CINE › LUCíA CEDRóN HABLA DE CORDERO DE DIOS, SU óPERA PRIMA
Después de su lanzamiento en el Festival de Rotterdam y en el último Bafici, la directora del premiado corto En ausencia estrena su primer largometraje, que vincula las desapariciones forzadas de la dictadura militar con los secuestros extorsivos de los últimos años.
› Por Mariano Blejman
–¿A vos te torturaron alguna vez? –preguntará ella, Lucía Cedrón, promediando la charla.
–No.
–A mí tampoco. No sé cómo reaccionaría si me torturaran.
La realizadora es un huracán desafiante. Se sienta a la mesa de un bar de Palermo, deja sus cosas, sale corriendo a hacer las fotos (“Se va la luz”, argumenta el fotógrafo), vuelve, se sienta y empieza a hablar. Lucía Cedrón no para de hacer cosas, y difícil es imaginársela en una clase de yoga donde estará minutos después de terminar la conversación con Página/12 sobre su flamante película Cordero de Dios, que se estrena mañana después de haber pasado por el Festival de Rotterdam y de haber tenido una función especial en el Bafici. Cedrón se metió en el mundo del yoga después de terminar su film, cuando decidió viajar a la India en busca de algo de calma espiritual. Y no es que la realizadora del premiado corto En ausencia, de Cortos rojos para Sedal y de un capítulo de 18-J haya viajado poco: sus días como productora del programa Ushuaia, uno de los más vistos de Francia, le habían hecho recorrer buena parte del mundo, pero con India “tenía una deuda”, dice.
Otra deuda tenía con su padre –eso no lo dice ella, lo supone el cronista–, Jorge Cedrón, el realizador del recordado film Operación Masacre, a partir de la obra de Rodolfo Walsh, sobre el cual se han escrito litros de tinta en estos últimos años. Y algo tiene que ver Lucía –esa pequeña que se colgaba de la gabardina de Julio Cortázar allá por París cuando era chiquita, cuando se había tenido que exiliar, cuando supo que su padre había muerto, y todos suponen que se trató de una operación de los servicios de inteligencia argentinos en el extranjero– con el recuerdo de su padre, con la revalorización que su obra recibió en el último lustro.
En el caso de Cordero de Dios, en tanto, Cedrón ofrece una vuelta de tuerca sobre la forma que el pasado tiene de volver al presente. En este caso, con una mezcla de dos mundos: los secuestros perpetrados por el terrorismo de Estado y los secuestros económicos que se pusieron “de moda” después de la crisis de 2001, todo atravesado por una historia familiar (que le es cercana a la realizadora) que incluye a una hija, una madre que vive en España y un abuelo (el secuestrado). La idea de Cordero... empezó como un corto que se iba a llamar La inmortalidad en enero de 2004, se filmó en 2007 y se mostró por primera vez en Rotterdam en 2008, a sala llenísima y aplauso sostenido.
–¿Cuándo aparece esta historia?
–Siempre pensé en hacer cine con algo relacionado con hechos que me hubiese tocado vivir, no a lo Michael Moore. Pero si lo sintetizaba no iba a ser la ópera prima sino la ópera póstuma. Era ver de qué carajo estaba hecho esto: ¡levantemos la sabanita y veamos qué hay abajo! Me interesaba el día de liberación de secuestro de una persona mayor. Eso de estar entre el filo de la navaja, entre la vida y la muerte, no juzgar esa cosa de que una persona que está en situación de tortura es inimputable.
–No se puede juzgar de la misma manera...
–El juicio sobre esa persona es otro. Y como me interesaban las diferentes facetas de los grises, me pareció que podía ser interesante llevar las personas a situaciones extremas de toma de decisiones. Hice un Frankenstein con un montón de pequeñas historias que me tocaron de adentro, de afuera y de muy cerca. La idea de vender el alma al diablo, del enroque, de la paradoja, de la vida que vale más allá de todo. Por supuesto que los secuestros políticos y por razones económicas no son los mismos. Pero ¿cómo pueden hacer cortocircuitos las ideologías y los afectos? Esas ideas me daban ganas de abordarla.
–Pero pareciera que los secuestros de comienzos de los 2000, y los que siguen ocurriendo, no tienen una cuestión ideológica detrás, no más que generar también sensación de inseguridad.
–Todo lo que vivimos es producto del pasado, en particular de lo que arrastramos y con todas las cuentas pendientes que tenemos. El secuestro del presente es un disparador, no es un thriller a rajatabla. Me interesaba la parquedad, la idea de que menos es más y todo lo que no es necesario es inmoral. Pero me resulta bastante desagradable ver y filmar escenas de violencia, en particular de tortura, me resulta denso. Entonces, cuando el personaje de la madre tiene que revivir cosas del pasado... Si una persona fue secuestrada no puedo obviar alguna situación de ella en cautiverio, lo conté con un plano fijo donde no hay texto, no hay acción, se sabe que le dieron trompadas y hay algo de sonido y con el imaginario, esa info la cuento de otra manera.
–¿Y cuál sería la inmoralidad?
–La inmoralidad sería ensañarse en algún elemento. Todo lo que está en la peli tiene un propósito. Tanto en la trama como en aspectos humanos. ¿Qué tal si pensamos sobre estas cosas? No hay respuestas dadas, sólo la creencia de que con los vivos todo puede hacerse.
–¿Pero se puede perdonar una “entrega” en los años ’70?
–Como me quita el sueño por las noches ese tema, también me lo quita la película. Una persona es capaz de desprenderse de todo para salvar a su padre, a pesar de que sea su padre quien mandó a morir a su marido. Además está la culpa del sobreviviente... Aprendí a querer mucho el personaje. El milico y el cana no tienen abogado conmigo, pero quería que se entendiera la sutileza del personaje. La idea de la perversión está muy presente.
–¿Pero hay perdón?
–Ella no va a hacer justicia divina, ni que su marido vuelva a la vida, ella entiende eso y lo libera. No quiere decir que lo perdone. Antes del secuestro, la madre había tomado la decisión de volver para declarar por los juicios a las juntas militares. Como ciudadana del mundo le parece importante que los crímenes no vuelvan a suceder.
–¿Y cómo juega la cuestión de la ideología, para decidir sobre la vida de una persona?
–La gran pregunta es ¿qué tiene que estar al servicio de qué? La política es una brújula, un hilo de Ariadna. Pero si por estar a rajatabla con una línea ideológica uno es capaz de hacer morir un tipo, ahí hay un problema, algo que hace ruido. La hija le dice en un momento: “¿Para qué mierda te sirve esta ideología si dejás morir a un tipo así nomás?” ¿Cuál es el orden de las cuestiones?
–Es probable que muchos militantes se enojen con esta postura, ¿no?
–Estoy dispuesta a..., no es un enfrentamiento, es un debate. Y hasta ahora los militantes de los ’70 que la vieron han dado las gracias con los ojos llenos de lágrimas por la existencia de este tipo de discurso. La pregunta es ¿qué hacemos ahora?
–¿Hasta qué punto la vida de uno vale menos que la vida de sociedad?
–El del ’70 no se quiere ir porque no quiere abandonar el barco. Desde los militantes políticos, había un compromiso con la sociedad. En la década del 2000 la gran mayoría de nosotros se toma el buque y se va, sin ningún tipo de escrúpulo. La relación del individuo con la sociedad varía en cada generación e irse o quedarse era un dilema de vida o muerte y en nuestra generación irse o quedarse genera otro tipo de planteos.
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