CINE › CONSTRUCCION DE UNA CIUDAD, DE NESTOR FRENKEL
› Por Horacio Bernades
CONSTRUCCION DE UNA CIUDAD
Argentina, 2007.
Dirección y guión: Néstor Frenkel.
Fotografía: Diego Poleri.
Música: Javier Ntaca.
Ciudad sumergida en los ’70, pueblo fantasma poco más tarde, centro termal en los ’90 e insospechado destino turístico nacional e internacional a partir de ese momento, las últimas tres décadas de la entrerriana Federación dan pasto a la melancolía, el símbolo, el réquiem y el asombro. Sin dejar todo ello de lado, en Construcción de una ciudad Néstor Frenkel se inclina, finalmente, por la sátira. Una sátira que disfruta de contrastar lo faraónico y lo pobretón, lo megalomaníaco y lo pueblerino, lo ampuloso y lo berreta. Como si en esa ciudad –que más que ciudad parecería una maqueta– se cifrara algo de lo argentino, y frente a eso no cupiera otra cosa que una sonrisa burlona.
Participante de la competencia argentina en la última edición del Bafici, Construcción de una ciudad ganó allí una mención especial. Es difícil resistir la tentación de ver, en la sumersión de Federación para construir la represa de Salto Grande, un símbolo de la última dictadura militar, que la convirtió en ciudad-desaparecida. “Apropiada” enseguida bajo un aspecto totalmente distinto, sospechosamente impecable, paraíso de orden, paz y tranquilidad según los discursos oficiales de la época. Símbolo también de la falsa prosperidad de los ‘90, cuando se descubrió que la nueva Federación descansaba sobre un lecho de aguas termales. Símbolo tal vez de la Argentina turística del presente, si hay que creer los relatos de los pueblerinos, que hablan de una verdadera inundación de extranjeros, recorriendo la ciudad en bata y pantuflas de toalla.
En su nuevo acercamiento a lo raro luego de Buscando a Reynols (sobre el grupo musical homónimo, liderado por el genio Down de Miguel Tomasín), Néstor Frenkel se aproxima a la historia reciente de Federación como a una rama de lo bizarro. Claro que frente a Tomasín Frenkel parecía sorprenderse, mientras que aquí prefiere ridiculizar. Aunque no siempre. A veces empatiza con los protagonistas, como cuando da cuenta de la cantidad de ancianos que murieron en los primeros tiempos de la mudanza. Tampoco desacredita la miniépica de un vecino, que se ocupó de trasplantar más de un centenar de árboles, de la ciudad vieja a la nueva, hasta entonces casi enteramente yerma.
Sin embargo, a la larga termina imponiéndose la sensación de pequeño absurdo provinciano. Esto, a través de filmaciones caseras (una versión de living de El increíble Hulk), fiestas locales (una torta gigante, horneada para el vigésimo séptimo aniversario de la ciudad), sueños kitsch (un señor anhela levantar el Monumento al Mate), arte degradado (una obrita de teatro sobre la inundación), faraonismo de dos por cuatro (el proyecto de crear un Gran Parque Acuático sobre un gigantesco barrial), personajes empavonados (un locutor que remeda a James Bond) y malentendidos dignos de los Monty Python. Como cuando resulta que un nonagenario, que se supone encarnaría la memoria misma del lugar, no recuerda nada de nada, por culpa de su avanzado estado de chochez. Con lo cual Construcción de una ciudad corre el riesgo de parecerse demasiado a un largo sketch, en el que los únicos que no se ríen son los protagonistas.
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