CINE › JACK NICHOLSON CUENTA QUE ES LO QUE QUERRIA HACER ANTES DE MORIR
Desde el 11-S decidió dedicarse a la comedia. Y salvo alguna excepción (Los infiltrados) acata su norma. Incluso en Antes de partir, donde encarna a un enfermo de cáncer que se ríe de la muerte.
› Por Jesus Ruiz Mantilla
desde Londres*
De cerca, las leyendas adquieren una naturalidad que a veces desconcierta. Uno va a conversar con Jack Nicholson e imagina que encontrará la malicia de sus personajes corrosivos en la mirada, el peligro de cierta dosis diabólica en su sonrisa, que quedará paralizado por el poder magnífico de su voz... La seducción, en suma, de este hombre que ha convertido el histrionismo en virtud y ha ganado tres Oscar por Atrapado sin salida, La fuerza del cariño y Mejor... imposible. Todo eso se le vislumbran cara a cara las huellas de una vida intensa y al límite; salvaje y vitalista, plagada de conquistas, broncas, juergas y algún trauma como el que le debió asaltar cuando descubrió que su madre era la que creía su hermana y no su abuela, como le habían dicho desde que era niño. Pero lo que también encuentra el cronista es a un sujeto común y corriente, que atiende con una amabilidad cálida a quien va a verlo –“yo también he sido un fan”, asegura quien fue vecino de Marlon Brando hasta la muerte del genio–, acompañado de un paquete de Camel con filtro y un café que comparte con sus contertulios en un hotel de lujo londinense: “Jack no es como mis personajes; si no, no habría juego”.
El jueves que viene estrena en medio mundo –incluida Argentina– Antes de partir, de Rob Reiner. Es la más reciente de sus casi 70 películas, una comedia, porque es lo único que disfruta haciendo últimamente, con excepción de Los infiltrados, en la que trabajó con Martin Scorsese dando vida a un mafioso irlandés padrino de los bajos fondos de Boston. “Desde el 11 de septiembre no tengo ganas de hacer otra cosa que no sean comedias”, asegura. Y es en ese género donde ha encontrado un modo de expresión profundo, tan definitivo como el que muestran personajes fascinantes en sus manos como el del escritor racista, misógino y cruel de Mejor... imposible o esa otra joya cumbre en su carrera que es el jubilado viudo de Las confesiones del Señor Schmidt, de Alexander Payne. Ahora desafía a la muerte con otro maestro de pareja, Morgan Freeman. Juntos abordan la aventura de dos hombres unidos por el azar de una habitación compartida en una clínica médica, a quienes les anuncian esa noticia que a Nicholson (Manhattan, Nueva York, 1937) jamás le gustaría oír: que les quedan seis meses de vida.
–Da rabia que para una vez que se tiene la oportunidad de hablar con Jack Nicholson, alguien que ama tanto la vida, haya que hablar de la muerte.
–No nos queda más remedio. Lo primero que querría decir es que esta película ha causado un gran impacto en esas pruebas de audiencia que las productoras hacen antes de estrenar. Fue la segunda mejor considerada en la historia de Warner Brothers, algo que me sorprendió. Y una de las cosas que anotaba el público es que no se trata de una película sobre la muerte, sino sobre la vida. Tenemos que estar contentos los que la hemos hecho. Hemos cumplido.
–Esa es la gracia, entre otras cosas. Por ejemplo, que su personaje se toma la muerte como una gran juerga final.
–Bueno, todo depende de cómo se describa. Son las circunstancias. Cuando uno siente la guadaña de la señora apuntándote, se coloca en otra dimensión.
–En la que entra el humor negro.
–Sí, por eso mi personaje dice que muere más gente por las visitas que por enfermedad. Esas cosas unen a los dos personajes. Se han observado mutuamente, vienen de mundos diferentes, uno es un trabajador, el otro es rico y el dinero no es problema para él, sino la soledad. Son dos casos tan distintos que quizás por eso deciden lanzarse juntos a la aventura. Se retan diciendo ¿querés terminar tus días fingiendo que te importa que la gente sienta pena por vos o querés comerte lo que te queda de vida, cada minuto de oro? No es nuevo, pero es un proyecto estupendo, sin sentimentalismos.
