CINE › “ALIENS VS. DEPREDADOR 2”
Los hermanos Colin y Greg Strause crearon una de monstruos, sin más pretensiones que agradar a los fans del género.
› Por Horacio Bernades
Dirección: Colin y Greg Strause.
Guión: Shane Salerno.
Intérpretes: Steven Pasquale, Reiko Aylesworth, John Ortiz y Johnny Giles.
“¿Vos quién querés que gane?”, pregunta un colega antes de la proyección de Aliens vs. Depredador 2. Ese será el único chiste que se escuchará en la sala: es obvio que estos monstruos no cuentan con hinchada propia. El humor es una de las pocas cosas que le faltan a Aliens vs. Depredador 2 para parecerse a las películas clase-B de los ’50. El resto está: falta de temor al ridículo, monstruos como protagonistas, personajes apenas funcionales (en el mejor de los casos), actores más bien de madera, un guión que podría resumirse en una frase, una puesta en escena sencillita y esa inconfundible sensación de satisfacción que despiertan la modestia, la falta de pretensiones, la eficacia, la ausencia de la política del gato por liebre. Con eso solo, a películas como ésta les basta para mejorar tanto tanque tonto que anda dando vueltas por ahí.
Una de las novedades de Aliens vs. Depredador 2 (título contradictorio, ya que la 1 era Alien vs. Depredador, en singular) es la llegada del Alien a los EE.UU.: hasta ahora, el bicho de cola tentacular y mucha baba había andado siempre por otras galaxias. No así su rival, que en sus presentaciones solistas ya había estado en la ciudad de Los Angeles. Todo empieza donde había terminado: con unos depredadores transportando al enemigo en una nave espacial. “¿Y éstos por qué se pelean?”, puede preguntarse también, con tan poca respuesta como aquélla interrogación sobre monstruos y favoritismos. El hecho es que algo falla en la nave, un alien vuelve a nacer del pecho de alguien, un depredador recurre al mecanismo de implosión para casos de súper-recontraemergencia, la nave estalla y unos y otros van a caer a la tierra. Donde, sin haber hecho nada para merecerlo, los habitantes de un pueblito deberán presenciar estas agarradas ajenas, ligando más de un tortazo en el camino, como suele sucederles a terceros en discordia.
Dirigida por una nueva pareja de hermanos, los Strause –que vienen a sumarse a los Coen, Wachowski, Quay & Cía–, Aliens vs. Depredador 2 presenta otras novedades, exclusivamente destinadas a esos detectores de pequeñas variables que son los fans. Más allá de algún equipamiento nuevo, la más importante es, seguramente, la presentación oficial del Depredalien, cruza infame acontecida en aquella nave del comienzo. Aunque el nombre pueda hacer pensar en un alien depre, casi alleniano, se trata de otra cosa. “Es 80 por ciento Alien y 20 por ciento Depredador”, afirma la gacetilla, con rigor científico. “Tiene el exoesqueleto, la sangre ácida, la cola en forma de escorpión y la boca interior del Alien. Del Depredador, la mandíbula adicional y una versión ‘alienizada’ de sus ‘trenzas’.” En verdad, no resulta fácil distinguir a este Depredalien, por dos razones: la oscuridad dominante en la película y el negro azabache brillante que tiende a identificar, más que diferenciar, a Aliens y Depredadores.
Esa indiferenciación es, sin duda, un problema, pero la escasa luz constituye una decisión correcta por parte de los directores: en términos dramáticos, no hay peor cosa que ver a un monstruo por entero. Pierde misterio, pierde encanto, pierde la esencia misma. Y acá sí puede confesarse un favoritismo, en secreto: el Alien es mejor monstruo que el Depredador. Sucede que a este último su condición antropomórfica lo pone en serio riesgo de parecer un disfrazado de kermesse. O un rasta monster, por esas extrañas trenzas que le cuelgan a los costados. Y todo eso le quita un poco de seriedad. Pero igual la cosa funciona, por todas las características anotadas en el primer párrafo. Pensándolo bien, no es verdad lo de la total ausencia de humor. En un momento, un personaje más bien zonzo comenta que un representante del gobierno no puede mentir, porque “el gobierno nunca miente”. Y todos lo miran como quien mira a Karina Jelinek firmando autógrafos al dorso de un cheque. No es el único chiste político: sobre el final, alguien comenta que los monstruos ya se fueron, y por detrás, como contradicción ambulante, se ve pasar a un soldado del ejército norteamericano. Regalitos que suele deparar la clase-B.
“¿Al final quién ganó?” es otra pregunta para hacerse, y una tercera falta de respuesta. Lo que queda claro es que la cosa sigue, ya que en la última secuencia aparecen un montón de personajes nuevos, cuya única función en esta película es anticipar la próxima.
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