CINE › DESDE ESPAñA, ALEX DE LA IGLESIA PRESENTA EL ESTRENO PORTEñO DE LOS CRíMENES DE OXFORD
Basado en la novela Crímenes imperceptibles, de Guillermo Martínez, el director de La comunidad y Crimen ferpecto se lanza ahora a probar suerte con un “un thriller puro y duro, una película de misterio como las antiguas de Agatha Christie”.
› Por Oscar Ranzani
El nuevo film de Alex de la Iglesia es un thriller de estructura clásica, hablado en inglés, con actores de peso internacional –Elijah Wood, John Hurt– y alejado tanto de esos universos grotescos como del humor negro que caracterizaba a Muertos de risa, La comunidad y Crimen ferpecto, algunas de sus mejores películas anteriores. Los crímenes de Oxford –que se estrena mañana en Buenos Aires– está basada en la novela Crímenes imperceptibles, del escritor argentino Guillermo Martínez. Cuando De la Iglesia leyó el libro quedó fascinado con los dos protagonistas. Y lo atrapó “la lucha entre dos puntos de vista totalmente diferentes a la hora de enfrentarse al mundo”, según señala el director vasco en la entrevista telefónica con Página/12, después de llegar de un parque de diversiones con su hija.
Los crímenes de Oxford tiene como protagonista a Martin (Elijah Wood, el Frodo de El señor de los anillos), un joven estudiante estadounidense que sueña con que el prestigioso y reconocido profesor de lógica Arthur Seldom (John Hurt) lo oriente en su tesis doctoral. Para ello, buscará llamar la atención obsesivamente de este escéptico y cínico académico en una conferencia que brindará a sus alumnos. Casi por casualidad, Martin y Seldom se encuentran en la puerta de una casa y, al abrirla, se topan con el cadáver de una anciana: éste será el disparador de una serie de asesinatos que tienen la característica de que las marcas que deja el/los asesino/s son prácticamente imperceptibles. El desafío –no sólo para los protagonistas, sino también para los espectadores– consistirá en descifrar el misterio. Pero el meollo del asunto es que el profesor y el alumno no comparten la misma visión del mundo ni de los fenómenos y, entonces, entrarán en juego dos maneras distintas de discernir lo verdadero de lo falso y, más aún, la manera de interpretar la realidad. “Por un lado está la visión optimista y racional de Martin y, por otro lado, está la visión pesimista de Seldom, que cree que no hay opción, no hay manera de conocer qué es lo que nos rodea y cómo nos rodea. Esa lucha es la que genera el motor de la trama”, señala el director de la mítica El día de la bestia.
–¿Cómo es que decidió elaborar un thriller de estructura clásica en el que deja de lado el humor negro, una característica de su cine?
–Yo había hecho otros thrillers, pero los había tratado desde un punto de vista excéntrico. Había tratado el género desde afuera. Y me apetecía hacerlo desde adentro: un thriller puro y duro, una película de misterio como las antiguas de Agatha Christie. Y éste era el vehículo perfecto porque la historia es muy interesante y tenía mucha fuerza.
–¿Qué es lo que más lo sedujo de Crímenes imperceptibles?
–La posibilidad de que los personajes estén hablando de si podemos o no conocer la realidad, si podemos hablar en profundidad de algo, si podemos hablar de que conocemos algo con certeza. Eso es lo que más me llamó la atención. Y que ocurriera en Oxford. Entonces, la película es un juego complicado y complejo en que el espectador tiene que averiguar si realmente existe un asesino y quién podría ser. El lector o, en este caso, el espectador, no se mantiene impasible ante lo que ocurre, sino todo lo contrario: tiene que trabajar y esforzarse. Tiene que jugar. Entonces, hay un momento concreto en la película en que se le dan unos personajes que son como fichas en un tablero. Y la gente juega con ellos. Eso es lo atractivo y lo fascinante del proyecto.
–Hace un rato decía que uno de los interrogantes de la película es si se puede llegar a tener un conocimiento absoluto de los fenómenos. ¿Cuál es su postura? ¿Nunca se puede llegar a saber nada con certeza?
–Hombre, mi postura es la que esgrimo en la película. Hay un momento en que el personaje Martin empieza a avanzar en la investigación y va dándose cuenta de que las cosas no son como él creía. Los motivos por los que los personajes actúan no son los que él creía. Incluso, llega un momento en que se da cuenta de que las razones por las que él está haciendo las cosas no son las que él creía. O sea, que ni siquiera puede estar seguro de cuáles son los verdaderos motivos por los que él toma las decisiones. Y empieza a dudar de sí mismo. A mi parecer, es totalmente imposible conocer la realidad. ¿Por qué? Porque el hecho mismo de investigarlo destruye el objeto investigado. El hecho mismo de intentar averiguar las cosas las transforma.
–¿Qué modificó y qué mantuvo del texto original?
–He intentado ser muy fiel a la historia. Lo que pasa es que como en toda novela hay cosas que funcionan leídas, pero que no funcionan vistas. Entonces, una de las cosas más atractivas del proyecto era hacerlo visual. Lo bueno de la historia es que la acción no se centra en el movimiento de los personajes, sino en los diálogos. Entonces, había que mantener esos diálogos y hacerlos atractivos visualmente. Cambié el final, es diferente al de la novela. Guillermo Martínez vio la película y le gustó. La única manera de ser fiel a la novela era cambiarla (risas).
