Mar 17.01.2012
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PLASTICA › ANTICIPO DEL LIBRO LAS TEORíAS DEL ARTE, DE ANNE CAUQUELIN

Los lugares comunes sobre el arte

La célebre teórica francesa del arte analiza las principales corrientes de reflexión sobre el arte y se detiene también en lo que hay detrás del “rumor” teórico de quienes alegan no saber de arte, pero emiten opiniones contundentes.

› Por Anne Cauquelin *

Acerca del arte, la proposición común consiste en admitir su necesidad. La razón: su práctica es una de las características del hombre (como la risa o el error). Es su atributo, los animales no son artistas. Al hombre le corresponden todas las preeminencias, incluso la de cometer actos gratuitos no vinculados directamente con el interés (el hambre, la supervivencia), un acto por nada, por lo bello del gesto.

A primera vista, esta proposición no encierra nada raro, la recibimos como el enunciado de una evidencia. Sin embargo, si la observamos más detenidamente, vemos que se parece a uno de los cuatro momentos del juicio del gusto de Kant: lo desinteresado. Se le parece, pero no es idéntica. En efecto, para Kant se trata de uno los rasgos del juicio estético acerca de un objeto del arte, en el espacio delimitado que es el suyo; en cambio, para el lugar común, se trata de una característica del hombre en general, sin que constituya un juicio acerca de un objeto específico. El lugar común transmite pues algo de teoría pero a su manera, adaptando el contenido. La generalización es una de sus astucias; otra consiste en hablar de objeto ahí donde la teoría hablaba de juicio o de actitud: de la actitud estética que debe ser desinteresada según Kant, el lugar común pasa al objeto artístico, siendo éste el que bajo ningún aspecto debe despertar el interés, ser consumible o utilitario. Por otra parte, lo que según Kant tiene que ver con los que miran y los que contemplan, y les asegura que tienen una mirada estética, el lugar común lo atribuye a un sujeto totalmente distinto, a un sujeto único, al que hace la obra: el artista, que tendría que ser desinteresado... y ello en el sentido más económico del término.

Podemos enumerar muchas más proposiciones de los lugares comunes sobre la cuestión del arte: surgen de todas partes, de todos los estratos que han constituido lentamente esa vulgata. El interés de este compuesto reside en su polimorfismo, en lo lábil, en la manera en que evita casi inocentemente el principio de no-contradicción. En efecto, y para citar otros ejemplos:

- Del platonismo se retiene la fuerte separación entre arte y técnica (que Platón nunca estableció), la técnica considerada como despreciable por ser útil, interesada, construida sobre lo particular y no lo universal, y demasiado vulgar como para apropiarse de la belleza. El arte no debe caminar con la técnica, de lo contrario se vuelve mecánico, frío y calculador (de ahí la negación a considerar las artes tecnológicas como arte). El resultado es esa amalgama curiosa y esa inconsecuencia radical que lleva a ignorar la parte técnica del trabajo artístico al mismo tiempo que se la exige, como prueba del valor de la obra...

- Del neoplatonismo, el lugar común conserva la idea de que el arte participa del Ser y de lo Uno, que su valor es el que se le atribuye al alma y que, al celebrar y al practicar el arte, se celebra a Dios y a la Naturaleza. La Naturaleza constituye a la vez el valor que respetar y el fin que perseguir (hay que trabajar en ser natural); si la naturaleza (el don) sin trabajo no vale nada, paralelamente se suele afirmar que el trabajo sin lo natural también es nulo. La naturaleza indica el buen sentido, el camino a seguir, es uno de los principales lugares comunes, incluso y sobre todo si no se la logra definir. Habría que preguntar, entre otras cuestiones sobre el efecto de los lugares comunes, qué parte es la del rumor teórico en los sabios análisis de ciertos fenomenólogos acerca de la naturaleza naturalizante y la naturaleza naturalizada... ¿Qué es esa naturaleza que se expresa por la obra del artista que “naturaliza la naturaleza”? Sea lo que fuere, naturaleza o Dios, el arte se relaciona con lo divino, con lo sagrado, y toda infracción a la reverencia se ve amonestada con severidad.

