PLASTICA › FERNANDO GOIN Y LAS IDEAS DETRAS DE PANTOKRATOR, SU NUEVA MUESTRA
Las obras que se exhiben en la Fundación Esteban Lisa toman un tema incómodo –el bombardeo a la Plaza de Mayo de 1955– como punto de partida para una serie de reflexiones sobre el rol del ser humano, pero también sobre las consecuencias que produce.
› Por Facundo García
El atelier de Fernando Goin es un galpón que el artista reconstruyó desde los cimientos. Los saludos iniciales se pierden en la distancia y la amplitud de la sala recuerda a una iglesia. Tal vez no sea casualidad. Después de todo, ese vínculo con lo eclesiástico también está en la muestra que inauguró en la Fundación Esteban Lisa (Rocamora 4555). Pantokrator –que en griego significa “el todopoderoso”– es el título que agrupa a un conjunto de piezas donde la alusión religiosa se vuelve provocadora: casi todas las imágenes están relacionadas con el bombardeo a Plaza de Mayo de 1955, que se hizo desde aviones pintados con la insólita leyenda “Cristo vence”.
“Vení, que te comento lo que hago”, invita Goin desde el centro del taller, que es a un tiempo su casa y su estudio. En una mano carga una pava, en la otra el mate. Y alrededor no hay más decorado que sus cuadros, algún sillón y un tocadiscos que suena con toda la calidez que la vieja tecnología puede darle a una mañana de otoño. “En mi muestra anterior, Incierto, arranqué con un análisis del siglo XX y llegué a la conclusión de que lo único seguro era la incertidumbre”, abre el juego –casi a modo de presentación– el entrevistado, antes de levantarse de la silla y desplegar con apuro febril una cartulina con una línea cronológica escrita a mano. “¿Ves? Este es mi proyecto a largo plazo. Retratar todo este período”, dice, y su mano se desliza por el tramo que va desde 1916 a la actualidad. “Es mucho, ya lo sé. Voy a tener que hacerlo paso a paso.”
Esta vez el disparador fue lo ocurrido el 16 de junio de 1955, cuando aviones de la Fuerza Aérea Argentina descargaron toneladas de bombas sobre Plaza de Mayo, matando a trescientas sesenta y cuatro personas e hiriendo a unas ochocientas. Goin se internó un mes en el Archivo General de la Nación para recopilar registros de la época, que utilizaría luego para sus recreaciones en óleo y grafito. “Además, a veces veo películas que me inspiran, y si sirven las rescato”, agrega. La doble estrategia funciona. En la serie hay, por ejemplo, un diseño basado en un fotograma del film Ascensor para el cadalso (Louis Malle, 1957). Y lo impactante es que dentro del sistema que plantea Pantokrator, esos trazos que provienen del cine se mimetizan con la angustia que vivieron las víctimas de la masacre, hasta el punto de que es casi imposible descubrir la frontera entre una cosa y la otra.
–¿Cómo nace una obra de Goin?
–Primero hago archivo. A la vez, como soy fan del policial francés, estoy atento para poner pausa y decidir si voy a trasladar pedazos de lo que veo a otra parte. Más tarde paso esa selección a diapositivas y me cuelgo noches enteras proyectándolas en la pared. Ahí la meta es ver qué interpretaciones nuevas exprimo de la colección que he ido juntando...
–Es como si intentara darle profundidad al acto de ver, en contra de una cultura de miradas rápidas y superficiales.
–Hay que ser cauto con eso, porque –como decía Roland Barthes– a veces lo importante está en la superficie. Sí, es verdad que aspiro a construir un problema. Sin problema no hay obra. De ahí que la etapa de pintura sea la última. No siempre uso lienzo, cada tanto paso al vinilo de diferentes colores: el objetivo es probar continuamente. Una vez que cuelgo el material en la galería o donde sea, propongo una resignificación que el espectador va a descifrar según su criterio. Por eso para mí el término “dispositivo” es clave.
El diccionario dice que un dispositivo es un “mecanismo para producir una acción prevista”. Así, la pintura sería un artefacto para introducir modificaciones en el entorno. De todas formas tampoco es descabellado afirmar que las composiciones de Goin son fundamentalmente iconos: en el sentido semiótico de un signo que comparte propiedades con aquello a lo que alude; pero también en la acepción que le dieron los místicos de Oriente, que consideraban ciertas representaciones como trampolines para zambullirse en la meditación y el pensamiento trascendente. Ese remix de escenas reales y situaciones de ficción introduce gotas de inestabilidad en los cuencos de la memoria, y al mover las imágenes de sus contextos originales enfrenta al público con el desafío de orientarse a través de una reinterpretación de su pasado, su presente y su futuro.
¿Quién ocupa ahí el sitio de El que todo lo gobierna, del Pantokrator? La respuesta está en una de las zonas protagónicas de la muestra, dominada por la pintura Ecce Homo o –“éste es el hombre”, en latín–. Se trata de una figura humana en penumbras: “En las iglesias de Bizancio se reservaba una cavidad oval para el Dios que dominaba el universo. En este caso, elegí que ese lugar lo ocupara el ser humano, porque creo que tiene que hacerse cargo de su responsabilidad ante la existencia”.
–O sea que de Dios, poco.
–Fui educado en un colegio católico y uso la ironía contra eso. Ahora, que ya estoy afuera, les contesto a los que me quemaron la cabeza que ahí tienen al causante de todo, el hombre. Y me pregunto: ¿qué pasaba por la mente del tipo que ordenó bombardear la Plaza? ¿Qué dice la conciencia de los que deciden invadir Irak o le echan leña a la guerra en Libia? Lo que se ve en mis pinturas es resultado de esas dudas.
* Pantokrator puede visitarse hasta el martes 31 de mayo; de lunes a viernes de 16 a 20, con entrada libre y gratuita.
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