo oscuro y recargado de su imagen. El problema de El afinador de terremotos es que, a diferencia de los silenciosos trabajos previos de los Quay, la animación pasa aquí a un segundo plano y los actores cobran un protagonismo injustificado, con unos diálogos tan literarios como farragosos y superfluos. Como dramaturgos, los Quay prueban que son mejores titiriteros.
6-EL AFINADOR DE TERREMOTOS
(The Piano Tuner of Earthquakes) Reino Unido 2005.
Dirección: Stephen y Timothy Quay.
Intérpretes: Gottfried John, Assumpta Serna, César Sarachu.
En el Malba únicamente, sábados a las 22 y viernes a las 20.30.
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