Mié 23.04.2008
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CINE › DANIEL BURMAN Y LAS IDEAS QUE ALIMENTAN EL NIDO VACíO, QUE SE ESTRENA MAñANA

“La melancolía puede ser optimista”

“Una vez que uno pasa la adolescencia y se entera de que no es inmortal tiene todo el derecho de temerle a la muerte”, dice el director, que apela a la fuerte presencia de Cecilia Roth y Oscar Martínez en personajes que “hacen lo que pueden”.

› Por Oscar Ranzani

Cuando los hijos son adolescentes comienza un proceso que la familia atraviesa de maneras muy diferentes, debido a que los chicos ya crecieron y dejarán, entonces, la casa de los padres. Si bien los tiempos han cambiado y, en algunos casos, cada vez se retrasa más esa mudanza (por motivos socioeconómicos antes que culturales), el resultado es el mismo: para los padres este cambio puede vivirse como un retorno a cierta libertad o como un vacío difícil de llenar. Ante una ruptura en las costumbres familiares, queda una puerta abierta a la crisis. Algo de esto ocurre en El nido vacío, nueva película de Daniel Burman, uno de los máximos exponentes del Nuevo Cine Argentino surgido a fines de los ’90 y creador de una filmografía que incluye a Esperando al Mesías, El abrazo partido y Derecho de familia, entre otras. El resultado de El nido vacío –que se estrena mañana– es “una comedia melancólica”, según define el cineasta, y cuenta con el protagónico de dos actores de peso como Oscar Martínez y Cecilia Roth que, como señala el chiste fácil, ya fueron pareja en el ciclo televisivo Nueve lunas. Ahora, a los cincuenta y ante la inminencia de ese cambio que produce la ida de los hijos, Leonardo y Marta experimentarán ese proceso de modos muy distintos.

“Yo venía haciendo películas que tenían que ver con cuestiones más personales, no estrictamente autobiográficas pero sí con reflexiones sobre momentos de la vida pasados”, relata Burman. “Entonces, me interesaba hacer una transformación y trabajar más con miedos a momentos que sobre vivencias”, agrega Burman, que es padre de hijos pequeños y por lo tanto no experimentó la situación de su película. El director reconoce que los miedos son más verdaderos que las vivencias. “A las vivencias uno las va transformando todo el tiempo. En cambio, los miedos son absolutamente certeros.” Después de estudiar con detalle el lugar que ocupan los hijos en una pareja, le resultó interesante el momento en el cual eso se desarticula “y queda ahí un ámbito que permite hablar y hacer un montón de cosas. Y, a la vez, cómo se enfrenta eso en la pareja y cómo lo enfrenta uno”. A partir de esa primera hipótesis surgió la historia que “devino por otros lados y tiene que ver con la fantasía, con la creación, con cómo, a veces, nos corremos un poquito de la realidad para poder soportarla y un montón de tópicos más, pero que tienen que ver con la crisis de cierta edad y con la sensación de si uno ya ha hecho lo mejor”.

–¿Por qué la familia es el tema que atraviesa sus últimas películas desde diversos aspectos?

–Yo no sé qué otros temas hay (risas). No es que sea un tipo conservador ni mucho menos. Pero para bien o para mal, la familia se ve reflejada en todo. Por ejemplo, cuando una persona te resulta difícil o insoportable, conocés a los padres y te cierra todo (risas). Somos consecuencia de nuestra familia en forma horizontal y vertical. Somos como una compresión de todas esas fuerzas, una resultante de nuestra familia por presencia o ausencia. Me parece el tema. De hecho, yo trabajo mucho con la identificación con los personajes y me cuesta identificarme con la historia de un pintor belga que pinta con la punta del dedo índice. No me mueve nada. O el hombre que cruzó en velero el lago Titicaca. No me importa. Los personajes excéntricos me aburren y me parecen banales. Los personajes que tratan de transitar de una manera airosa lo patética que es la vida cotidiana me parecen fascinantes.

