Sáb 05.01.2008
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CINE › “EL HOMBRE ROBADO”, SORPRENDENTE FILM DE MATIAS PIÑEIRO

La nouvelle vague en Buenos Aires

Comedia romántica, historia de fantasmas urbanos, el film desafía todos los clichés, con Sarmiento como disparador histórico.

› Por Diego Brodersen

El espíritu de la nouvelle vague está vivo y coleando, y habita los museos y jardines de la ciudad de Buenos Aires (alguna vez llamada, es bueno recordarlo, la París de América). Pero esa esencia no es lo único francés que vuelve a respirar en El hombre robado. En realidad, se trata de una operación de doble afrancesamiento (no hay nada peyorativo en el término), que retoma el espíritu romántico de cierta literatura argentina decimonónica –influenciada en muchos casos por su par europea– y se empapa de algunos estilemas de los jóvenes nuevaoleros de los años ’60 para inventarles un nuevo uso y sentido. El resultado es la primera película argentina del siglo XXI que se anima a recorrer el pasado de nuestro país sin echar mano a trajes de época y carruajes alquilados para la ocasión, obsesionado como está en construir un presente en el cual los fantasmas tienen el mismo peso específico que los seres vivos, sean estos últimos animales o vegetales. Se trata, sin dudas, de un film extremadamente ambicioso, por completo ajeno a la mayoría de las corrientes del cine nacional contemporáneo, una pieza de cámara frágil que envuelve sus recovecos y complejidades con un velo de liviandad engañoso, aunque sumamente placentero.

Matías Piñeiro, debutante en la realización con este largometraje, ya había participado junto a sus compañeros de la Universidad del Cine en el proyecto colectivo A propósito de Buenos Aires, con el cual El hombre robado comparte cierto aire de familia, en particular las referencias a las literatura local y sus autores. En aquella película, los once realizadores –apadrinados por su ex profesor y gurú espiritual Rafael Filipelli– se atrevieron a alejarse de los estereotipos al construir una Buenos Aires distinta, alejada tanto del simbolismo turístico (ese Obelisco siempre musicalizado con compases piazzollescos) como del paisaje urbano post-2001, con sus cartoneros y miserias al desnudo. No se trata, claro está, de obviar lo evidente, sino de recortar la mirada y pensar la realidad cinematográfica desde otros ángulos. Creer que el cine todavía es capaz de generar reflexiones y sorprender al espectador con imágenes y situaciones nunca antes vistas ni soñadas.

Como si se tratara de un Flaubert fílmico recargado pero minimalista, El hombre robado está protagonizada por tres heroínas, dos de ellas empleadas de sendos museos –el Larreta y el Sarmiento, ubicados en la todavía recoleta calle Juramento–, la tercera estudiante de Ciencias botánicas en la Escuela Hicken, más cerca de plaza Italia. Ese trayecto entre Belgrano y Palermo, más alguna escapada al centro, marca las vidas de las chicas en un mapa porteño de recorridos múltiples. Una cartografía que, inevitablemente, incluye una buena dosis de educación sentimental, con sus altos y sus bajos. Hay dos hombres que las desvelan y obsesionan y, por lo tanto, hay secretos y verdades a medias, ocultamientos y mentiras. Una de ellas, Mercedes, parece conocer los pormenores de la manipulación amorosa, y entre robo y robo museístico –ella es cleptómana profesional con fines de lucro– se dedica a la intensa tarea de hacer y deshacer amores propios y ajenos. Su guía es la más impensada: el libro de Domingo F. Sarmiento, Campaña en el Ejército Grande, que Mercedes lee a conciencia en parques públicos, museos varios y, en una escena de vital importancia dramática, bajo la sombra de la tumba de su autor.

Uno de los mayores logros del film de Piñeiro, rodado en un fantasmal blanco y negro, es la bella sincronía entre lo dicho y lo silenciado, aportando de esa manera un hálito de misterio y sugestión. El realizador parece haber encontrado el correlato cinematográfico de una sensación indescriptible: ese breve escalofrío que cualquiera que haya visitado el Cementerio de la Recoleta o el Jardín Botánico a la hora del crepúsculo habrá sentido en algún lugar secreto de su cuerpo. Pero El hombre robado no es solamente una historia de fantasmas nunca vistos sino que, en esos recurrentes pasamanos amorosos y en su sentido circular de la vida, el film se desnuda también como una comedia romántica donde los escarceos pasionales e incluso la cursilería se disfrazan de cita y referencia. Es que si Filipelli abraza a su discípulo y lo vigila desde una distancia prudencial –la voz en off de la primera escena, tomando riguroso examen, es inconfundiblemente la suya–, también Eric Rohmer y Jacques Rivette, dos de los popes de la nueva ola francesa, parecen echarle una mano a Piñeiro desde el otro lado del océano.

8-EL HOMBRE ROBADO

(Argentina, 2007)

Dirección y guión: Matías Piñeiro.

Fotografía: Fernando Lockett.

Montaje: Alejo Moguillansky.

Intérpretes: María Villar, Romina Paula, Julia Martínez Rubio, Francisco García Faure, Daniel Gilman Calderón.

Se exhibe exclusivamente en el Malba (Figueroa Alcorta 3415) los sábados a las 20 y los domingos a las 18.30.

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