CINE › “EL JARDINERO FIEL”
Un fuerte cóctel de efectos colaterales
› Por Horacio Bernades
¿Es El jardinero fiel un film de denuncia, un alegato contra los grandes intereses farmacéuticos, una película que señala a sus espectadores qué y cómo pensar? Por suerte, no: esa clase de films suelen ser didácticos, unívocos e inductores de sentido. Lejos de ello, El jardinero... es un thriller, un film de entretenimiento, basado en una novela del maestro del espionaje John Le Carré. Pero Le Carré no es un mercachifle, un comerciante literario, un productor de best sellers que sólo piensa en su cuenta bancaria. Como sir Graham Greene, sin dejar de hacer literatura de entretenimiento el autor de El espía que volvió del frío, La casa Rusia y El sastre de Panamá supo mantener un compromiso personal, social y político, que además volcó en su obra, de modo creciente y en proporción directa a la decepción que el mundo contemporáneo parece provocarle.
No es el menor de los méritos del brasileño Fernando Meirelles que –puesto al comando de esta producción internacional tras el resonante batacazo de Ciudad de Dios, tres años atrás– la versión fílmica de El jardinero... logre consumar el raro milagro de ser un producto masivo (con las dosis de suspenso, intriga y apelación a la emoción que esa clase de productos suelen requerir) y, a la vez, dejar pensando en ese mundo contemporáneo que tanta alarma le produce al honorable David John Moore Cornwell, nombre verdadero de Le Carré. Y lo hace sin que suene falso, forzado o demagógico. A diferencia de muchos héroes de las novelas de JLC, Justin Quayle (Ralph Fiennes) no es un espía, sino un oscuro miembro del cuerpo diplomático, habituado a cumplir órdenes sin plantearse demasiado sus razones. Varios años menor, en cuanto aparece Tessa (Rachel Weisz) se revela como polo opuesto de Quayle, al echarle en cara el apoyo del gobierno británico a la ocupación de Irak. A la que, con típica acidez inglesa, ella llama Vietnam, la secuela.
Un poco como por arte de magia y con una velocidad que seguramente están entre las escasas concesiones a la inverosimilitud que El jardinero fiel se permite, esta agua y aceite terminarán mezclándose a fondo, primero en la cama y después en la vida. Trabajando para una ONG en Kenia, la altruista Tessa –señora Quayle, a esta altura– descubrirá que ciertas corporaciones farmacéuticas no se hallan precisamente empeñadas en velar por la salud de pobres y menesterosos, sino más bien en experimentar con ellos, como cobayos y eventualmente al precio de sus vidas. Para todo ello los asiste una complicidad diplomática que podría salpicar hasta a las más altas esferas. Como de allí en más la love story da paso al thriller –con proliferación de espías, conspiraciones y atentados– no conviene dar más detalles. Apenas observar que –motorizado por una suerte de extraño amor retrospectivo– el descomprometido Quayle ha dejado de ocuparse de las plantitas de su jardín para involucrarse en asuntos mayores.
En una película de Hollywood, todo lo que El jardinero fiel mitiga se hubiera visto inflacionado: el idealismo subyacente, la denuncia, la corrección política, el arrojo y heroísmo del protagonista. En cambio, el muy británico realismo de Le Carré previene de todas esas estratagemas, haciendo del héroe un tipo común, diluido y opaco (justísima la elección de Fiennes) y conduciendo la trama con creciente amargura, hasta un final que es pesimista a niveles terminales. El guión de Jeffrey Caine hace honor a la ambición narrativa de Le Carré, desarrollando personajes de dos caras (sobre todo Tessa y los miembros del cuerpo diplomático) y haciendo proliferar secundarios, ramificaciones y subtramas. Que requieren ser seguidos con atención, pero jamás caen en la confusión.
Acierta también Meirelles con una línea narrativa que –en contra de la linealidad y legibilidad que suelen ser sine qua non para esta clase de productos– va y viene en el tiempo, narra sesgada e interrumpidamente, fragmenta y discontinúa planos y mezcla formatos y texturas. El resultado es una película fracturada, en fuga, que a medida que avanza parece ponerse tan intrincada que se hace difícil aprehenderla en plenitud. Al revés de lo que sucedía con el irritante hipermanierismo de Ciudad de Dios, la de Meirelles es esta vez una decisión estética perfectamente funcional, nada esteticista. Fracturado, en fuga, demasiado vasto e intrincado es el mundo en el que El jardinero fiel transcurre. Tan parecido al nuestro, que toda semejanza no debe ser pura coincidencia.
8-EL JARDINERO FIEL
(The Constant Gardener) Gran Bretaña, 2005.
Dirección: Fernando Meirelles.
Guión: Jeffrey Caine.
Fotografía: César Charlone.
Intérpretes: Ralph Fiennes, Rachel Weisz, Danny Huston, Bill Nighy, Pete Postlethwaite, Hubert Koundé, Archie Panjabi y Gerald McSorley.