CINE › EL ABOGADO DEL TERROR, DE BARBET SCHROEDER, EN “TRAYECTORIAS”
El francés Jacques Vergès fue el abogado defensor de Pol Pot, Klaus Barbie, el terrorista internacional Carlos el Chacal y el genocida serbio Slobodan Milosevic. Y vivió para contarlo.
› Por Horacio Bernades
“No fue para tanto, siempre se exagera, no se trató de un genocidio”, afirma la voz, clara y bien timbrada, sobre las primeras imágenes de El abogado del terror, filmadas en Camboya. ¿A qué se refiere la voz? Al genocidio cometido en ese país por el Khmer Rouge, durante los años ’70. Según todas las enciclopedias, durante los tres años que duró en el cargo de primer ministro de ese país, Saloth Sar, más conocido como Pol Pot, llevó a la muerte a una cifra que, según la fuente de la que se trate, oscila entre los 750 mil y el millón y medio de ciudadanos. Hay una persona en el mundo que no cree que sea para tanto y esa persona es el célebre abogado Jacques Vergès. Todavía en actividad a los 83 años, Jacques Vergès es el protagonista de El abogado del terror, alucinante documental de dos horas veinte dirigido por Barbet Schroeder, cuyas proyecciones en el Bafici pueden producir el efecto de una bomba de fragmentación.
Como para que quede claro por qué la película se llama como se llama, Vergès no sólo defiende públicamente a su amigo Pol Pot cada vez que cuadra, sino que lo hizo en los tribunales con el criminal de guerra nazi Klaus Barbie, el negacionista francés Roger Garaudy, el terrorista internacional Ilich Ramírez Sánchez (más conocido como Carlos el Chacal) y, faltaba más, el genocida serbio Slobodan Milosevic. En cuanto pusieron en prisión a Saddam Hussein corrió a ofrecerle sus servicios (Saddam no los aceptó) y alguna vez afirmó que, de haber podido, no hubiera titubeado en defender al mismísimo Adolf Hitler. “Defendería hasta a Bush”, bromea (¿bromea?) este verdadero dandy, hijo de padre francés y madre vietnamita, nacido en Tailandia y criado en la isla de Reunión. Con unos ojos rasgados que se achican todavía más cuando sonríe (y lo hace seguido), sosteniendo un eterno puro cubano entre dos dedos, durante todo el documental Vergès se presenta en su trono-sillón de cuero marrón, en su despacho enclavado en una de las zonas más elegantes de París. Habituado a vérselas con tipos de cuidado, Barbet Schroeder (que a mediados de los ’70 filmó, en Uganda, la célebre Idi Amin Dada, un autorretrato) lo deja hablar sin repreguntar, con espíritu más de novelista que de fiscal.
Lo bien que hace: debe haber pocos seres en el mundo que parezcan tan escapados de una novela de Graham Greene o Le Carré como Vergès. El pequeño hombrecito vestido de Armani no es un mercenario que se venda al mejor postor (no sólo eso, en tal caso). Si por algo se destacó desde sus tiempos de estudiante fue por su condición de fogoso militante. ¿De algún partido de ultraderecha, seguramente? Todo lo contrario: Vergès fue siempre del PC. ¿Habrá limitado su militancia al apoyo de causas lejanas, sin moverse de su confortable buffet? Para nada: en cuanto le entregaron su diploma, en 1955, el hombre voló a Argelia, en plena guerra de la independencia contra Francia. No conforme con defender a los principales militantes anticolonialistas, en medio del juicio sacaba la bandera del FLN y se la sacudía a los jueces en la cara. Lo cual no le impedía ganar los juicios más imposibles. Y si no los ganaba durante el juicio, los ganaba después.
Es lo que sucedió con Djamila Bouhired, la Pasionaria argelina, condenada a muerte por el asesinato de once civiles inocentes, tras plantar una bomba en un bar superpoblado (el episodio es reconstruido en una de las escenas más famosas de La batalla de Argelia). Casi en tiempo de descuento, Vergès no sólo logró del gobierno de De Gaulle la absolución de esa mujer bellísima, sino que terminó casándose con ella (unos años más tarde le “soplaría” la mujer al venezolano Carlos, su defendido). Uno de los fragmentos más alucinantes de El abogado del terror es cuando, durante la segunda mitad de la película, se reporta la misteriosa desaparición de Vergès, durante varios años, en plenos ’70. Allí sí, el documental de Schroeder se convierte decididamente en una de Greene o Le Carré. Durante su desaparición de la luz pública, Vergès habría ido a parar a los campos de entrenamiento palestinos, colaborado con su amigo Pol Pot en Camboya, defendido a los miembros de la célula alemana Baader-Meinhof, o hecho de puente entre la Internacional Terrorista y el nazi suizo François Genoud, financista de todos esos grupos de ultraizquierda.
Durante ese largo bloque es tanta la información que despliega El abogado del terror, tan ramificada, laberíntica y vertiginosa, que la propia película parece marearse, instigada por la febril partitura del compositor chileno Jorge Arriagada. Después de eso, el espectador dejará la sala con la inconfundible sensación de que todos sus libros de Historia Contemporánea han sido dinamitados para siempre. Algún día tenía que ocurrir.
El abogado del terror se verá hoy a las 18 en el Atlas Santa Fe 1, el martes 15 a las 14, en el Teatro 25 de Mayo y el sábado 19 a las 13.15, en el Hoyts 12.
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