–¿Le gustaría enterarse de cuándo va a morir?
–No. Es difícil tener preferencias en este sentido. Lo único que sé es que me gustaría que lo último que haga sea realmente de verdad, lo último que quiero hacer.
–Completamente de acuerdo.
–Como controlar el dolor hasta el final. Entrar en esa inconsciencia me inquieta. Me he dado cuenta de que muchos verbalizan su desgracia hipócritamente, consolándose con el más allá. Pero el dolor es tan inmenso, se te encoge tanto la piel que da lo mismo. Nadie quiere darse cuenta de que va a morir. Es falso. Así lo he visto en todos los casos con que me he topado.
–Seguramente esta película lo ha hecho reflexionar sobre su pasado. ¿Dónde queda el Jack salvaje? ¿Lo ve lejano?
–No, no. Lo que pasa es que el paso del tiempo te afecta, te mina ciertas capacidades. Uno no puede elegirlo. No es que yo haya empeorado, es que la vida me ha arrebatado cosas y justo por eso, mejoré otras. No quiero resultar tópico, pero soy algo camaleón. Lo que ustedes vean de mí en las películas no es lo que yo soy. Mi vida me sirve para el trabajo, pero no es mi vida la que reflejan los personajes que hago. La gente no debe conocer la verdadera naturaleza de los actores, si creen que te conocen es peor para tu trabajo, debes desactuar, hacer lo que yo defino como unjack, deshacerme de Jack.
–Usted lo que ha hecho es convertir el histrionismo en una virtud.
–Cierto. La frialdad es lo más fácil. Uno debe dejar que la emoción lo sorprenda en ciertas situaciones.
–Y así ha conseguido tres Oscar.
–Todo lo que tengo lo gané trabajando... Uno de mis principios en la vida es honrar al trabajador. También poniendo las cosas fáciles a quienes están cerca tuyo. Si uno quiere tener éxito, intenta que a sus compañeros también les vaya bien. Todo será más agradable.
–¿Qué otras hazañas quiere conseguir?
–No sé. El otro día pensaba que llevo trabajando casi la mitad de la vida de la historia del cine. El cine cumplió más de 100 años y yo llevo más de 50. Caer en eso me impactó. Soy un trabajador, me canso a veces pero tengo la suerte de que cuando quiero descansar, descanso.
–Pero parece en estado de gracia, en los últimos tiempos ha conseguido interpretaciones especiales. ¿La experiencia?
–Y no callarme. Cuando no entiendo algo no me gusta cerrar la boca. Pero también porque quiero disfrutar y que la gente disfrute más con mi trabajo. Después de este panorama insufrible al que hemos llegado tras el 11-S tomé una decisión implacable: no me entero de nada, así que voy a dedicarme a la comedia.
–El género más difícil...
–Lo más duro, me he dado cuenta. La forma de actuación más sofisticada, pero tengo suerte, porque he trabajado con expertos en ese campo, James L. Brooks, Nancy Myers, Adam Sandler, Alexander Payne y ahora con Rob Reiner. Saben lo que hacen y yo aporto. Yo soy simplemente un tipo que hace películas.
–A través de la comedia uno puede llegar a lo más profundo, como pasa en Mejor... imposible, en la que un cabrón se convierte en una buena persona. ¿Se puede pedir más?
–Se transforma por amor.
–Y por un perro...
–Es la interacción, se va construyendo a través de las enseñanzas de los demás. Hay que estar abierto a lo que te rodea. Aquel personaje vivía en una cerrazón, no se puede pensar que el 95 por ciento de la gente se equivoca. También la vida te enseña todo lo que quieras aprender, más si fuiste empresario teatral, salvavidas o bombero, como yo. En esos casos hay que tener claro algo: no podés tomarte nada a la ligera, te destruye. Tampoco ser tan cretino como los políticos en Estados, Unidos que piensan que la gente es tan poco inteligente que necesita líderes. No se puede despreciar a nadie, y más cuando no hacen otra cosa que pedirte un autógrafo, porque yo también he sido un fan.
