PLASTICA › EL PROYECTO URRA DE RESIDENCIA INTERNACIONAL DE ARTISTAS EN BUENOS AIRES
Durante junio se realizó la Residencia de Arte URRA en Buenos Aires, con artistas de todo el mundo. Historia de la iniciativa y de lo ocurrido en la edición inaugural, como parte de un proyecto que promete continuidad.
› Por Melina Berkenwald *
La Residencia de Arte URRA –dentro del Proyecto Urra–, que se realizó el pasado mes de junio en Buenos Aires, se gestó con la convicción de que los intercambios y encuentros entre artistas y otros profesionales del ámbito cultural internacional son de gran utilidad e importancia. Esta iniciativa nace de esa certidumbre y del deseo de armar una plataforma desde donde generar proyectos enfocados a la producción artística y teórica, la renovación de vínculos, la generación de estímulos y la creación de nuevos diálogos.
La Residencia de Arte en Buenos Aires es entonces un primer proyecto, que tendrá una frecuencia anual. En este caso fue importante armar una residencia en la ciudad, sabiendo lo estimulante que es su historia, su oferta cultural, la cantidad de artistas y espacios de arte, en fin, todo lo que ofrece como metrópolis. Mirando la otra cara de la moneda, todo ámbito cultural, por más activo que sea, suele encerrarse en sí mismo repitiendo patrones, circuitos y discursos, razón por la cual este tipo de encuentro genera a su vez una apertura o cambio de aire, no sólo en el artista sino también en el ámbito que alberga el intercambio; es útil para el artista extranjero y para el argentino, para la ciudad, el país, e incluso desde la perspectiva internacional, pues hay aportes que se expanden hacia los países de residencia de los participantes y de la audiencia que los visita.
A la hora de idear el formato de esta residencia se prestó atención a la forma en la que un gran grupo puede funcionar en una ciudad –pues en esta residencia hay un promedio de quince participantes por edición– buscando formas de generar un diálogo interpersonal dentro del grupo y a la vez lograr su interacción con el medio artístico y con la ciudad. Se enfatizaron ciertas instancias de contacto: por ejemplo la residencia se realizó el mismo mes de la feria de arteBA.
En su dinámica, nuestra residencia convoca a un grupo de artistas internacionales para trabajar y vivir en Buenos Aires durante un mes. Entre los artistas hay algunos argentinos, pero no superan el tercio del total. Los participantes se hospedaron en hoteles céntricos y compartieron un espacio de talleres, que en esta edición fue prestado por un espacio de talleres de la calle Boulogne Sur Mer, en pleno barrio de Once, y que funcionó como lugar de trabajo y centro de reunión.
Hay además una estructura de eventos y actividades, pues los artistas comparten un programa que los contacta entre sí y con el circuito de la ciudad. Se ideó, por un lado, un programa de eventos centrales, más formales y abiertos a todo público. El primero fue una exhibición inaugural en la Galería Del Infinito, con obra ya realizada por los artistas; obras que pudieron traer consigo o rearmar al llegar. Su objetivo fue insertar a los artistas directamente apenas llegaran para quitarles presión durante el resto del mes. La segunda semana se realizó un encuentro teórico en el CCEBA (Centro Cultural de España en Buenos Aires), donde cada artista mostró registros de obra. Para concluir, el último fin de semana se realizó un estudio abierto en los talleres en donde se mostraron los proyectos realizados, se presentaron performances y eventos varios. En paralelo a estas actividades, los artistas compartieron un segundo programa más informal que incluyó visitas semanales a colecciones y reuniones con coleccionistas y artistas, favoreciendo una interacción a escala más pequeña.
Los participantes en esta edición son artistas visuales de diferentes generaciones, nacionalidades y trayectorias: Alan Phelan, de Irlanda; Alejandro Jaime Carbonel, de Perú; Andrea Saemann, de Suiza; Assaf Gruber, de Israel (vive en Bélgica); Barbara Naegelin, de Suiza; Carla Herrera Prats, de México (vive en Estados Unidos); Cris Bierrenbach, de Brasil; Daniel Hernández, de Venezuela; Douglas Rodrigo Rada, de Bolivia; Enrique Espinola, de Paraguay; Gabriela Bettini Loyarte, de España; Karen Skog, de Noruega; Kristof Van Gestel, de Bélgica, y de Argentina participaron Lucio Dorr y Nushi Muntaabski, de Capital Federal; Pablo Guiot, de Tucumán, y Eugenia Ivanissevich y Máximo González, que viven en Inglaterra y México respectivamente. Todos fueron seleccionados por sugerencias de curadores, artistas, instituciones u organizaciones auspiciantes, tomando en cuenta la calidad del trabajo y el aporte a la dinámica del grupo y también la utilidad que la residencia pudiese tener en la carrera y la vida misma de cada participante. En varios casos, la participación del artista estuvo condicionada por la posibilidad de financiación de sus costos –que implican gastos de hospedaje, comidas, materiales, viáticos–. Por eso hubo artistas convocados que por falta de fondos no pudieron participar de esta edición. De todas maneras, ha habido mucha generosidad y ayuda en los variados auspiciantes y colaboradores que en distinta medida hicieron que el proyecto fuese posible.
