PLASTICA › PINTURAS Y DIBUJOS DE OSCAR “OSO” SMOJE
El artista presenta cerca de cuarenta trabajos de formato pequeño y mediano nunca antes exhibidos, en los que puede verse su sensibilidad, intuición y coherencia a través del gesto, en obras que van de 1980 hasta el presente.
› Por Fabián Lebenglik
La serie de trabajos que presenta Oscar “Oso” Smoje –desde hace casi cuatro años director del Palais de Glace– bajo el título “Oso inédito” es parte de su producción más íntima. Alrededor de cuarenta obras de formato pequeño y mediano de distintas épocas, atesoradas durante treinta años. Hay obras de 1980 y también las hay recientes –tintas, grafitos, dibujos a lápiz, acrílicos, técnicas mixtas, sobre papel– y todas, naturalmente, destilan la familiaridad de lo cercano. Desde esta perspectiva podría pensarse en obra “menor”, desde la perspectiva en que Deleuze y Guattari hablaban de lo menor en literatura: entre otras características, podría hablarse de la puesta en escena del deseo, la expresión de temas básicos –en este caso temas básicos del dibujo y la pintura– o la articulación de lo individual en lo inmediato. En esta serie de obras el mundo más inmediato es evocado por Smoje con la sabiduría del gesto y la pincelada sin pretensiones. Como si se tratara de una bitácora privada, el artista echa mano a la memoria y lo más cercano: el retrato y el taller de su padre en dos obras diferentes, un paisaje dibujado durante unas vacaciones, la mesa, el café, y así siguiendo.
También la cita como aquello que admiramos y nos constituye: no sólo pueden verse citas que provienen de la tradición de las artes visuales, como Matisse o Tintoretto, o de los géneros tradicionales, como el retrato, el paisaje abstracto o el desnudo; sino también citas tomadas de la literatura –Pessoa y sus heterónimos– o el cine –a través de Kurosawa–.
Cuando en la muestra aparece el color lo hace de un modo desbordante (como en la series “Tinta roja” y “Ultramar”), tal como en las pinturas de mediano o gran formato del mismo Smoje, en décadas pasadas. Ahora todo tiene el efecto de la obra de cámara, en las que el gesto es un movimiento que aplica un saber y una memoria, en un instante. En este conjunto de trabajos “secretos” que ahora se ven por primera vez, el gesto además revela la intimidad expresiva de las sensaciones. Esto es lo que hace que estas obras, realizadas a lo largo de treinta años, parezcan todas de hoy, de ahora. Es la sincronía del gesto, la forma veloz en que toma cuerpo, la muestra del estilo.
Es obvio que estos trabajos, que en muchos casos exhiben la urgencia del boceto, tienen la levedad del trazo puro, sin exagerar, sin retórica, demostrando una economía del acto de dibujar y pintar.
Y así como hay memoria personal y familiar, el gesto del artista revela también una memoria corporal inscripta en el movimiento del lápiz, el grafito y el pincel. En ese aspecto físico de dejar que el gesto hable por sí mismo, hay un intento de hablar como primera vez de las cosas, abandonando lo aprendido, con la ilusión de dejarse llevar por los movimientos. En ese itinerario hecho como por primera vez, el artista recorre temas, técnicas y tradiciones artísticas con intuiciones y aproximaciones. Hay todo un sistema de trazos en estas obras, desde las líneas sutiles, casi imperceptibles, hasta las pinceladas cargadas o los trazos gruesos y firmes, como si la práctica artística también implicara un grado de controlada violencia sobre el papel y los materiales.
Cuando hace cuatro años la directora del espacio artístico de la Fundación OSDE, María Teresa Constantin, organizó la exposición Cuerpo y materia para conmemorar los treinta años del inicio de la última dictadura, mostró y homenajeó la producción de los artistas que se habían replegado en su obra durante los años de plomo. Allí había por supuesto varias obras de Somje y, ploteada en la pared, se transcribía una frase del “Oso”, de 1981, que define bastante bien el lugar que le asigna a su trabajo como artista: “La obra, mis imágenes, tienen que hablar de lo que yo no puedo, la obra me sirve para documentar este momento, para resolver plásticamente el tan debatido tema del artista en la sociedad: mi compromiso”.
En el catálogo que acompaña su muestra de inéditos, la curadora Grace Bayola explica el origen de la exposición: “Fue hace diez años en su taller, una tarde en que él estaba dando orden a centenares de obras-tesoro. Fui testigo de la eliminación de algunas: advertí que pensaba continuar y aunque yo recién llegaba y aún no habíamos cruzado palabra, ningún recato me impidió exigirle que se detuviera, mientras me agachaba a recoger pedacitos de tintas sobre papel que habían caído al piso. ‘Son borradores’... dijo y se rió, como si la denominación restara vigor artístico a sus rasgos. Con los fragmentos de obras en mis manos comenzamos a hablar aquella tarde en que empecé a bosquejar secretamente una muestra que exhibiera la obra atesorada en su taller, la inédita. Una década más tarde mi aspiración comenzaba a concretarse. El tiempo, que en algún sentido parecía no haber transcurrido, nos volvió a encontrar en su taller. Esta vez eligiendo, de cientos de pinturas, las mejores. ‘Quiero que busquemos como se buscan y encuentran los mejores vinos en una bodega’, me dijo. Y eso hicimos”.
En Maggio, Arenales 1390, hasta el 18 de junio.
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