–¿De quién?
–Del cine. Me metí a trabajar en la Metro de cadete para poder ver a las estrellas de cerca. Ni soñaba que iba a estar en las películas, pero...
–Así empezó...
–Sí. Aunque hay cosas que me molestan de la fama. Si voy a un museo, por ejemplo y la gente no se fija en Van Gogh sino en mí. Ofende mi sentido de la medida y mi sensibilidad estética, pero debo ser consciente del impacto del cine en nuestras vidas. A lo mejor, no sucede tanto con los habitantes de Londres o de Nueva York, pero en Nebraska... La gente no ve estrellas de cine y si caés por ahí se acordarán toda su vida. Uno puede hartarse hasta decir basta, pero si puede ser amable, debe serlo. No cuesta nada dejar un buen recuerdo. Es tan fácil...
–¿No andar por ahí amargado por el éxito, como tantos otros?
–Exactamente. Pensar que para la gente, verte, será un recuerdo imborrable. Nos pasa a nosotros también. Nos gusta aprovechar al máximo el momento. Aunque somos tan tontos que cuando lo disfrutamos, ya es un recuerdo. Si no somos conscientes de sacarle el jugo a cada instante, nos equivocamos.
–Se pierde...
–Sí, como decía Churchill, que se definía como optimista porque, según él, las demás alternativas todo lo empeoraban. ¡Esa obsesión con que la vida es una mierda! ¿Y qué? ¡Saberlo no arregla nada, lo empeora!
–Una de las cosas que van cada vez peor es Hollywood. ¿En qué manos está?
–Yo llegué a Hollywood cuando las grandes productoras cambiaban de manos por cuestión de impuestos. Pasar de propiedades privadas e individuales a grandes alianzas salía más a cuenta. Por eso los actores fueron creando productoras independientes. Antes de ese cambio era un imposible. Ahora, las multinacionales han cambiado. Hay demasiados huevos en una sola canasta y baja el nivel. Se produce mucho y se les va de las manos. Cualquiera debería centrarse en tres o cuatro películas que son las que importan, pero el trabajo de los grandes ejecutivos se centra en las otras doce que no les gustan. Toman decisiones que les desgastan en lo que no les gusta hacer. Seguro que nadie de la industria se lo reconoce así, pero a mí me importa este mundo y así lo veo. La sabiduría es fuerza. Tampoco les interesa distribuir cine extranjero. Nosotros crecimos viendo a Buñuel, a Fellini, a Tru-ffaut. Ibamos al cine cada semana con la esperanza de encontrarnos una obra maestra, pero ahora, el negocio es tan duro que piensan que distribuir obras de arte es filantropía. Sólo les interesan los resultados, los beneficios.
–¿El exitazo puro y duro?
–Cuando yo empezaba a tener éxito, estrenar en 500 salas era una barbaridad. Ahora proyectan en miles. ¿Por qué? Porque lo quieren recaudar todo rápidamente, de golpe. Tampoco les importa que en cada país se cambie el título según convenga. No culpo a nadie por querer hacer su trabajo de manera fácil, pero sí por no hacerlo bien. Todo es importante, hasta los pequeños detalles.
–Y en su lista de últimos deseos, de cosas pendientes, ¿qué pondría? Seguro que no la ha hecho todavía, pero, ¿lo ha pensado?
–Cosas sencillas. Cocinar como un artista, hablar muchos idiomas, meter la bola de un golpe en un hoyo al jugar al golf, inventar algo tan grande como un clip para papeles.
–¿Algo útil o alguna película más?
–Bueno, eso no está tan presente en mi lista, aunque si usted conoce a Almodóvar, dígale que una de las cosas sería trabajar con él. Con Marilyn Monroe, también...
–La tecnología avanza y eso último hasta lo podría hacer.
–Hace tiempo que sé qué podría hacer en una película con Marilyn Monroe, pero no se lo voy a contar...
*De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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