- Del Romanticismo y de la Escuela de Frankfurt, el lugar común extrae, aunque de manera antinómica, que el arte ha de ser crítico frente a los valores del sentido común, irreverente frente a una sacralización o privilegios insostenibles. Hay que tener el espíritu contestatario de vanguardia, único garante de la originalidad esperada. Aquí ya no se trata de naturaleza sino de invención crítica.

- De Nietzsche y del Romanticismo, que el artista es un genio insólito, por encima del bien y del mal. Aunque, dice también el lugar común, hay que respetar la moral ordinaria, so pena de ser rechazado.

- De Schopenhauer, que el arte borra todo dolor y todo deseo, que es de esperar un estado ingrávido y la ataraxia. La suspensión fuera del mundanal ruido, el aislamiento son condiciones del arte y de la felicidad; ahora bien, una vez más, el arte debe comunicar (Kant) aunque el artista esté aislado, aunque se busque un arte incomunicable e inefable, y aunque nada pueda ser dicho de él ya que escapa a nuestros sentidos como a cualquier explicación.

- Y, por último, de una corriente de pensamiento democrático viene la idea de que el arte tiene que estar al alcance de todos, del sentido común y de la sensatez, de que es un lugar común (en el sentido de espacio público); propiedad de la comunidad y no de uno solo, y que forma parte de la historia, es decir, de nuestra memoria (aun cuando no sabemos nada de él, ni siquiera si existe) y por lo tanto que forma parte del cuerpo físico y espiritual de la nación, aunque, se dice también, es absolutamente universal.

Todos estos dichos contradictorios (que no hemos agotado porque haría falta llenar páginas y más páginas) no incomodan para nada el rumor teórico que los mezcla, los invierte, usa uno u otro cuando se trata de atacar o de defender, exactamente como lo haría el retórico al que no le va en zaga.

Al remitir los lugares comunes a un rumor teórico, hemos querido mostrar que ese tipo de discurso alogos, al lado o fuera de la lógica, de la erudición y del conocimiento preciso, es llevado por una amalgama de teorías y carga elementos teóricos numerosos, fácilmente identificables bajo sus disfraces, y que contribuyen a formar alrededor del arte esa nube de sentido (sensatez y lugares comunes) que nos mantiene suspendidos, turbados, seducidos e incluso confundidos respecto del arte del que abrazamos simultánea o sucesivamente todas las perspectivas.

Si este rumor se amplifica, se generaliza, selecciona una imagen para hacer de ésta la alegoría del discurso que se da en otra parte, si va de un objeto a otro, intercambia sujeto contra objeto y viceversa, ese conocimiento difuso que no se reconoce como conocimiento transporta las teorías del arte –todas las teorías del arte y sus acompañamientos interpretativos– mezcladas con ciertas obras (las que entraron en el panteón de la memoria) en un desbordamiento gozoso que forma en realidad lo que creemos que es el arte, lo que creemos que es y debe ser para responder al rumor. Atravesado de un extremo a otro por lo teórico. No tanto, entonces, “opinión” –término que significa peyorativamente humores, caprichos y gustos particulares sin relación con lo razonable, y fluctuante según las variaciones de la moda– sino, muy al contrario, construcción elaborada pacientemente en los talleres del imaginario, surgida de un terreno común, el de los pensamientos que se fueron formando en contacto con las prácticas, y que han tomado, al superponerse por capas, la apariencia de un palimpsesto, de una estructura geológicamente formada durante milenios, tan fuerte como la roca. Y en la que, como un templo, se erige nuestra inquebrantable creencia en el arte.

* Teórica francesa del arte. Fragmento de Las teorías del arte, libro que será publicado próximamente en castellano.

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