CINE › EL REALIZADOR CHILENO PATRICIO HENRIQUEZ EN EL DOCBSAS/07
En su documental El lado oscuro de la Dama Blanca, que se verá hoy en la Lugones, Henríquez desnuda el pasado como centro clandestino de detención del buque insignia de la Armada chilena.
› Por Oscar Ranzani
Nació para ser admirado por su belleza externa, pero encierra un pasado siniestro en su interior. El buque “La Esmeralda”, considerado un embajador de Chile en las aguas del mundo, fue, durante doce días de la dictadura de Augusto Pinochet, un centro clandestino de detención: allí fueron torturados 97 hombres y 58 mujeres. Pese a su pasado ominoso, esta embarcación es considerada casi como una insignia patriótica y, cada año, realiza un crucero desde Valparaíso con destinos a diferentes puertos del planeta. “En Chile es una especie de baluarte, de símbolo de la nacionalidad chilena”, señala Patricio Henríquez, realizador del documental El lado oscuro de la Dama Blanca, película que traza un panorama del horror que padecieron los detenidos en ese navío de cuatro mástiles construido en 1953. El lado oscuro de la Dama Blanca se verá hoy a las 19.30 en la Sala Leopoldo Lugones (Corrientes 1530), como parte de la programación del DocBsAs/07 (repite el viernes a las 14.30).
Ambicioso desde su estética, El lado oscuro de la Dama Blanca refleja desde el comienzo la imagen de ese buque “con toda su majestuosidad y su belleza blanca”, pero con la idea que le da sentido al film, es decir que esa imagen fuera cambiando “para que reflejara el terror y el horror que allí se vivió”, según relata Henríquez a Página/12. El director chileno, exiliado en Canadá desde 1974 y de visita en Buenos Aires para presentar su documental, cuenta que, entre las víctimas, “estaba la idea de que haber sido detenidos y torturados en un lugar que es considerado bonito (porque el buque lo es) era doblemente doloroso. Entonces, me fascinaba la idea de representar esa imagen que tienen los chilenos de belleza de ese buque blanquísimo y el lado oscuro de lo que allí se vivió, aunque fuera por poco tiempo”, comenta. El lado... logra a través de entrevistas, lecturas de testimonios e imágenes de archivo históricas y actuales contar con una porción de la extensa historia de terrorismo de Estado en Chile.
–Usted realizó un trabajo de exploración de la memoria con 11 de septiembre de 1973, el último combate de Salvador Allende y con Imágenes de una dictadura. ¿Qué puntos de contacto tiene El lado... con estas películas?
–Mucha gente me dijo en Canadá que estaba haciendo una trilogía. La verdad es que no. No me propongo hacer desde un punto de vista ideológico las películas que hago. Tengo un punto de vista político, es evidente, pero si no tengo la convicción de que pueda realizar una obra (y esto dicho muy modestamente) en términos de contar una historia, de no aburrir al público, no lo hago. No voy a partir simplemente con una tesis política. Me parecía que en “La Esmeralda” había una buena historia para contar cinematográficamente. El resto me acompaña aunque yo lo quiera o no: mis convicciones políticas están allí. Cuando la empecé estaba convencido de que era una película sobre el pasado como 11 de septiembre... (sobre el último día de Allende en La Moneda) o como Imágenes... (que era la historia del pueblo chileno en combate contra la dictadura). Poco a poco, me fui dando cuenta de que, a pesar mío, esta película sí era una página del pasado, pero también una página del presente, en el sentido de que representa a un grupo de gente muy marginada en Chile desgraciadamente: es la gente que lucha por los derechos humanos, por obtener justicia, enfrentada a una especie de indiferencia generalizada (que me molesta mucho) y enfrentada también a un pacto de silencio de la armada. Hay generales del ejército, de la aviación, de la policía que han respondido frente a la Justicia. Quizás estén en cárceles cinco estrellas, pero por lo menos la Justicia ha actuado en alguna medida. En el caso de la marina chilena hay un pacto de silencio que, hasta el día de hoy, ha hecho que ningún marino haya respondido. Y hay que recordar que la Marina fue la cuna del golpe de Estado en Chile.
–¿Por qué se usó “La Esmeralda” como centro de tortura?
–Hubo dos almirantes que aceptaron acordar una entrevista, uno de los cuales era el jefe de la Escuadra en el momento del golpe. Y yo creo que para ellos fue un error que sintieron más tarde porque, en alguna medida, ensuciaron o mancharon la idea de un baluarte nacional que unía a todos los chilenos, independientemente de sus diferencias políticas. Pero se dieron cuenta un poco tarde porque allí hubo torturas, hubo un sacerdote muerto, hubo cosas que ellos negaron durante treinta años y que hoy en día están obligados a aceptar porque las evidencias se imponen pero por los cuales no hay ningún responsable juzgado todavía.
–¿Por qué es indiferente la sociedad frente a esto?
–Yo soy un observador distante porque viví en Canadá todos estos años. Es una sociedad que desgraciadamente evolucionó en términos de una eliminación de la memoria. La gente que lucha por establecer lo que pasó, por obtener justicia, es vista como gente que molesta, gente que “rompe” una cierta armonía que, a mi juicio, es ilusoria, porque cada 11 de septiembre el país vuelve a una esquizofrenia, a una división. Vuelve al pasado. Y pasan otros once meses en que el país se da la idea de que allí no pasó nada. Yo creo, como mucha gente en Chile, que si no hay una vuelta al pasado, si no hay una obtención de justicia, una especie de terapia del país, es difícil que ese duelo, esa reconciliación se haga efectiva.
–¿Por qué eligió los tres casos en que focaliza el documental entre todos los que hubo en “La Esmeralda”?
–Es difícil darle un sentido racional a todo esto. Yo funciono con mis convicciones, pero también con mis propios sentimientos. Entonces, me interesaba la historia del filósofo comunista que fue alcalde de Valparaíso hasta el año ’73, porque representa esa tendencia única de gente como Mandela que estuvo preso 27 años y que logra no salir con odio de esa experiencia, sino con una visión más amplia de todo eso. Al mismo tiempo, está el caso de María Eliana Comené, la mujer que fue violada y que tiene una existencia un poco más difícil, porque desgraciadamente la mayoría de los torturados siguen siendo torturados treinta años después. Un torturado después de treinta años sigue viviendo pesadillas, sigue viviendo los problemas. Eso no se resuelve fácilmente, incluso en el transcurso de una vida. María Eliana representa esa tendencia más mayoritaria. El tercer caso es el de la hermana británica de un sacerdote torturado y asesinado en “La Esmeralda” porque me fascina también esa gente que podría haberse quedado en España, donde reside habitualmente su matrimonio y vivir un retiro un poco adorado. Antes que eso, prefieren irse a Valparaíso, vivir modestamente pero librar un combate, darle un sentido a la vida de dos personas que tienen ciertos años pero que prefieren combatir.
–¿Qué debería hacerse con “La Esmeralda”? ¿Cuál es la posición del gobierno de Michelle Bachelet respecto del destino de la embarcación?
–Meses antes de su elección, Bachelet fue enfrentada a una propuesta de la candidata demócrata cristiana a la presidencia, Soledad Alvear, que decía: “Ese barco hay que cerrarlo y convertirlo en museo”. Bachelet tuvo una postura un poco pragmática diciendo: “Los objetos no tienen culpa de lo que sucedió. Ese barco le ha servido a Chile como embajador y debiera seguir sirviéndole”. Si la posición de Bachelet hubiera sido acompañada de una real justicia, quizás hubiese podido ser aceptada. El problema es que no ha habido justicia en este caso particular.
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