PLASTICA › OBRAS IMPREVISIBLES, DE LUIS WELLS, EN EL CENTRO CULTURAL RECOLETA
Pionero del informalismo argentino y de la realización de objetos, el artista vuelve con una exposición en la que presenta su obra más reciente junto con una selección de obra “histórica” de los años cincuenta y sesenta.
› Por Fabián Lebenglik
En el Centro Cultural Recoleta se presenta hasta comienzos de diciembre la exposición Obras imprevisibles, de Luis Wells (1939). La muestra está compuesta en su mayor parte por obras realizadas durante 2008: pinturas, objetos, esculturas, juguetes, maquetas, una ambientación. Todo un despliegue de obras hechas en un tiempo relativamente breve. Pero Wells tiene una historia fundamental, no sólo en el presente de las artes visuales argentinas, sino también en el pasado reciente. En este sentido, la exposición también incluye una breve selección de obra “histórica”, especialmente de fines de los años cincuenta y de la década del sesenta. Aquí hay un diálogo interno que el propio artista establece con su pasado: un salto que comienza hace medio siglo y exhibe hoy una evidente coherencia creativa. En ese diálogo se tocan su período de iniciación con el artista de hoy. Las relaciones son múltiples, en todos los niveles.
Como dice el curador de la muestra, Alejandro Dávila, “uno de los momentos placenteros, como espectador, es redescubrir a Wells en el encuentro con la nueva obra, tomar contacto con esta propuesta. Quienes conocen la trayectoria del artista podrán establecer relaciones con lo realizado en los sesenta, ya sean los techos, los ‘toys’, los volúmenes o las obras sobre tela o papel; los más jóvenes se hallarán con un Wells al que deberán descubrir y disfrutar”.
Luis Wells formó parte de la renovación del arte argentino de los años cincuenta y sesenta. Fue uno de los iniciadores del intenso informalismo local, que en 1959 se presentó en Buenos Aires con el nombre de “Movimiento informal” en la galería van Riel. Estaban Wells, Alberto Greco, Mario Pucciarelli, Juan del Prete, Nicolás García Uriburu, Rómulo Macció, César Paternosto, Pedro Pont Vergez, Enrique Barilari, Emilio Renart, Rubén Santantonín, Antonio Seguí y Clorindo Testa, entre otros.
El informalismo surgió en Europa con la obra de Wols (1913-1951), considerado un antecedente de aquella corriente que poco más tarde también siguieron Dubuffet, Michaux y Fautrier. En el recorrido de aquellas sintonías que fueron tejiendo la trama creativa informalista también puede sumarse el expresionismo abstracto –versión norteamericana del informalismo europeo–. La difusión de aquel movimiento en la Argentina, en parte la puso en marcha Alberto Greco, que había viajado en 1953 a Francia y España con una beca gracias a la cual entró en contacto con el informalismo.
Los informalistas peleaban contra la figuración y las vanguardias geométricas y contra todo racionalismo pictórico. La relación entre la improvisación, la creación colectiva y la individual puede pensarse como motor de esta corriente y eso también se ve en los cuadros, relieves y objetos escultóricos que Wells realizó por aquellos años. La mezcla del cobre (pulido, brillante) con maderas viejas (un objeto de 1961), entre otras obras “históricas” de Wells seleccionadas para esta exposición, dan cuenta de aquella posición estética. El informalismo demostró el vértigo y la urgencia por colocar el arte en el lugar del presente. Y al mismo tiempo que el presente se fija en una obra, el artista establece un registro de la fugacidad de ese presente. Patricia Díaz Guitián, en el catálogo, cita a Luis Felipe Noé, para quien Wells ha sido “...el primer pintor en la Argentina que sintió necesidad de recurrir al espacio real, invadiéndolo...” y Díaz Guitián agrega: “Esta necesidad se traduce en obras que el artista no denominará ‘objeto’ hasta 1964/65”. Wells fue un pionero del objeto, incluso antes de que la especie recibiera un nombre. Pero el tiempo todo lo aplaca y aquellas obras que resultaban escandalosas hace medio siglo, hoy son piezas de museo.
Una marca de Wells consiste en la expansión libre hacia el espacio y el volumen, tanto desde el cuadro –al límite de ser considerado un objeto– como su abandono en favor de volúmenes más estructurados.
Wells también se volcó al objeto escultórico y a obras que revelan una secreta estructura porque, más allá de la aparente conformación caótica, el artista destiló un ritmo que se resuelve en un patrón estilístico tal que cada obra revela algún grado de sistematización, de estructuración incipiente.
