CINE › “LA LEYENDA DEL TESORO PERDIDO 2”
La segunda parte de la saga, dirigida por Jon Turteltaub, ratifica la glorificación de la historia oficial de los EE.UU. El elenco, notable, parece digno de mejores causas.
› Por Horacio Bernades
LA LEYENDA DEL TESORO PERDIDO 2:
EL LIBRO DE LOS SECRETOS
(National Treasure: Book of Secrets) EE.UU., 2007.
Dirección: Jon Turteltaub.
Guión: Cormac Wibberley, Marianne Wibberley, Gregory Poirier, Ted Elliott y Terry Rossio.
Fotografía: Amir Mokri y John Schwartzman.
Mezcla rara de cazador de tesoros y repositor de valores patrióticos, puede considerarse a Ben Gates como el perfecto antihéroe de aventuras, en tanto su sentido de la responsabilidad histórica va en contra de ese “largo todo y me voy, perche mi piace” que se requiere para andar de aquí para allá por el mundo, detrás de mapas y tesoros ocultos. Héroe puritano, Ben no lo hace por puro gusto, sino al servicio de una causa superior. ¿Qué causa? La de los Estados Unidos, tal como fueron concebidos por los padres fundadores. El propio nombre lo condena: se llama Benjamin Franklin Gates. Tras haber partido en busca de un cofre perdido luego de la Guerra de Independencia, ahora el bueno de Ben va al rescate de un viejo mapa que alguien lanzó al fuego, recién terminada la Guerra de Secesión. Su objetivo: lavar el nombre de un antepasado, héroe fundacional, y con él el de los padres de la Nación en pleno.
La gente de Disney debe haber percibido que la primera parte de la saga parecía más una solemne lección de historia (falsa) que una peli de aventuras, por lo cual convocaron a Ted Elliott y Terry Rossio –creadores de Shrek y guionistas de Piratas del Caribe– para que aplicaran aunque más no fuera un barniz de liviandad sobre la segunda. La leyenda del tesoro perdido 2: El libro de los secretos no será la mar de leve, pero comparada con la anterior puede parecer despreocupada y hasta insolente. Despreocupación no es lo que le sobra a Ben, a quien Nicolas Cage aporta su entrecejo más fruncido: nadie sueñe aquí con esos monos con navaja que el hombre del entretejido temprano supo componer en Cotton Club o Contracara. De la aventura anterior, Ben conserva algunos problemas (su linda esposa, de quien está separado a su pesar), la permanente compañía del papá (Jon Voight, equivalente de Sean Connery en Indiana Jones y la última cruzada), su ayudante tecno, Riley Poole, y la cercanía del FBI, representado por un Harvey Keitel con nuevo modelo de nariz.
El malo es Mitch Wilkinson (Ed Harris), que pretende embarrar el buen nombre de un recontratatarabuelo del héroe. ¿Tiembla la historia oficial de los Estados Unidos? Ni por asomo: el oficialismo de LLTP 2 es tal que el presidente de la Nación (Bruce Greenwood) no sólo es buen mozo y bien intencionado, sino que hasta puede recompensar a quien lo secuestre con ofrendas y regalos. La trama lleva de Washington a París y de allí al Palacio de Buckingham, con regreso al Salón Oval, la Biblioteca del Congreso y, finalmente, esa representación en piedra del Destino Manifiesto que es el Monte Rushmore. Debajo del cual se esconde cierta ciudad mítica de los pobladores originarios. Sí, a la vez que ponen en su lugar la historia oficial, Ben y familia quieren devolverle al indio algo de lo que se le quitó. ¿Las tierras? No, qué va. Unos kilos de oro, nomás.
Si se tiene en cuenta que exhibe el mayor desperdicio de grandes actores visto en bastante tiempo (Voight, Harris, Keitel), un amuchamiento de claves y códigos secretos que ni El código Da Vinci y una secuencia final que parece ideada por un ingeniero hidráulico, ¿qué es lo que LLTP 2 tiene de rescatable? En primer lugar, el disparate de su premisa, que impone en el espectador un necesario espíritu de indulgencia. En segundo término, la propia mecánica de la aventura, que infunde cierta bienvenida dejadez vacacional. Finalmente, la disfrutable presencia de dos rubias, afortunado contrapeso para tanto héroe nacional de la actuación. De una de ellas, Helen Mirren (madre de Ben), poco más puede decirse. De la otra, la alemana Diane Kruger (Helena en Troya), casi todo está por decirse. Entre otras cosas, que además de ser sumamente bonita, se deja llevar por la aventura con tal disposición, simpatía y ligereza, que bien harían sus más reputadas colegas en prepararse para la guerra.
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