Mar 21.02.2006
espectaculos

PLASTICA › ANTOLOGICA DE MARIO GRINBAUM EN EL CENTRO RECOLETA

Mejor irse a vivir al campo

“Cuestiones urbanas” es una muestra de pinturas y tintas en que se evoca a la ciudad con una mirada fascinada por los aspectos más inquietantes de la maquinaria urbana.

› Por Fabián Lebenglik

Hay un mirada según la cual a partir de la ciudad –de toda ciudad– se puede construir una utopía estética y geográfica. Tal la perspectiva surgida con la modernidad ante las metrópolis del siglo XIX. Esa forma de mirar se impuso en los círculos más refinados de la cultura urbana, que encontró para definirse la imagen del flâneur, del que camina sin planes por la ciudad, para perderse. Es la figura del que vagabundea sin intenciones de aprovechamiento del tiempo, sin especulaciones. Aquel que está fuera de toda economía, de toda planificación, de todo sistema. El que, cada tanto, en ese recorrido incierto y sin dirección precisa, se encuentra con algo que lo sorprende, magnífico o insignificante, no importa: la ciudad era así un espectáculo en movimiento perpetuo, rutinario en sus mecanismos sí, pero al mismo tiempo sorprendente. Ese era el modo más preciso –según Baudelaire– de definir la percepción, entre despreocupada, caprichosa e imaginativa, del artista moderno en el siglo XIX.

Esa es también la idea de Poe cuando escribe El hombre en la multitud, un relato fechado en 1837 –y que Baudelaire tradujo al francés–, cuyo protagonista, recién recuperado de una enfermedad, se entretiene mirando, desde la ventana de un café londinense, la marea de cabezas que pasan ante él, a la vez que va estableciendo, en la situación placentera de estar sentado con un cigarro en la boca y el diario apoyado en las piernas, una minuciosa geografía humana. La ciudad era un espectáculo y el flâneur un espectador, que sin razones políticas ni ideológicas se metía en los recovecos ciudadanos mientras seguía su derrotero anárquico. El paseante era una especie de héroe accidental, mezclado entre todos los demás, pero a la vez diferenciado. Eran tiempos de utopías positivas.

En el caso de las pinturas y tintas de Mario Grinbaum que se exhiben en la muestra antológica Cuestiones urbanas (obras 2000-2005) del Centro Cultural Recoleta, la utopía se invierte: la ciudad pasa a ser un lugar ominoso y determinante que se mira desde arriba sólo para escapar del laberinto y ser testigo del infierno cotidiano. Mientras que la urbe, para el flâneur, es un objeto iridiscente, para el ojo de Grinbaum se transforma en una máquina carcelaria, a lo Piranesi, donde la metáfora ciudadana es una grilla (que oficia de grillete) o un conjunto de bloques o una autopista, o una mezcla de todo eso.

El pintor, nacido en Buenos Aires en 1939, eligió “tardíamente” la pintura, formándose en los talleres y seminarios de Nora Melgarejo, Germán Gargano y Luis Felipe Noé –que con su buen ojo ha sido un incansable mentor de M.G–. Grinbaum realizó numerosas exposiciones colectivas e individuales desde comienzos de la década del noventa. Y presentó dos exhibiciones personales fuera de la Argentina, en Estados Unidos (1993) y México (2001).

Para Benjamin, la actitud del flâneur es la de quien toma distancia respecto de la multitud. Si la muchedumbre es una configuración de las masas automatizadas por la rutina, sometidas por el trabajo y las imposiciones de la subsistencia, la mirada del flâneur es la que toma distancia de esa alienación multitudinaria, en busca de su propia individualización, de su propia identidad sin rumbo. En las pinturas de Grinbaum la toma de distancia y la perspectiva aérea sirven para ver más claramente el funcionamiento hostil de la maquinaria urbana. A propósito de la muestra del año 2000 (Mario Grinbaum vs. la alienación, también en el Centro Recoleta), quien firma estas líneas escribió: “En su pintura hay un módulo constructivo básico: una mole maciza, impenetrable, atravesada por trazos y pautas verticales y horizontales, vistas desde perspectivas aéreas. Ese bloque se multiplica y yuxtapone hasta generar un conjunto agobiante y rítmico que evoca un ejército edilicio. La ciudad de esos cuadros parece recibir los ecos de las ciudades de Fritz Lang (Metrópolis) o de Jean-Luc Godard (Alphaville): ciudades orgánicas, omniscientes, persecutorias, deshumanizadas. Pintadas como urbes criminales que aniquilan la vida”.

Las grillas oscuras que tematizan la ciudad en las pinturas, por momentos se pliegan y rebaten, se curvan y se transforman en agujeros negros, se tensan para tomar nuevas direcciones, se combinan para generar texturas visuales, abstractas y al mismo tiempo explícitas en su sentido recurrente. En algunas telas se intuye el hormigueo de multitudes apresadas entre las grillas. Los títulos de las obras refuerzan lo que se ve: expresiones como “redil urbano”, “casillero”, “soterrado”, “vacío”, “trama”, “maraña”, “máquina”, “barrio negro”, etc., conforman un sistema verbal unívoco que solidifica y cierra el sentido alrededor de la temática que obsede al pintor y se repite en múltiples variaciones.

Las tintas, por su parte, completan la mirada de estas arquitecturas inquietantes que se proyecta en perspectivas infinitas. En algunas telas la imagen de la ciudad se vuelve cósmica y el artista parece evocar un paisaje extraterrestre. Otro mundo-este mundo, la visión a veces se acerca a la de las utopías negativas de la ciencia ficción.

Grinbaum es un antiflâneur y por lo tanto la suya es una antiutopía –que contrasta notoriamente con la mirada anarcohedonista del flâneur–, pero que no deja de ser una ficción romántica (casi heroica, como en su muestra del 2000, Mario Grinbaum versus la alienación), fascinada por los aspectos inquietantes de la máquina urbana, pero también, claro, sumergida en la pintura que evoca un tema como pretexto verosímil para desarrollar sus texturas, colores, contrastes, tramas en complejas composiciones.

“En su pintura –dice Noé– la abstracción tiene consistencia de descripción realista y ello contribuye a esa impresión que dan sus cuadros de ser panoramas sinfónicos de una dimensión mucho más gigantesca de lo que ellos son. Como si fuesen fotografías detrás de una gran lente. El color muy sabio de sus obras y el ritmo entrecruzado de curvas y rectas con perspectivas y sombras son los protagonistas. Pero esta abstracción volumétrica y representativa es algo más que una paradoja. Es un grado avanzado de la percepción de la imagen hoy día y reivindica por sí sola la función pictórica.”

(En la sala “J” del Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta el 26 de febrero.)

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