Mar 09.03.2010
espectaculos

PLASTICA › ABRIó LA TEMPORADA EN EL MUSEO EMILIO CARAFFA, DE CóRDOBA

Exposiciones para todos los gustos

El museo cordobés acaba de inaugurar con gran despliegue seis muestras de calidad, en las que se puede ver desde maestros consagrados hasta artistas emergentes: Tomasello, Noé, Dompé, Correas, Quinteros y tres artistas jóvenes.

› Por Fabián Lebenglik

Desde Córdoba

En el Museo Caraffa –que con la ampliación y modernización de 2007 triplicó sus espacios– se acaban de inaugurar, en sus distintas salas, seis exposiciones simultáneamente: una demostración de despliegue visual y organizativo, calidad en la selección y rigor en el montaje, que ofrece un conjunto de propuestas y estéticas variadas y contrastantes. Todo esto debe agradecerse tanto a los artistas como al director del museo, Alejandro Dávila, y a su equipo, que no descuidaron ningún detalle.

Las seis exposiciones incluyen una muestra antológica de Luis Tomasello (artista nacido en la Argentina en 1915, que vive y trabaja en París desde 1957); la obra que Luis Felipe Noé (Buenos Aires, 1933) realizó para la Bienal de Venecia 2009 a instancias de quien firma estas líneas, en carácter de curador; una gran instalación de Hernán Dompé (que nació en Buenos Aires en 1946 y vive y trabaja en Capilla del Monte, Córdoba); otra instalación de envergadura, de Nora Correas (nació en Mendoza en 1942 y vive y trabaja en Buenos Aires); una instalación de dibujo, de Mario Quinteros (nacido en Corrientes en 1970 y vive y trabaja en Resistencia, Chaco); y en las salas que a partir de ahora se dedicarán a artistas emergentes –un espacio con curaduría de Gabriel Gutnisky– se presenta el trabajo de tres jóvenes mujeres: Jesica Culasso (San Francisco, Córdoba, 1983), Romina Gargano (Córdoba capital, 1978) y María Julia Tamagnini (Ucacha, Córdoba, 1982).

La antología de Tomasello –pinturas y relieves– es de una pureza visual, luminosa y poética, dos componentes fundamentales de su trabajo: luz y poesía, casi como causa y efecto. En el desplegable que acompaña la exposición, un texto de María de las Mercedes Reitano cita testimonios en los que el artista explica con sintética claridad sus procedimientos y su poética: “Aplico la lección de Mondrian: con lo mínimo hacer lo máximo. Mis objetos plásticos, o atmósferas cromoplásticas, unen en un solo lenguaje la escultura y la pintura y permiten su integración en la arquitectura”... “mientras Monet fijó el momento para siempre, en mis cuadros, que han de vivir en contacto con la luz, nada está detenido; ellos actúan de una manera vital y concreta...”. “Mi deseo es el de llegar a lo esencial, a lo espiritual, más allá de la complejidad de lo real. Es la búsqueda de un principio universal...” Finalmente, el artista explica la relación entre la materialidad de su obra y los efectos de esa materialidad: “Mi pintura no es matemática. En el interior de este pensamiento de construcción de formas, estructuras, organizaciones generalmente cuadradas, hay movimientos, deslizamientos, tensiones, campos de fuerza y equilibrio de colores y luz que dependen del azar, de la sensibilidad. De la naturaleza.”

En el caso de la muestra de Noé, luego de desmontarse la obra en Venecia, a fines de noviembre pasado, fue exhibida entre diciembre y febrero en el Museo Nacional de Bellas Artes y ahora se inaugura en el Museo Caraffa, para seguir el recorrido hacia el Museo Castagnino, de Rosario, donde será inaugurada a mediados del mes próximo. Si bien ambas obras de Noé (la enorme pintura La estática velocidad, de once metros de largo por tres de altura y la múltiple Nos estamos entendiendo, formada por quince pinturas interdependientes, de marcos irregulares) fueron concebidas especialmente para la Bienal de Venecia, dado que se trata de una exposición que representó oficialmente al país en el acontecimiento más importante del calendario mundial de las artes visuales, cada nuevo montaje, cada nueva exposición, en su itinerario por la Argentina, supone una devolución hacia el público local. Y a su vez, cada nueva exposición da un nuevo sentido y un nuevo contexto, que permiten ver la obra con otros ojo y ampliar su circulación y contacto con un público enorme y variado que se muestra agradecido.

La muestra El instante, de Hernán Dompé, es una gran instalación, de montaje teatral, que se compone de un numeroso grupo escultórico de “guerreros”, escudos, cascos y un video en loop (realizado sobre dibujos del propio artista) que evoca un campo de batalla y oficia de paisaje de la exposición.

