Jue 27.03.2008
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CINE › PELICULA-HECHA-PARA-GUSTAR, CARAMEL NO ES PURA MIEL

En la peluquería musulmana

Lo que hace de la de Labaki una película disfrutable y hasta conmovedora es el modo –sincero y lleno de tacto– en que la realizadora se acerca a sus personajes: nunca los toma como representaciones o condensaciones temáticas, sino como tales.

› Por Horacio Bernades

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CARAMEL
(Sukkar Banat, Líbano/Francia, 2007.).

Dirección: Nadine Labaki.
Guión: N. Labaki, Jihad Hojeily y Rodney Al Hadad.
Intérpretes: Nadine Labaki, Yasmine Al Masri, Joanna Moukarzel, Gisèle Aouad, Adel Karam y Siham Haddad.

Quien quiera saborear este caramelo deberá regurgitar previamente dos grandes cucharadas de aceite de ricino. La primera consiste en que, por más que se trate de una película libanesa, a lo largo del metraje no se hace la más mínima referencia al estado de guerra que desangra a ese país desde hace décadas. Negación lisa y llana, política del avestruz o mero cálculo comercial, nada de esto habla muy bien del compromiso cívico de su factótum, la realizadora, coguionista y protagonista Nadine Labaki. La segunda cucharada es el carácter claramente formulaico del asunto. En el ámbito de lo que antes se llamaba peluquería –y ahora se prefiere glamorizar con la tilinguería de “salón de belleza”– se entreteje un ramillete de historias femeninas, todas ellas vinculadas con el deseo y la frustración amorosa. Agréguesele el factor políticamente correcto que da la pertenencia de las chicas a la comunidad musulmana, y cartón lleno.

La primera cucharada es de las que se toman o se dejan. La segunda termina resultando menos indigesta de lo que a primera vista parecería. Es que cuando una fórmula se cocina con convicción y gracia, con gusto y personalidad, el plato (el caramelo) se disfruta, por mucho cálculo que haya detrás. Eso sucede con esta coproducción francolibanesa, ópera prima de Labaki, que hasta llegó, el año pasado, a la muy prestigiosa Quincena de Realizadores de Cannes. Crowd pleaser, o película-hecha-para-gustar, Caramel no es pura miel. Si deja un regusto algo ácido, es porque el producto de depilación al que en Medio Oriente se le da el nombre de “caramelo” (cuya preparación chorrea, en imágenes voluptuosas, sobre los títulos de crédito) se fabrica con azúcar, sí, pero también con agua y limón.

Tres socias tiene el salón “Si Belle”, ubicado en pleno centro de una Beirut a la que no conmueven misilazos. A todas ellas, la intolerancia de su comunidad de pertenencia les impone vivir en el secreto. El de Layale (Labaki responde, casi escandalosamente, al prototipo de “belleza árabe”) está detrás de ese celular que, cada vez que suena, ella corre a atender en privado, dejando cortes y peinados por la mitad. Próxima al casamiento, el secreto de Nisrine se halla algo más escondido: ella ya no es virgen, y algo tendrá que hacer con eso si no quiere convertirse en descastada. Vestida siempre al descuido y con zapatones (algo particularmente notorio, entre el exceso de joyas y maquillajes que suele lucir cada una de sus congéneres), Rima debe disimular el cosquilleo, cada vez que alguna chica se sienta a su lado en el asiento del tren.

Típica chick-flick o “película de mujeres”, desde ya que el catálogo de personajes y conflictos de Caramel no difiere demasiado del de Tomates verdes fritos, Mystic Pizza, Amores que nunca se olvidan y millones de productos por el estilo. Lo que sí difiere, lo que hace de la de Labaki una película disfrutable y hasta conmovedora, es el modo –sincero y lleno de tacto– en que la realizadora se acerca a ellos. Labaki no toma a sus personajes como representaciones o condensaciones temáticas, sino como tales. Es tan tocante la dependencia amorosa de Layale, por un hombre que cualquiera (menos ella) adivina que jamás dejará a su esposa, como la recostura de himen a la que se somete Nisrine, o el freno que debe ponerse Rima frente a una clienta por la que se derrite. Algo semejante puede decirse del rostro hipermaquillado y la íntima desesperación ante el paso del tiempo que consume a Jamale, la clienta más fiel del “Si Belle”. O de la cita a la que una vecina no va, atada como está al cuidado de su graciosa pero siniestra hermana loca.

Es verdad que en este universo los personajes masculinos no abundan. Sin embargo, cuando aparecen reciben tratamiento equitativo. Ver si no a ese tímido policía enamoradizo, capaz de hacerle la boleta a Layale (en sentido literal, no figurado) sólo para que la morocha deposite unos segundos en él sus negrísimos y esquivos ojazos.

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