Vie 05.10.2007
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CINE › “INOCENCIA SALVAJE”, DEL DIRECTOR FRANCES PHILIPPE GARREL

La larga sombra de un tal Godard

Alguna vez, Garrel fue considerado el mejor heredero de la nouvelle vague. Pero supo tomar otros caminos, como puede apreciarse en su nueva película, en la que cierto perfil autobiográfico termina desdibujándose, tanto como el límite entre ficción y realidad.

› Por Luciano Monteagudo

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INOCENCIA SALVAJE
(Sauvage innocence, Francia-Holanda, 2001)

Guión y dirección: Philippe Garrel.

Fotografía: Raoul Coutard.
Música: Jean-Claude Vannier.
Intérpretes: Mehdi Belhaj Kacem, Julia Faure, Michel Subor, Maurice Garrel, Mathieu Genet, Valérie Kéruzoré, Jean Pommier.
Estreno únicamente en el Cosmos Proyección en DVD.

No es fácil aproximarse a la película de un director prácticamente desconocido en la Argentina, que viene construyendo su obra desde hace más de cuarenta años, cuando se convirtió en el primero –y el más talentoso– de los herederos de la primera generación de la nouvelle vague. De hecho, y descontando algunos títulos que tuvieron difusión en la Sala Lugones –entre ellos El nacimiento del amor (1993) y el notable Los amantes regulares, sobre su experiencia en Mayo del ’68, que dos años atrás le valió el premio al mejor director en la Mostra de Venecia–, Inocencia salvaje es el primero de los films de Philippe Garrel que llega a su estreno regular en Buenos Aires (aunque en una sola sala y en versión DVD).

Nacido en 1948, Garrel empezó a filmar a los 16 años e inmediatamente fue considerado un discípulo de Godard, si bien la dirección lírico-lisérgica que tomó su cine lo fue apartando de la de su mentor. Eran los tiempos en que las vanguardias políticas y las vanguardias estéticas no estaban reñidas, sino en plena comunión. Y el cine de Garrel acabaría teniendo una marca distintiva con la trilogía protagonizada por Nico, la mítica cantante del grupo Velvet Underground: La cicatrice interieur, Athanor y La berceau de cristal (1970-1975). Una segunda etapa de su obra, mucho más inclinada hacia el realismo, lo llevó a obtener en Venecia, en 1991, el León de Plata por J’entends plus la guitar y en el 2001 el premio de la crítica por Inocencia salvaje.

“Todas las historias tienen algo de verdad”, dice François (Mehdi Belhaj Kacem), un director que da la impresión de ser un poco el alter ego de Garrel, entre otras cosas porque también él empezó a filmar de adolescente, en plena efervescencia de los años ’60, y porque todavía hoy le resulta difícil encontrar financiamiento para sus películas. El proyecto que maneja François tiene que ver con quien fuera su ex pareja, una modelo que murió por una sobredosis de heroína: quiere hacer una película para cicatrizar esa herida, para cerrar definitivamente esa “caja de dolor” donde guarda sus fotos y recuerdos (un episodio que remite a su vez a la relación de Garrel con Nico). El único productor que le promete ayuda –“No pienso leer el guión, usted es un autor”, le dice para halagar su ego– termina escapando por la puerta trasera de su propia oficina. Y a François no le queda más remedio que caer en manos de Chas (Michel Subor), un personaje ambiguo y sinuoso que resulta ser un narco.

Así, para hacer su película contra las consecuencias de la droga, François termina contrabandeando heroína para su productor y poniendo en riesgo no sólo su proyecto, sino su propia vida personal, que incluye a su protagonista, Lucie (Julie Fauré), de quien se ha enamorado. A partir de allí, con gran sutileza, Garrel comienza a desdibujar deliberadamente las fronteras entre realidad y ficción, entre aquello que está de uno o del otro lado de la cámara. Al conflicto ético, que nunca llega a ser tal (“En cine uno nunca sabe para quién trabaja”, se justifica François), el director le suma la crisis con su pareja, que siente la impotencia de no estar a la altura de ese “planeta oscuro” que es su personaje y se rinde, también ella, a la seducción de la droga.

Garrel filma con gran elegancia: pasa de grandes planos generales a soberbios primeros planos y mueve la cámara con una rara fluidez. Además, para una película que recupera el placer del blanco y negro, tiene la ayuda de un fotógrafo notable como Raoul Coutard (un veterano del primer Godard). La sombra de la autocomplacencia asoma más de una vez en Inocencia salvaje, pero Garrel sabe cómo mantenerla a raya. Y en un elenco sin fisuras saca provecho sobre todo de Michel Subor (alguna vez El soldadito de Godard, últimamente un rostro habitual en el cine de Claire Denis), que mete miedo realmente: gracias a él es fácil tomar conciencia de la calaña de gente que merodea en el mundo del cine.

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