Como escribe la curadora de esta muestra, Mercedes Casanegra, “la obra de Dompé ha aludido siempre a tiempos arcaicos, primitivos, para algunos, referidos al territorio y a culturas de Sudamérica antes de la llegada de Colón a la región. Ha habido otros que se han preguntado antes por esta doble filiación de la producción del artista: contemporánea, pero con notas de mundos míticos y ancestrales a la vez.

”Los protagonistas de El instante, realizados en madera, hierro, cobre, cuero y materiales reciclados de uso rural, partes de cosechadoras, arados, entre otros, parecen desempeñar más bien una función simbólica que narrar una historia en tiempo real. Y es que Dompé no sólo ha situado su obra en otro campo, sino que él mismo se ha ubicado en otro espacio.”

La exposición de Nora Correas también genera efectos de temporalidades superpuestas, desde el título, Recuerdos del futuro. En la compleja instalación central, un conjunto de figuras exhibidas como extrañas joyas identifica cuerpo y vestimenta con los elementos básicos de la naturaleza, en una secuencia que se juega alrededor de las relaciones rituales y culturales, más allá del tiempo. Los elementos orgánicos, especialmente zoológicos, que componen varias de las piezas (púas de erizo, caparazón de tortuga, mulita, piel de víbora, plumas, etc.), vuelven más dramática la teatralidad y los sentidos posibles de la instalación.

La instalación dibujística de Mario Quinteros, Tramatrazo, como cuando se vio en Buenos Aires en 2008, en el espacio “La línea piensa”, que Noé y Stupía dirigen en el Centro Borges, consiste en una extensísimo dibujo que se despliega de manera continua en un rollo de papel de casi cincuenta metros. El montaje, en el que el rollo de dibujo recorre a la misma altura las paredes de la sala, aunque a diferentes distancias, lo que marca distintas profundidades y cierto volumen, se detiene en el momento en que comienza un gran ventanal. Un dibujo continuo, casi como una partitura (Noé habla de “sinfonía”) da cuenta de distintos modos y aproximaciones al dibujo, cada uno con su intensidad, densidad y espesor (del grafito). Tramas y trazos, como síntesis física de lo que el dibujo de-sata, no sólo en la percepción, sino también en el plano simbólico e interpretativo del que mira.

Como expresa Verónica Molas en el catálogo, “Mario Quinteros trabajó intensamente en estos años para dar a su producción, desde una reafirmada posición de dibujante, un carácter que fluye entre la rigurosidad exigida al tratamiento de la línea, y la libertad de soporte, que finalmente define la singularidad de su obra”.

Detalle de una de las obras de Noé en el Caraffa.

Las jóvenes artistas que inauguran la salas dedicadas a partir de este año al arte emergente local fueron seleccionadas por Gabriel Gutnisky con la asistencia curatorial de Azul Ceballos; porque el trío concentra “una línea de acción –dice G. G.– vinculada con la abstracción formal y paradójicamente con cierto grado de referencialidad”. En el filo de esta productiva ambigüedad se mueven Julia Tamagnini (egresada de la Licenciatura en Pintura de la Universidad Nacional de Córdoba), Jesica Culasso y Romina Cargano (ambas en la última etapa de su licenciatura en pintura en la UNC). Las dos primeras exhiben pinturas; Gargano muestra piezas realizadas en tela, hilos y alambre. Los cuadros de Tamagnini, en formatos medianos y pequeños y con un montaje muy apropiado, que enfoca la tensión visual en conjuntos de obras reunidos a distintas alturas de la pared, combinan sobre el lienzo una paleta apastelada y el trazo del dibujo, sutil, por momentos casi imperceptible, en una secuencia que ofrece un relato visual abstracto muy delicado. La ausencia de una narración propiamente dicha (aunque sí hay un relato en términos metafóricos) es llenada por secuencias de colores y formas así como por el ritmo de los tamaños y escalas: aquí aparecen las módicas tensiones y gestos, sostenidos por el montaje.

En las pinturas de Culasso siempre se juegan rupturas y contrastes (de formas o colores), como si en cada trabajo hubiera un choque de maneras de pintar. Los cuadros ganan cuanto mayor resulta el contraste. Las obras revelan una pintura en cuya aparente estructura caótica está agazapado un orden al mismo tiempo indeterminado y obsesivo.

Los objetos de Gargano son muy delicados y también combinan cierto aspecto aparentemente casual, combinado con un trabajo de efecto pictórico, meticuloso y de gran cuidado.

Las tres, según el curador, “ponen de manifiesto que este retorno a la abstracción –como todo anacronismo– es un acontecimiento mixto, porque tanto hay una reelaboración de los problemas heredados como planteos que remontan imágenes parciales y correspondencias que no permiten que se destruyan completamente las relaciones de sentido”.

En el Museo Caraffa, Avenida Poeta Lugones 411, hasta el 7 de abril.

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