En 1964 realiza el primero de sus “techos” –estructuras escultóricas y pictóricas de gran belleza e impacto–. Uno de esos “techos” recibió un premio en el Instituto Di Tella en 1965. El Museo de Arte Moderno de Nueva York adquiere una de las maquetas de sus techos. También en el ’64-’65 realiza su serie Toy, asociada al juego desde una estética pop.
Esas dos líneas de trabajo, techos y juguetes, vuelven ahora en sus piezas de 2008. Con nueva energía y diferentes escalas, los nuevos juguetes se apropian del espacio con humor y color.
Por ejemplo, “Quetzacóatl”, una pieza de gran escala, colocada a mitad del recorrido de la Sala Cronopios, tiene una versión en pequeño formato (“Serpiente”) exhibida al comienzo de la exposición. Por supuesto que el diálogo de escalas (y las variaciones de color, iluminación y ubicación, etc.) transforma el sentido de las piezas y esto es parte del lenguaje del artista, tal como sucede con los “techos”, sus maquetas, ambientaciones y piezas similares (como el relieve mural sin título, de 2008, una técnica mixta sobre cartón).
Los “techos” de Wells –de los que aquí se exhiben varios– son como una máquina que parece tematizar la célebre definición de Le Corbusier (“La vivienda es una máquina para vivir”): son relieves de techo que lucen como cortes sincrónicos de una maquinaria en la que se ven secciones de ruedas, engranajes, serruchos, escalones, multitud de bocas de caños, ondulaciones... que en conjunto interactúan y establecen un sistema complejo. Según se cita en el catálogo, Wells escribe en su autobiografía: “Esta obra [el techo diseñado para Osvaldo Giesso] la realicé en su totalidad yo mismo, serruchando y clavando los paneles de terciado, con ayuda de Osvaldo para colgar los paneles de los alambres de la loza y la de un electricista para las conexiones lumínicas. De treinta metros cuadrados, la obra en su estructura mantiene aún relación con el lenguaje de los relieves de 1961 pero, a diferencia de éstos, el color aplicado de modo expresionista ocupa un lugar protagónico. Sobre el fondo blanco emergen racimos de tubos que contienen luces que pueden ser manejadas independientemente desde una consola. El techo tuve que pintarlo una vez colgado, al estilo Miguel Angel, llenándome de pintura. Terminado en 1965, el resultado final fue asombroso aún para mí. Compruebo que, a pesar de haber hecho una maqueta detallada el resultado final y el efecto que causa es impredecible”.
Para seguir con el itinerario de vida del artista, en 1965 gana una beca del British Council y viaja a Londres, donde permanece por un año en el departamento de escultura del Royal College of Art.
En 1966 presenta su primera individual en el Museo Nacional de Bellas Artes. Y al año siguiente se va por nueve años a Nueva York, donde se dedica también al diseño y gana dos premios “To the Excellence of Design” (1970), otorgados por la Industrial Design Magazine. Uno de los paradigmas que caracteriza la obra de Wells es, precisamente, el del diseño, alrededor del cual el artista genera sucesivos núcleos de tensión y armonía.
De regreso a la Argentina, a mediados de los setenta, diseña y construye casas junto con Giesso. En los años ochenta realizó entre otras series cuadros pintados sobre madera, con marcos recortados. La geometrización pictórica va cediendo, durante el resto de aquella década, a una pintura con mayor humor, que comienza a dar cuenta del mundo del arte a través de numerosas citas y autocitas, como aquellas piezas en las que el motivo principal del cuadro se condensa nuevamente, en pequeña escala, en otro sector del cuadro: un recurso que toma de la heráldica y que técnicamente se conoce como “abismo”.
Luego comienza a advertirse en sus cuadros la constante de un personaje casi de historieta que introduce una variable narrativa en su pintura. De algún modo, su personaje autorreferencial funciona como contrapeso de las citas de otros personajes de historieta reconocibles que aparecen en sus obras. En 1989 recibe el Premio de Honor de la Bie-nal de Valparaíso, Chile. En el ’96 gana el Primer Premio del Salón Manuel Belgrano, la Beca Antorchas y el Premio a la Trayectoria de la Asociación de Críticos. En 1997 obtiene el Gran Premio de Honor del Salón Nacional de Pintura. Desde entonces sigue realizando exposiciones nacionales e internacionales.
(En el Centro Recoleta, Junín 1930, hasta el 2 de diciembre.)
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