PLASTICA › EL NOTABLE ARTISTA MALAGUEÑO, REFLEJADO EN UNA MUESTRA EN EL CENTRO CULTURAL BORGES
En una temporada especial –se cumplen 125 años de su nacimiento y 25 de la llegada del Guernica a España– la exposición permite constatar que a Picasso el arte le fluía naturalmente. Originales mezclados con reproducciones, bocetos que conviven con obras definitivas, dan cuenta de su enorme libertad creativa.
› Por Fabián Lebenglik
La última vez que estuve ante el Guernica, en el Museo Reina Sofía, un día de semana de octubre del año pasado, me tocó ver cómo un gran grupo de alumnos del colegio primario, de entre seis y ocho años, sentados en el piso, disfrutaba de la pintura mientras trataba de seguir las historias y explicaciones de los maestros. Los chicos tomaban notas, hacían preguntas y dibujaban en los cuadernos, o copiaban a su modo, reinterpretaciones y detalles de la obra de Picasso. En ese intercambio entre los alumnos, los maestros y el cuadro, se cruzaban todos los temas posibles: el arte, la representación (y su dislocación), el cubismo, la política, la guerra civil, la París de comienzos del siglo veinte, la historia de España y la posibilidad de su evocación e interpretación por parte de los artistas... y así siguiendo. Ser testigo de aquella “excursión al Guernica” resultaba conmovedor por la naturalidad con que los chicos vivían tal privilegio. En este sentido, Picasso es una excelente entrada a las artes visuales porque supone reunir casi toda la historia del arte moderno del siglo veinte, en un solo artista de una obra múltiple. Mirar su obra y leer sobre ella puede constituir una buena pedagogía artística para los chicos.
Este y no otro sería el motivo para recomendar la muestra de Picasso que se acaba de inaugurar en el Centro Borges. Aunque se difunde casi como una megaexposición, conviene estar advertido de que se trata de un Picasso de bolsillo, de una exposición menor, sin sentido curatorial alguno, en donde se mezclan en un mismo nivel obras y obritas, originales con reproducciones, dibujos y grafismos, bocetos con obras definitivas, obras realizadas en el contexto del taller con retratitos hechos al paso sobre un catálogo de exposición en una mesa de café.
Pero todo esto, aunque un poco confuso, igual vale la pena, porque Picasso destilaba arte continuamente y en cada una de sus expresiones. Más que el cuerpo de una obra, en la muestra del Centro Borges se constata que a Picasso el arte le fluía naturalmente. Y tanto es así que se dice que la primera palabra que el niño Pablo Ruiz Picasso pronunció, fue “lápiz”. Durante su larga vida realizó miles de obras, infinitos apuntes y dibujos casuales y amistosos, que luego se mezclaron con su obra mayor con el pretexto –por lo menos ingenuo– de que todo lo que salió de sus manos puede constituir motivo de exposición. A pesar de que no todo lo que hizo tiene el mismo rango, sin embargo en la obra menor, casual, circunstancial, como varias de las que en esta muestra se exhiben, también aparece el genio. Es más: precisamente en estos gestos menores se confirma su enorme genialidad, tal como se podría constatar la pasta de un goleador profesional en un picadito jugado en el potrero. Picasso todo lo absorbía y luego lo transformaba en arte. Cuando a Picasso le interesaba otro artista, lo reinventaba y de algún modo lo homenajeaba y subsumía en la polifacética máquina Picasso.
Como decía Georges Bataille, “cuando Picasso pinta, la dislocación de las formas entraña la del pensamiento”. Esa manera de pintar era por supuesto el índice de una mirada y una cabeza privilegiadas. Entre las múltiples innovaciones y transformaciones estilísticas y técnicas que aportó Picasso se cuenta la modificación del concepto de retrato y alguna chispa de tal innovación puede verse en esta exposición. Gracias a que Picasso logró ser patrimonio común, por todos conocido, estamos advertidos de la infinita capacidad del arte para descomponer y recomponer la representación de aquello que se conoce como realidad. Picasso cambió el modo de ver el arte, pero también se debe tener en cuenta que constituyó una etapa de la historia del arte que no deja de estar fechada y concluida.
Como se trata de una exhibición armada con lo que se pudo conseguir aquí y allá, hay obras de varias épocas: está el Picasso de la etapa de Barcelona, cuando el artista adolescente abre los ojos a la modernidadcatalana de Gaudí y Rusiñol, entre fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte. Como también hay dibujos, grabados, cerámicas y algún óleo del artista maduro y consagrado, hasta llegar al Picasso anciano y vital de comienzos de los años setenta. Picasso fue una máquina de producir arte y una fuente casi inagotable para el mercado, dándoles de comer todavía hoy a los que viven del arte.
Salvando la enorme diferencia de escalas, del mismo modo que sucedía con aquellos alumnos ante el Guernica, esta exposición puede ser un buen motivo para hacer que los chicos se acerquen a la creatividad picassiana. De una manera un tanto caótica, aquí se puede ver el desarrollo de un artista y el modo en que funcionaba la concepción plástica del genio. “Los diversos lenguajes que he empleado en mi arte –decía– no deben verse como una evolución o pasos hacia un ideal desconocido de pintura. Cuando he tenido algo que expresar lo he hecho sin pensar en el pasado o en el futuro. No creo haber utilizado elementos diferentes en cada una de las formas que he empleado en pintura. Si los temas que he querido expresar han sugerido vías de expresión diferentes, no he dudado en adoptarlas.”
En la heterogénea polifonía de superficies que se presentan en la exposición, es posible percibir su enorme libertad creativa y su constante capacidad para jugar y divertirse con el arte. Picasso fue el motor o el vehículo de muchos de los cambios vertiginosos y revolucionarios que se produjeron en el arte del siglo veinte. Su marca es la del español internacionalista, afincado en París cuando la ciudad era la capital del arte moderno, que ayudó a parir el arte moderno en 1907 con Las señoritas de Avignon.
En el Centro Cultural Borges, Viamonte y San Martín, hasta el 26 de julio. Entrada: $10; niños, $5; estudiantes y jubilados, $7. Los miércoles la entrada es gratuita.
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