CINE › “ALVIN Y LAS ARDILLAS”, DE TIM HILL
› Por D. B.
Uno de los escasos momentos efectivos de Alvin y las ardillas presenta a su protagonista humano, un músico en crisis laboral y personal, tratando de que unas ardillas cantarinas demuestren su talento frente al dueño de una empresa discográfica. Por supuesto, los bichos ni se mosquean: es sabido que no andan por ahí despuntando el vicio musical. El gag, lejos de ser original, remite a uno de los mejores cortometrajes animados de Chuck Jones, One Froggy Evening (1955), en el cual el dueño de una rana cantora intenta por todos los medios, sin éxito alguno, hacerse rico y famoso con su particular mascota. La razón del fracaso, origen de un dolor casi metafísico –y del placer y la risa del espectador–, es sencilla: el batracio sólo canta para su dueño, nunca ante una audiencia y mucho menos ante un productor artístico. Nada de eso ocurre en el largometraje de Tim Hill, en el cual los animalitos titulares se lanzan a una carrera en el showbiz sin que nadie se pregunte dos veces por el curioso milagro vocal.
Típico refrito de los tiempos que corren, Alvin y las ardillas retoma a los célebres personajes creados por el compositor Ross Bagdasarian a fines de los años ’50. Los talentosos roedores editaron varios discos y fueron protagonistas de dos series animadas de televisión, además de generar varias imitaciones en diversos puntos del planeta (en la Argentina hicieron furor Las Ardillitas de Lalo Guerrero, clon mexicano de sus vecinas norteamericanas). Ahora, mediante el uso de la tecnología digital disponible, los productores se lanzaron a una cruza de rodaje en vivo con animación en 3D para darle una lavada de cara a la franquicia, pero olvidaron en el camino la necesidad de un sostén dramático. Alvin exprime por enésima vez la historia de la banda de rock que conoce la fama demasiado pronto, olvidando en el camino el verdadero sentido de la familia, el amor y los valores humanos... perdón, “ardilleriles”.
El relato transita todos y cada uno de los lugares comunes del cine infantil reciente, con un especial énfasis en las escenas de destrozos de mobiliario y objetos. Por supuesto, detrás de la anécdota hay una lección a aprender: el capitalismo llevado al extremo es malo. El film lo demuestra al detallar como el trío de ardillas, recién abandonado por su madre –es decir: se trata apenas de niños–, es transformado en una máquina de generar dinero por un empresario inescrupuloso. Claro que la avanzada publicitaria y de merchandising de la película se encargará de borrar con el codo lo escrito, particularmente a la hora de vender la banda de sonido, una colección de temas teen-pop de dudoso gusto. Sin ningún sentido del ritmo cómico, Alvin y las ardillas es otro producto prefabricado que bien podría haber sido creado por ese oscuro y explotador hombre de negocios. Pobre Jason Lee, rostro familiar para los seguidores del realizador Kevin Smith y protagonista de la serie televisiva My Name Is Earl: con esas ardillas alrededor, sólo le queda gesticular en el vacío.
4-ALVIN Y LAS ARDILLAS
(Alvin and the Chipmunks, Estados Unidos, 2007)
Dirección: Tim Hill
Guión: John Vitti, Will McRobb y Chris Viscardi.
Fotografía: Peter Lyons Collister.
Montaje: Peter E. Berger.
Música: Christopher Lennertz
Intérpretes: Jason Lee, David Cross, Cameron Richardson y las voces de Justin Long, Matthew Gray Gubler y Jesse McCartney (en la versión subtitulada).
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