Evaluando esta primera edición, la experiencia fue sin dudas enriquecedora y singular. Desde un principio se percibió claramente una unión especial entre estas dieciocho personas que no se conocían de antemano, lo que generó una confianza y camaradería instantánea que a su vez favoreció el clima del mes de trabajo. Fue evidente que cada participante aportó algo muy único y personal que complementó al resto del grupo.
Los espacios de los talleres se repartieron en forma fluida, cada artista trabajó a su ritmo y los sub-grupos que siempre se arman variaron sin conformar núcleos cerrados. Esto hizo que se construyese un espacio flexible al que personas ajenas al grupo también pudiesen integrarse. El programa fue intenso y cumplió su cometido.
En relación con los proyectos realizados, resultó grato que los artistas entendiesen la consigna de libertad planteada y que utilizaran el mes tanto para continuar proyectos como para investigar ideas nuevas o concretar asignaturas pendientes. Se cumplió así un objetivo primordial, y que es el de facilitarle al artista contemporáneo la posibilidad de variar y de observar su práctica, o simplemente de detenerse a pensar, cosa que muchas veces se contrapone a las exigencias del mercado del arte. En ese sentido, nos conmovió el amplio espectro de posturas y aproximaciones a la producción de proyectos. Por ejemplo, las artistas Saemann y Naegelin realizaron un trabajo de entrevistas de todos los participantes, y también performances por separado. Hernández realizó trabajos pictóricos con nuevas dimensionalidades; Bettini Loyarte trasladó a la pared un trabajo sobre el mobiliario del lugar; Ivanissevich investigó varios proyectos centrándose en una serie de fotografías relacionada a sus instalaciones. Skog realizó instrumentos inventados y nos deleitó con sus performances de violín. Bierrenbach realizó un video y una instalación en relación con volantes de la calle. Gruber continuó con una serie de videos con escenas apropiadas de películas, por tener el tiempo de verlas por TV en su cuarto de hotel. La artista Herrera Prats, que en líneas generales trabaja con archivos y documentos, decidió investigar el arte argentino y realizó una serie de fotos abstractas inusual en su obra. Dorr se concentró en un trabajo de performance y sonido que hace años quiere realizar, sumando a su obra al DJ invitado Leo Caruso. El irlandés Phelan investigó formas escultóricas en una variedad de materiales y formatos, algunos inspirados en ornamentos porteños. Por su parte, Guiot ideó obras para el grupo y en referencia a su persona y al taller, con su humor de siempre. El peruano Jaime Carbonel trasladó con poesía y cinta de enmascarar su habitual trabajo de zonas periféricas a un cuarto cerrado. Muntaabski trabajó una serie de fotomontajes; Rada realizó series nuevas de dibujos, y González unió a una instancia lúdica su vivencia en la ciudad. Finalmente, Espinola recubrió un cuarto de piso a pared con una serie de obras que investigan reacciones de materiales y colores y Van Gestel retrató al grupo a través de una serie de maderas emotivamente preparadas para cada artista.
Cada actividad programada cumplió con el objetivo buscado, ofreciendo una variedad de eventos, ideas y propuestas profesionales. Se generaron amistades nuevas dentro y fuera del grupo, en un clima respetuoso que favoreció el diálogo y el conocimiento. Creemos que el proyecto también contribuyó a la inauguración de circuitos culturales en barrios que no están tradicionalmente asociados al arte. Nos visitó mucho público y muy ecléctico. Aunque es difícil registrar objetivamente los aportes del proyecto dada la cercanía de su realización, lo observado y el feedback recibido de voces varias, dan evidencia suficiente del beneficio del proyecto y de la necesidad de continuarlo.
* Artista visual y gestora cultural argentina. Doctora en Arte (por la Universidad de Westminster, en Londres). Directora del Proyecto Urra (www.urraurra.com.ar).
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