Vie 08.02.2008
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CINE › “SHINE A LIGHT”, UN COMIENZO A TODO TRAPO PARA EL FESTIVAL

Martin Scorsese, el Quinto Stone

El espléndido concert film que el director realizó sobre un show en el Beacon Theater de Nueva York y la presencia del grupo en pleno pusieron un brillo inédito en la apertura.

› Por Luciano Monteagudo
desde Berlin

Tenían que venir Los Rolling Stones a ponerle luz y fuego a la apertura de la Berlinale. Acostumbrado a aperturas más adustas y mucho menos vibrantes, anoche el Berlinale-Palast se sacudió con el estreno mundial de Shine a Light, el documental que Martin Scorsese dedicó a sus Majestades Satánicas. Comparada con la de Cannes, que siempre rebosa de estrellas y paparazzi, habitualmente la alfombra roja de Berlín –que debe luchar contra el frío y muchas veces también la nieve, que ayer perdonó al festival– suele ser más bien parda, por no decir gris. Pero ayer, con el paso firme de Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts – más Scorsese, convertido en un quinto Stone–, la Berlinale literalmente se encendió, como si hubiera obedecido alegremente el grito de Jagger en “Start Me Up”.

Filmada a fines de 2006 en el legendario Beacon Theater de Nueva York, en dos conciertos organizados especialmente para el rodaje de la película, Shine a Light nació por iniciativa de Jagger, pero contó con el entusiasmo inmediato de Scorsese. O casi. “Cuando estábamos por hacer aquel inmenso concierto al aire libre en la playa de Río de Janeiro, durante el Bigger Bang Tour, le pregunté a Marty si quería venir a filmarlo, pero tuvo sus dudas”, confesó Mick, como si charlara en una rueda de amigos, en la multitudinaria conferencia de prensa que siguió a la primera proyección de la película. “Entonces nos pusimos a conversar y surgió la idea de filmar un concierto más íntimo, en Nueva York, donde Marty se sentía más cómodo y se aseguraba el máximo control posible.” El resultado ahora está a la vista: un espléndido concert film, en el que Scorsese recupera un concepto básico, que parecía perdido para el cine musical: ver y escuchar magníficamente los temas completos, sin interrupciones ni montajes cliperos.

El comienzo de Shine a Light, en blanco y negro, muestra un poco de la cocina de la película. Mientras de gira, en Londres o Vancouver, los Stones se divierten con la maqueta que les envía el director para que vayan viendo cómo va a estar decorado el Beacon (“Parece una casa de muñecas”, se ríen), en Manhattan Scorsese se desespera porque nunca recibe de parte de Jagger la lista definitiva de los temas a tocar, un detalle imprescindible para que él pueda armar un guión para las cámaras. Faxes de ida y vuelta, con canciones y sugerencias, más algún llamado telefónico, no tranquilizan precisamente a Scorsese, que se muestra a sí mismo más nervioso y ridículo que Robert De Niro en El rey de la comedia.

El día del primer concierto parece aún peor. Al teatro llega Bill Clinton y se ofrece a participar como maestro de ceremonias, pero lo único que hace es demorar los ensayos. Primero porque hay que esperar a la senadora Hillary y luego incluso a la madre de Hillary, una señora tambaleante que tampoco se quiere perder la posibilidad de conocer personalmente a los Stones. Todos se comportan con una paciencia y una formalidad ejemplares –Jagger revela una vez más sus dotes de diplomático– hasta que Keith Richards se acerca a saludar a la anciana dama y con su mejor sonrisa de pirata, como si estuviera a punto de secuestrarla en su buque corsario, le susurra con voz aguardentosa a la mamá de Hillary: “Hi Dorothy!”.

Pero todo esto son apenas unos pocos minutos de película. Para cuando empieza el concierto –con “Jumpin’ Jack Flash”, que por supuesto no era la apertura prevista–, todos desaparecen y sólo quedan en la pantalla los Stones. Previsoriamente, Scorsese se había ocupado de colocar 16 cámaras (“¿Tantas?”, se queja Jagger al comienzo) para no perderse detalle y poder seguir la temperatura del concierto de acuerdo con las necesidades del grupo. Los puntos altos son muchos, pero parece difícil no rendirse al encanto de temas clásicos –“She Was Hot”, “Sympathy For The Devil”, “Satisfaction”– que los Stones encaran con un entusiasmo especial, como la espectacular versión de “Some Girls”, donde Jagger parece que la cantara por primera vez.

Hay, es verdad, algunos invitados prescindibles, como Jack White (de los White Stripes) y Christina Aguilera, que no están a la altura Stone. Muy diferente, sin embargo, es el caso del blusero Buddy Guy, que comparte con el grupo un viejo, magnífico tema que solía hacer Muddy Waters, “Champagne and Reefer”. Aquí, claro, el que más disfruta es Richards: hay un plano estupendo, cuando durante un punteo de guitarra escupe –y Scorsese lo registra en cámara lenta, como si fuera Harvey Keitel en Calles peligrosas– la colilla del cigarrillo que venía aguantando hasta el final en la punta de sus labios.

Cada dos o tres temas, Scorsese se permite unas pausas, unas breves cisuras con material de archivo. Son apenas unos pocos flashes, con imágenes muy poco vistas, como esas en las que un Jagger casi todavía adolescente se baja de un helicóptero para discutir con las fuerzas vivas de la sociedad británica –un atildado periodista del Times, un político, dos clérigos– la imagen y el ejemplo que los Stones dan a los jóvenes. Pero estos hiatos a Scorsese sobre todo le sirven para reforzar la idea general de la película: que los Stones siguen tan vitales hoy como hace cuatro décadas.

“Su música siempre fue parte de mí –reconoció ayer Scorsese, rodeado por Jagger, Richards, Wood & Watts–, desde que los escuché por primera vez a fines de los ’60 y los vi en el show de Ed Sullivan. Hay una energía en los Stones que siempre me inspiró, imaginaba secuencias enteras con sus temas, que usé más de una vez. Así que yo estaba seguro de que alguna vez los iba a filmar. Nos llevó más tiempo del que todos pensábamos, pero me parece que logramos capturar la tensión, la poesía en movimiento de un concierto en vivo. Acá no hay sobregrabaciones ni nada de eso. Lo que se escucha es lo que se ve.”

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