CINE › “¿DE QUIEN ES EL PORTALIGAS?”, OPUS DOS DE FITO PAEZ
Ubicada en la Rosario de los ’80, con un músico rodeado de mujeres, el segundo largo de Páez es como las páginas de un libro de memorias escrito con la mera pretensión de divertirse.
› Por Horacio Bernades
Guiada por la ambición de fusionar la tragedia clásica con la tragedia política, puesta en escena con inusual severidad y mucho más perturbadora de lo que en su momento se reconoció, Vidas privadas no era la clase de película que suele esperarse de un rockero. Ahora, Fito Páez produce un opus dos que, en su violenta oposición a aquélla, volverá a generar desconciertos en serie. Lo que ¿De quién es el portaligas? confirma es que, a la hora de plantearse una película, el único mandato que rige a Páez es el de sus ganas, importándole un rábano todo deber ser propio o ajeno. Ubicada en la Rosario de los ’80, con un músico rodeado de mujeres y mucha noche, discoteca y velocidad (química y de la otra), ¿De quién es el portaligas? es como las páginas –atropelladas, sucias y desprolijas– de un libro de memorias escrito con la mera pretensión de divertirse. Flor de pretensión, en verdad. Y tan auténtica que se contagia al espectador, con una energía y voluntad de quilombo que, ahora sí, no pueden definirse de otro modo que no sea apelando a la palabra rock and roll.
Que el primer Almodóvar funciona como referente está claro de entrada, con esa secuencia de créditos de diseño, llena de restallantes colores pop y música ídem, compuesta por Páez junto a Gonzalo Aloras. Primas rosarinas de Pepi, Luci y Bom, Juli (Julieta Cardinali), Leo (Leonora Balcarce) y Romi (Romina Ricci) recuerdan en grupo, mientras miran unas filmaciones de hace veinte años, en casa de una de ellas. En esos rushes aparece Gonzalo (Gonzalo Aloras), pianista tan flaco, narigón y desgarbado que sólo con un esfuerzo sobrehumano podría no verse en él a un doble del realizador. Enfurecida por cierto portaligas ajeno, Leo, novia de Gonzalo, sale disparada en una moto, enganchándose la larga bufanda y estampándose contra un obstáculo. Como Isadora Duncan, pero casi un siglo más tarde, va a parar a una cama de hospital. Mientras, a Juli se le va tanto la mano con el polvo blanco que para un patrullero pensando que era un taxi. ¿Y Romi? Romi es capaz de consolar por teléfono a una de sus amigas al mismo tiempo que prepara la comida para sus hijos y mantiene a raya a su marido (Carlos Resta, icono del cine rosarino) con tomas de taekwondo.
La pantalla dividida con que se pone en escena esa triple labor de Romi es demostrativa de hasta qué punto ¿De quién es el portaligas? desborda de influencias, ideas escénicas y, sobre todo, voraces ganas de probar distintas técnicas por parte de su director. Escrita por el propio Páez, la película pasa de la comedia sofisticada a la comedia policial y de allí a la comedia de aventuras y hasta el western, viajando de la ciudad al campo y acumulando en el camino tal cantidad de personajes, actores y citas cinéfilas que todo resumen sería imposible. De hecho, la propia Rosario es un personaje más, y no precisamente de los más episódicos, luciendo tan bella y nocturnal como Buenos Aires no suele serlo en el cine porteño. Jugada a la proliferación y el exceso, no hay duda de que a la segunda película de Páez le sobran minutos, reiteraciones y esquicios, no caracterizándose por su regularidad. Al lado de notables caracterizaciones de Darío Grandinetti (como pesado de habla bien delictiva) y Cristina Banegas (como tachera rea, mujer de un preso), a Verónica Llinás se la advierte desaprovechada, Aloras carece de carisma, Fena della Maggiora luce alternativamente divertido y obvio como falso Corleone rosarino, Fontova televisivo como adivino de feria, Duilio Marzio totalmente fuera de tono como milico de cartón pintado. Un morochazo cuyo nombre el crítico ignora está admirable, como matón de segunda, hijo imprevisto, semental múltiple y padre sorpresa.
Llena de cameos de amigos (desde Fabi Cantilo hasta Roberto Fontanarrosa, pasando por Pablo Granados, Vivi Tellas, Alan Pauls y toda la banda de Gustavo Postiglione) y bellos homenajes (a Virus, Charly y Soda Stereo), exhibiendo un timing justísimo en escenas de comedia (Balcarce hablando tan a mil como una heroína de Howard Hawks; Ricci sanateándole a un vendedor de armas; Cardinali como concheta colgadísima) y con secuencias de acción bien pensadas pero muy mal resueltas (persecuciones, tiros, un escape en parapente), ¿De quién es el portaligas? no podía no ser una película irregular. Es que, tal como los tortazos del final lo certifican, no está jugada al rigor apolíneo sino a la fiesta dionisíaca. La película misma es un tortazo que se recibe con gusto en la cara, un bardo que se contagia. El enchastre que le enseña, a un cine tan medido y anoréxico como suele ser el argentino, que a la hora de crear, la bulimia puede ser mucho más rica, más vital y más sana.
7-¿DE QUIEN ES EL PORTALIGAS?
Argentina, 2007.
Dirección y guión: Fito Páez.
Intérpretes: Romina Ricci, Julieta Cardinali, Leonora Balcarce, Gonzalo Aloras, Cristina Banegas, Verónica Llinás, Darío Grandinetti, Lito Cruz y Duilio Marzio.
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