Miradas diferentes

–Si en Derecho de familia se producía la llegada del hijo, en El nido vacío los chicos ya crecieron y se van de la casa familiar. En la anterior tenía la posibilidad de haberlo vivido, ya que usted es padre. En este caso, no. ¿Se basó o se inspiró, entonces, en experiencias propias como hijo para analizar las relaciones de los padres con los hijos adolescentes?

–Como hijo no, porque mis padres transitaron muy bien ese proceso y no hubo –que yo sepa– las crisis que están en la película. Pero sí tomé de muchas crisis de mi alrededor. Soy un fanático de las parejas de esa edad y de sus comportamientos sociales. En ese sentido, sí hice un trabajo muy grande de observación, pero más que nada tuve en cuenta que no quería recrear el verosímil de una pareja de esa edad, sino el verosímil de un tipo de mi edad sobre cómo proyecta en base a sus miedos su vida y su pareja en ese momento. Es decir, no quería recrear un momento, sino basarme en los miedos y fantasías de alguien de otra generación.

–¿Leonardo y Marta son felices a pesar de todo?

–Están en una categoría poco mostrada en el cine: hacen lo que pueden. La felicidad o la tristeza que a veces nos muestran las películas norteamericanas no existen. Uno vive en ese medio tono la mayor parte del tiempo. Sobrevivir dignamente en ese medio tono no está mal. No juzgo el grado de felicidad. A veces, nos imponen ciertos modelos de felicidad plena que son muy frustrantes porque no los alcanzamos nunca. Si uno pudiera ir al futuro y las cosas que encuentra no le agradan demasiado, volvería y revalorizaría lo que tiene. También en la película hay algo de eso.

–¿Se propuso también reflejar cómo se vive el amor con el paso del tiempo?

–No me lo propuse, pero quizás esté reflejado. No me interesaba tanto la pareja en sí: está como en un stand by. Lo que sí me interesaba era mostrar que hay ciertas crisis existenciales que tienen los miembros de una pareja que son únicamente resolubles por uno de los miembros, y el otro no puede hacer nada. Y lo único que puede hacer uno es esperar que haga su propio derrotero y que después retorne o no. No es un momento de desamor, sino que hay una pieza de la pareja que debe ir al service. Ese service es externo, no se hace en casa (risas).

–Otro tema que plantea su película, al menos como reflexión para el espectador, es el miedo a envejecer...

–Es un miedo muy presente. Ahora está muy de moda la medición del éxito, sobre todo en la TV. Siempre pienso: ¿qué hablan de éxito si nos vamos a morir todos? No hay éxito, todos somos un fracaso: al final, todos nos morimos. Hay que tener un cambio de perspectiva urgente (risas). Cómo contamos nuestro fracaso y cómo lo vivimos es, si se quiere, el camino al éxito. Y esto por más que suene medio de autoayuda, hay algo que es así. En mi caso, el miedo al deterioro más que a la muerte está presente, y no tengo la edad del personaje. No creo que uno necesite tener cierta edad para empezar a temerlo. Una vez que uno pasa la adolescencia y se entera de que no es inmortal, tiene todo el derecho de temerle a la muerte.

–¿Qué factor juega la nostalgia en la vida de Marta y de Leonardo?

–Yo diría melancolía. El otro día trataban de que definiera la película y encontré una definición que es la que más me satisface: una comedia melancólica. La melancolía en Leonardo por su trabajo (N. de la R: es escritor) es su materia prima. Pero, de alguna manera, uno puede tratar de que esa melancolía no sea un anclaje pesimista, de fracaso, sino que puede revitalizarlo y convertirlo en una melancolía optimista. Tiene que ver con tomar aquellos hechos de nuestro pasado y tratar de transformarlos o de reciclarlos en una felicidad presente. Ese desafío está en la película y creo que es posible.

Reparar las grietas

–En cuanto al perfil de los personajes, Marta prefiere una vida más pública y Leonardo una más íntima. ¿Por qué lo pensó de esta manera?