–¿Hacer una nueva película es una manera de corregir las anteriores?
–Siempre. Ese es el motor que mueve al director. Por lo menos, es mi manera de trabajar. Hago películas e intento corregirlas o intento avanzar en aspectos que quizá no haya conseguido cerrar en otras. Probablemente Los crímenes de Oxford sea una prolongación de mi película anterior.
–En Argentina fue considerado un director de culto, pero actualmente saltó la barrera de las minorías. ¿Cómo fue ese proceso en España?
–Nadie es profeta en su casa. Mis películas son más respetadas afuera que adentro. Pero en España tampoco me puedo quejar: la gente tiene cariño de mis películas y funciona. Los crímenes..., por ejemplo, ha sido un éxito en España, ha funcionado muy bien. No me puedo quejar, pero lo que pasa es que me siento muy querido en Argentina, algo que me llena de alegría.
–¿El autor se incluye en la obra? ¿Qué rasgos de usted muestran sus películas?
–Nunca de manera consciente. De hecho, yo creo que dirigir o escribir es una manera de huir de ti mismo. No me interesa en absoluto estar presente en las películas y hago un esfuerzo constante por evitarlo. Otra cosa es que eso sea posible. Ten en cuenta que estás ahí siempre. Lo primero que hago es intentar sorprenderme a mí mismo y creo que es la única manera de sorprender a los demás. O sea, intentar buscar cosas nuevas o plantear los mismos problemas de maneras distintas. Por eso, quizás he abandonado el humor negro en esta película. No quiero que el humor negro sea como una parte inseparable de mí. Me apetece descubrir otras cosas.
–¿Por qué El día de la bestia es la película que más recuerda la mayoría? ¿Es su preferida?
–No es particularmente mi preferida. Sí es una película que quiero mucho porque me ha dado muchas alegrías. Ha supuesto mucho para mí, pero no es precisamente mi favorita. Quizá mi película favorita sea Muertos de risa. Hombre, yo creo que lo bueno de El día de la bestia es que el planteamiento es muy interesante. O sea, colocar a un cura en una situación extrema en una comedia era algo que no se había hecho antes. Humildemente, tengo que decirlo. Y quizás eso es lo que más gustó. Pero hay otras películas que sin tener esa trama sorprendente me parecen mejor realizadas.
–¿En algunos casos sus personajes son adaptaciones grotescas de personas que conoce?
–Sí, sin duda (risas). La realidad es una fuente de inspiración interesante. Normalmente mi trabajo es intentar hacer verosímil la realidad.
–¿A qué se debe ese gusto por la locura extrema y el humor absurdo presentes en varias de sus películas?
–Hay un tanto por ciento de venganza, de rabia, de hacer en el cine lo que no se puede en la vida. Hay también algo de huida, de escape, de malos sentimientos acumulados. Hay un gusto por lo grotesco, sin duda, y por lo trágico. Más que comedias, yo hago tragedias grotescas. Incluiría a Los crímenes... en ese género. Lo que pasa es que quizá la deformación es más sutil. Los personajes son deformes mentales encerrados en un enorme psiquiátrico que es Oxford.
–Uno de los protagonistas de Muertos de risa dice en un momento: “El humor no tiene ni puta gracia”. ¿Usted qué cree?
–Es una de las ideas que me definen y me parece de lo más importante. Cuando digo eso lo pienso, porque el humor es una especie de arma con la que nos defendemos del horror. Entonces, el humor en sí mismo no es gracioso. Es gracioso disfrutarlo. Es como si pretendiéramos que las putas disfrutaran el acto sexual concertado económicamente. El humorista sufre y el humor en sí mismo no es gracioso, pero los resultados o la situación en la que se envuelve el humor es fantástica y maravillosa. Pero es más para el que lo disfruta que para el que lo ejerce.
–¿O sea que el humor se sustenta en el dolor?
–Siempre. El humor sin el dolor no existe.
–Sancho Gracia dice en 800 balas: “No ser feliz cuando puedes serlo es el mayor pecado del mundo, porque supone perder una oportunidad que otros no tienen”. ¿Usted es feliz o es un pecador?
–Es una buena pregunta. Digamos que peco y sufro por pecar. Soy consciente de que estoy haciendo mal (risas).
–¿Por qué suele trabajar con finales catárquicos, donde los personajes se liberan de sus miedos y dicen la verdad?
–Porque me gustaría hacerlo yo y no soy capaz.
–Usted ha señalado que “hacer cine es como follar: el hecho mismo de hacerlo es tan satisfactorio que encima querer que te aplaudan...”. ¿Sigue tan entusiasmado como la primera vez en el cine?
–Más. Se ha convertido en algo de lo que no me puedo desprender. De hecho, me da terror imaginarme que esto no vuelva a ocurrir. Sobre todo, me aterrorizan los espacios entre una película y otra. Me angustian los espacios en que no hay cine.
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