PLASTICA › PINTURAS DE TULIO DE SAGASTIZáBAL EN LA GALERíA RUBBERS
A través de tres series de acrílicos y aguadas realizados durante los últimos dos años, el artista reflexiona, en su nueva exposición, sobre cuestiones específicas de la pintura y acerca de sistemas de relación y acumulación.
› Por Fabián Lebenglik
En su nueva exposición Tulio de Sagastizábal (Misiones, 1948) presenta tres series de pinturas, dos de acrílicos sobre tela de formato mediano: Paraísos solitarios y Cruz del Sur y una serie de gouaches sobre papel de formato pequeño. Mientras que las dos primeras reflexionan pictóricamente sobre el eje y el punto, la tercera evoca visualmente ciertos sistemas de relaciones a través de la idea de “grupo”.
Si en su primera retrospectiva (Relatos reunidos, 1991), De Sagastizábal pensaba su obra en bloques, en grandes etapas donde cada cuadro era un eslabón de la pintura como género, una parte dentro de una secuencia mayor en la que los procesos artísticos estaban encadenados, a partir de la última década el pintor prefiere pensar su trabajo como una continuidad. En este sentido, el título de esta nueva muestra: Continuo, contiguo (dedicada a la memoria del escultor Luis Freisztav, el “búlgaro”) genera esa línea (una línea con marchas y contramarchas, como todo proceso en desarrollo) asociada no sólo al encadenamiento de cada etapa, sino también a la vecindad física y creativa entre sus obras. Con este gesto, el artista busca centrar los motivos pictóricos en una suerte de flujo que capta y atraviesa al artista (ver el texto de T. de S.), como si el pintor fuera él mismo un instrumento de la pintura.
Desde que comenzó tardíamente a pintar, poco antes de los treinta años, y luego a exhibir regularmente su trabajo, poco antes de los cuarenta, la pintura de este artista es introspectiva y profundiza sobre la experiencia, los recuerdos y las emociones propias.
Si en los años ochenta De Sagastizábal contaba en clave su iniciación en el arte, los episodios de un itinerario técnico que iba del dibujo al collage y de allí a una pintura ansiosa que quería decirlo todo en cada trabajo, luego el color se borra, cambia la tela por la madera, vuelve a la tela y también al color. En aquellos años el pintor daba cuenta de una experiencia transcripta del código narrativo al pictórico.
Para seguir el recorrido esquemático a través del itinerario pictórico de Tulio de Sagastizábal, ese camino podría dividirse, a grandes rasgos, en dos etapas no necesariamente cronológicas ni estrictamente sucesivas. La primera etapa marca una fuerte asociación entre figuración y narración. Allí la materia narrada no es necesariamente la pintura, sino una autobiografía intelectual en clave, de un pintor de provincia y su descubrimiento del arte y la pintura. La segunda etapa constituye un repliegue sobre el lenguaje pictórico, libre de la figuración y, por lo tanto, libre también de cualquier posibilidad de relato en el sentido usual. En ese repliegue hay, aparentemente, concisión, racionalidad, contención, serenidad. Mientras que en la época narrativa era notoria una mirada más o menos nostálgica, dramática y antiurbana. El pintor dejó atrás una serie de evocaciones para cambiar su relación imaginaria con el mundo. De Sagastizábal huye de ciertos acentos y se propone, desde mediados de los años noventa, un nuevo punto de partida, más conceptual, recuperando la abstracción de las vanguardias históricas y los efectos “decorativos” del arte modernista.
Resulta sumamente reveladora la obra de De Sagastizábal si se analiza desde la perspectiva de su capacidad narrativa, suponiendo que la pintura también se narra a sí misma en su misma materialidad y relativa autonomía.
Vale la pena detenerse en esa relación entre relato y color, así como en la capacidad o no de narrar que tienen el punto, la línea, el plano y la estructura. Cada vez más Tulio de Sagastizábal ofrece una suerte de semiología de los elementos pictóricos básicos para apuntar siempre a la percepción del espectador.
Con esta triple serie que ahora muestra en la Galería Rubbers, las diferentes estructuras abstractas y geométricas que se proponen desde cada pieza ofrecen distintos acercamientos.
En el conjunto compuesto por Paraísos solitarios, decenas de bandas de color verticales permiten destacar un eje central que divide a la tela en dos. A partir de este eje se desata una tensión de bandas curvadas, que parecen responder a la tensión visual del eje. Como si trazara el recorrido de esa onda expansiva, la simetría de las curvas hacia derecha e izquierda se detiene en los bordes de la tela. Casi la puesta en imagen de un fenómeno óptico, en la formalización del planteo: una heterodoxa escala cromática genera variaciones, contrastes y secuencias sutiles, de un cuadro a otro. Y si en esta serie la clave es el trazado de un eje que estructura el ritmo, en la serie Cruz del Sur el inicio imaginario de estos cuadros es el punto: el punto como elemento virtual, como cruce entre ambas formas. Un cruce hecho de superposiciones más que de intersecciones, porque una forma se impone y cruza sobre la otra. La segunda serie es más sintética, como si resultara de un aproximación rítmica de la primera serie. En las aguadas, en cambio, el planteo evoca las ideas combinadas de disposición y acumulación. Se trata de estructuras que recuerdan aspectos del constructivismo. En este caso aparece el humor, porque los distintos grupos esquematizados remiten a diferentes disposiciones de formas y colores que, según los títulos de cada trabajo, evocan “grupos de familia”. Un complejo y a la vez poético sistema de relaciones y variaciones, con algunos capítulos de inclinaciones y derrumbes.
Aunque a través de las fotografías las dos primeras series se perciban como patrones a primera vista rígidos, tal rigidez es sólo un efecto visual inducido por la reproducción fotográfica. Se trata en realidad de pinturas que respiran una módica “imperfección”, en las cuales la geometría es sólo un instrumento engañoso, un disfraz. El placer de la pintura pura se recupera en los matices, en los colores, en el cuerpo apenas perceptible de la materia pintada, en la huella de las pinceladas (hasta que el pincel queda seco) y en las también casi imperceptibles capas de pintura que atraviesan la tela. Cuando se ven los cuadros de cerca es notoria esa condición de la que el propio pintor habla en su texto: la respiración.
* Galería Rubbers, Av. Alvear 1595, hasta fin de julio.
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