–Porque Leonardo se está escapando de su presente. Es un personaje perdido en su presente. Tiene un estadio vital pero está corrido, está totalmente desfasado o se está corriendo porque no quiere asumir su nueva etapa. Por eso es tan importante cuando va y habla con el yerno, y descubre que hay otro hombre que es muy importante para su hija. Hasta que eso no ocurre, él todavía está deambulando por esa casa, buscando algo que no sabe bien qué es. Pero, en realidad, lo que tiene que enfrentar (y que le va a evitar el patetismo) es asumir la etapa de la vida que está viviendo, que es lo más difícil para todos: hombres y mujeres.

–Marta tiene una necesidad mayor que Leonardo de “llenar la casa”...

–La visión mía como autor, en realidad, es que ella siente como un alivio, que la casa se puede llenar de otras cosas. Y que, a veces, estaba más llena por una función maternal y ahora esos espacios pueden tener otra función. Pero lo vive como una manera no traumática. Eso me parece interesante: que la mujer no lo viva como una manera traumática y el hombre sí, porque, a veces, creemos que el lugar común es que las únicas que sufren por la familia son las mujeres y a los hombres tampoco nos gusta sentirnos abandonados.

–¿Cómo trabajó la personalidad de los personajes con actores tan potentes?

–Con mucho trabajo, justamente porque son artistas que tienen un punto de vista sobre las cosas muy fuerte y basado en una experiencia vital y profesional enorme que, muchas veces, es mayor que la mía. Entonces, eso me exigía a mí ponerme en un lugar de mucha concentración y de mucha reafirmación de mis ideas y estar abierto también a replantearme cosas que yo daba como dadas. Así que fue un trabajo enorme pero al cual me expuse de una manera deliberada. Esa sensación de casi empezar de vuelta, de ponerme en una posición de pelea por mis conceptos. Digo pelea en el sentido de reafirmar lo que pensás y no seguir la inercia de un momento de creación como es el momento del guión.

–¿El hecho de elegir a Oscar Martínez y Cecilia Roth tuvo que ver con que podía contar una crisis con la mirada crítica de quienes seguramente la vivieron?

–Sin duda, hay algo de eso también. No sé si ellos la vivieron de esa manera. Seguramente no, pero sí pasaron por ese momento vital a la manera de cada uno, que ni siquiera me preocupé en indagar. Pero hay ahí un aporte de experiencia vital que ellos tienen y yo no que, por supuesto, tomé de una manera muy abierta.

–La etapa de los cincuenta permite hoy en día que la gente pueda plantearse nuevos objetivos en sus vidas, a diferencia de épocas anteriores. Es decir, a los cincuenta todavía se es joven.

–Aquellos errores crónicos que uno atravesó en el camino quizá no son crónicos. Tal vez uno puede volver atrás, de alguna manera, y reparar todas esas grietas que se fueron abriendo y empezar un nuevo camino que no necesariamente es con otra persona en otro lugar sino que tiene que ver con rectificarse el motor. Uno, a veces, se asienta sobre los errores vinculares o de persona y se aburguesa en ellos, como diciendo “son así”. Y a esa edad, todavía puede tomarse el trabajo de corregir esos pequeños detalles que nos pueden llevar a la infelicidad.

–Es la primera de las últimas cuatro películas dirigidas por usted en que no trabaja Daniel Hendler como protagonista. Sin embargo, su nombre vuelve a aparecer aquí, como colaborador autoral. ¿Cuál fue su trabajo específico?

–El como actor siempre colaboró como autor en el set, por lo cual tengo una relación de mucha confianza. Me parecía interesante que, de alguna manera, estuviera involucrado. Yo escribía algunas escenas, se las mandaba, nos encontrábamos y, mientras tomábamos un café, discutíamos. Era una confrontación de ideas muy nutritiva. También me impidió repetirme en mucha situaciones porque como él actuó en la mayoría de las películas era como una alarma que me indicaba: No, creo que esto ya lo contaste o Esto ya lo hicimos.

–El cine que le gusta expresar es aquel en el que entran en juego los sentimientos. ¿Este es el sentido que tiene el cine para usted?

–Yo soy bastante sentimental y me gusta emocionarme con lo que hago, con lo que leo, y los conceptos intelectuales de por sí no me generan nada. Para mí la emoción es el núcleo de cualquier narrativa.

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