PLASTICA › SOBRE DOS EXPOSICIONES EN LA PINACOTECA DEL ESTADO DE SAN PABLO
El museo paulista presenta una muestra de la escultora y grabadora Ana Maria Pacheco y una exposición de cajas y libros de artista de los últimas seis décadas que toma como punto de partida la osadía creativa de los neoconcretos.
› Por Fabián Lebenglik
En estos días la Pinacoteca del Estado de San Pablo presenta dos exposiciones fuera de serie. Por una parte, la muestra de la escultora y grabadora Ana Maria Pacheco (Goiania, 1943) y por la otra un recorrido por el arte brasileño moderno y contemporáneo a través de cajas y libros de artista, que lleva el título de Abierto-cerrado.
En el caso de Pacheco, se trata de una artista que se formó en este país, pero a comienzos de los años setenta, gracias a una beca de especialización del British Council en la Universidad de Bellas Artes de Slade, en Londres, se quedó en esa ciudad, donde vive y trabaja desde hace cuarenta años. Pacheco tiene una carrera relevante en Gran Bretaña y el resto de Europa, pero es relativamente poco conocida en América latina, incluido su propio país, a pesar de que sus temas están profundamente arraigados en la cultura brasileña y latinoamericana.
En esta muestra se exhiben unas cincuenta obras entre grabados, esculturas y libros de artista, realizados por Pacheco durante los últimos tres lustros.
La artista, que también se formó en música, trabaja a partir de la historia, la religión, la literatura popular (especialmente la literatura “de cordel” –historias en verso, rimadas, acompañadas muchas veces con grabados y repartida en pliegos sueltos– que viene de la tradición española y lusitana y tuvo enorme impacto en Brasil) y, en particular, su escultura evoca en parte la obra del gran escultor barroco colonial brasileño conocido como el “Aleijadinho” [jorobadito], que vivió entre el siglo XVIII y comienzos del XIX.
Los grupos escultóricos de Ana Maria Pacheco son deslumbrantes y componen escenas completas, con figuras humanas y de objetos, esculpidas en madera a escala real, con una impronta absolutamente personal. Sus trabajos en volumen, desde la escala, la realización y el montaje resultan inquietantes. En este caso se destaca el enorme grupo escultórico Noche oscura del alma (1999), compuesto por dieciocho piezas talladas en madera policromada, distribuidas en una sala y conformando una escena de castigo y tortura. Se trata de un grupo de personas, entre curiosos y verdugos, tallados a escala real, en medio de los cuales el visitante de la muestra tiene que caminar para comprender la escena. En el centro de la sala, que está casi toda en penumbra, se destaca, iluminada, la figura desnuda y arrodillada de San Sebastián, atado a un poste, con la cabeza y la cara cubiertas por una bolsa, y el cuerpo atravesado por seis flechas. Si la víctima estuviera de pie, sería el más alto del grupo, con lo cual aquí hay también un tema de estaturas no tanto físicas sino más bien morales. Entre los religiosos y curiosos que rodean a la víctima hay mujeres, una de ellas con una bebé en brazos, y también un niño, desnudo, en actitud expectante. En conjunto, es la puesta en escena de una ejecución pública, de la que el visitante pasa a formar parte como testigo privilegiado, del momento preciso en que la víctima acaba de ser atravesada por las flechas pero aún no ha muerto. La escena resulta cotidiana e infernal al mismo tiempo; de modo que la historia del soldado romano torturado y muerto por haberse convertido al cristianismo adquiere aquí un carácter pesadillesco y alucinatorio, que remite a una historia de tormentos mucho más amplia, casi como una matriz que atraviesa los tiempos.
Otros de los grupos escultóricos, Memoria robada I y II, componen, según el curador Carlos Martins –del equipo de la Pinacoteca–, junto con el ya descripto, parte de lo más destacado de la exposición. En el caso de Memoria robada, Martins explica que “remite a un tiempo pasado muy ligado a la memoria de un universo religioso”.
En cada caso, incluidos los impactantes grabados de mediano y gran formato, la artista revela un imaginario que se alimenta de la rica iconografía religiosa, popular y literaria. La densidad y el sentido de su trabajo evocan tanto estos aspectos como el tema de la libertad subjetiva y social, fuera de cualquier atadura; así como los procesos históricos de lucha por la independencia política y de pensamiento.
La otra muestra citada al comienzo, Abierto-cerrado: caja y libro en el arte brasileño, se trata de una amplia exposición que incluye unas noventa obras realizadas entre 1950 y 2012. La muestra pone el foco en el uso del libro y la caja como formatos artísticos, que a lo largo del tiempo se fueron convirtiendo en una característica recurrente en el arte de Brasil. La exposición cuenta con la curaduría del crítico y ensayista británico Guy Brett, quien además de ser autor de varios libros, viene publicando sus artículos en los principales diarios y revistas ingleses e internacionales desde los años sesenta. Entre otras grandes exposiciones, fue responsable de la curaduría de las muestras de GeorgesVantongerloo en el Museo Reina Sofía de Madrid y de la exhibición de Cildo Meireles en la Tate Modern de Londres.
La selección incluye obras de grandes artistas del arte brasileño moderno y contemporáneo, como Amelia Toledo, Anna Bella Geiger, Anna Maria Maiolino, Antonio Dias, Artur Barrio, Cildo Meireles, Ferreira Gullar, Hélio Oiticica, Jac Leirner, Luciano Figueiredo, Lygia Clark, Lygia Pape, Mira Schendel, Paula Gaitán, Raymundo Collares, Regina Silveira, Regina Vater, Ricardo Basbaum, Rubens Gerchman, Sérgio Camargo, Tunga, Waltercio Caldas y Willys de Castro.
Abierto-cerrado presenta este formato “portátil” de la caja y el libro en el arte brasileño, que en parte se consolidó como un modo que los artistas encontraron para huir de los formatos que ya se habían vuelto tradicionales a través de las galerías y los museos durante la primera mitad del siglo XX. El formato de la caja o el libro, con su economía física y las restricciones de tamaño, permitía condensar poéticas y sentidos en un espacio reducido, e instalarse como un objeto de la “vida real”. La primera asociación que surge con estos formatos, la más inmediata, es la evocación de reservorios de memoria y documentación, como los archivos y las bibliotecas.
Según el crítico brasileño Frederico Morais, “las dos formas de arte tuvieron su primer impulso entre los últimos años de la década del ’50 y la primera mitad de la década del ’60, influenciadas por el neoconcretismo. Como resultado, la osadía creativa de los neoconcretos, aliada a la elaboración de conceptos teóricos innovadores, como el de ‘no-objeto’ de Ferreira Gullar, construyó una base sólida para los nuevosexperimentosformales. Fueron vitales estos conceptos: la obra de arte como un ‘organismo vivo’ y la participación activa del espectador”.
De modo que estas formas que aparecen en primera instancia como restrictivas, y que por lo tanto impulsan a una mayor condensación creativa y constructiva, es lo que para el curador supone “la clave para entender las experiencias y los insights únicos que la vanguardia brasileña tiene para ofrecer”. Las exposiciones continúan abiertas hasta el 3 y el 13 de febrero, respectivamente.
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