Jue 03.01.2008
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CINE › “GANGSTER AMERICANO”, DE RIDLEY SCOTT, CON DENZEL WASHINGTON Y RUSELL CROWE

Una réplica de viejas historias

El director de Blade Runner se mete en la vida del narcotraficante Frank Lucas, en un policial épico de más de 150 minutos.

› Por Diego Brodersen

Ridley Scott nunca fue un gran cineasta. Pero no es menos cierto que sus proyectos suelen ser mimados por la industria norteamericana y que, salvo raras excepciones, sus películas son sostenidas por un público permeable a sus inquietudes temáticas y estilísticas. Aunque las razones puedan ser diversas e incluso discutibles, el joven Scott inició su carrera con una tríada de films difíciles de olvidar: Los duelistas (1977), con la cual debutó en su Inglaterra natal, quizá sea su obra más lograda, un destilado de pasiones violentas con el trasfondo de las guerras napoleónicas; Alien, el octavo pasajero (1979) redefinió el cine de terror espacial y parió una nueva raza de heroínas cinematográficas; Blade Runner (1982) es, sencillamente, el film sci-fi más influyente de la historia del cine después de Metrópolis.

De allí en más, su filmografía alternaría resonantes éxitos de público con otros títulos menos populares (más de los primeros que de los últimos), con picos como Thelma & Louise (1991) y Gladiador (2000), dos películas que supieron tocar las cuerdas exactas en el momento más oportuno. Precisamente, hay algo oportunista en el cine de Scott, menos atento a cualquier atisbo de expresión personal que a la manifestación de la última tendencia en desarrollos dramáticos o aplicaciones tecnológicas.

Dicho lo cual Gangster americano posiblemente sea su mejor película en mucho tiempo, lo cual no es mucho decir aunque, sin dudas, peor sea nada. Scott y su guionista Steven Zaillian toman prestados elementos, ideas y detalles de films, géneros y períodos cinematográficos dispares. Como un replicante fílmico, la historia del narcotraficante Frank Lucas y el detective Richie Roberts se asemeja a muchas cosas ya vistas, en un proceso de digestión y regurgitación constante. El espectador atento notará sin demoras que la estructura básica del relato es una cruza perfecta entre El Padrino y Caracortada, visitando a través del film de De Palma tanto el original de Howard Hawks como otros grandes ejemplos del cine de gangsters.

Es que la historia de Lucas, personaje de la vida real que logró manejar gran parte del negocio de la heroína en la Nueva York de fines de los ’60 y comienzos de los ’70, eliminando intermediarios y trasladando la sustancia ilegal directamente desde el Extremo Oriente, posee todos los condimentos del relato clásico de mafiosos: un self-made man carismático visto con buenos ojos por una parte de la sociedad, la violencia como modo de vida, la relación cercana con su familia, el arco dramático de ascenso y posterior caída. El detalle que destaca a Lucas de tanta mafia siciliana e irlandesa es su color de piel: tan negro como el ébano.

El film de Scott también reelabora la estética de cierto cine policial de los años ’70 cuyo mayor exponente es Contacto en Francia, verdadero icono cultural citado en el transcurso de la historia y homenajeado en un breve plano que remite a la famosa persecución debajo del puente del metro. No casualmente el detective Roberts, obsesivamente empeñado en atrapar al traficante, se comporta por momentos como Popeye Doyle –el protagonista del citado film de William Friedkin– y en otros como aquel referente de honestidad policial conocido como Serpico. La banda de sonido, mientras tanto, no deja de hacer sonar clásicos del r&b y el soul de aquellos años, generando imágenes mentales que hacen pensar en decenas de ejemplares del blaxploitation, entre ellos Super Fly (1973), otro film centrado en la historia de un traficante negro.

Si el lector siente agobio ante tanta cita y referencia, sepa que Gangster americano es producto de esa expropiación del acervo cinematográfico, su mayor defecto pero también su más evidente virtud. Es que las mejores cualidades del film descansan precisamente en la reproducción del pasado, en un estilo seco y demorado que se aleja de los fuegos de artificio visuales del cine de acción contemporáneo, en esa fotografía sucia y poco contrastada que imita la imagen granulosa de los años ’70, en actuaciones poco propensas a la crispación y la ampulosidad. En ese sentido, Denzel Washington –a quien pocas veces se lo vio tan serio como aquí– y Rusell Crowe sostienen en gran medida el tono del film, que reserva apenas algún momento de acción física hacia el final del relato.

Allí se terminan los posibles elogios. Gangster americano no posee ni el delicioso exceso del Caracortada depalmiano ni la sequedad on the rocks de Contacto en Francia; mucho menos las ambiciones trágicas y las ligazones con la historia de El Padrino. Este último es precisamente uno de los mayores problemas del film de Scott: sus intentos por unir los avatares de los personajes con el devenir de los hechos históricos –los últimos años de la guerra de Vietnam, la rampante corrupción policial, la caída de los barrios negros neoyorquinos en el agujero negro de la administración pública– se sienten apenas como un telón de fondo y nunca como parte del complejo engranaje que mueve a los personajes.

Pero quizá no haya que pedirle peras al olmo y agradecer que, por esta vez, Ridley Scott se despachara con un policial épico de más de 150 minutos que no se sienten como una carga y que, con el “pretensiómetro” ajustado en el nivel adecuado, ofrece más de un placer genérico al espectador predispuesto.

7-GANGSTER AMERICANO

(American Gangster, Estados Unidos, 2007)

Dirección: Ridley Scott.

Guión: Steven Zaillian.

Fotografía: Harris Savides.

Montaje: Pietro Scalia.

Música: Marc Streitenfeld.

Intérpretes: Denzel Washington, Rusell Crowe, Josh Brolin, RZA, Carla Gugino, Cuba Gooding Jr., Armand Assante.

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