Mar 11.06.2013
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PLASTICA › EL ENVíO OFICIAL ARGENTINO EN LA BIENAL DE VENECIA

Cortocircuitos entre arte y política

La presencia argentina en la 55ª Bienal de Venecia. La obra de Nicola Costantino sobre Eva Perón en cuatro capítulos y un desafortunado quinto capítulo, donde se expresa la voz del Estado en una muestra de arte.

› Por Fabián Lebenglik

Desde Venecia

Cualquier motivo es bienvenido para recorrer y perderse en la cada vez más bella y decadente Venecia, especialmente la 55ª Bienal Internacional de Arte.

El director de esta excelente y muy bien curada edición es el crítico de arte y curador italiano Massimiliano Gioni (1973), que eligió el título (y el tema) Palacio enciclopédico para la exposición central, tomándolo del autodidacta ítalonorteamericano Marino Auriti, quien a mediados de la década del ’50 patentó con ese nombre un museo imaginario cuya enorme maqueta oficia de apertura a la exhibición de esta bienal. Aquel “palacio enciclopédico” de Auriti pretendía albergar todo el conocimiento humano, reuniendo en un mismo, gigantesco edificio, todos los grandes descubrimientos e inventos, desde la rueda hasta el satélite.

La bienal se divide en tres partes: la muestra central, de tesis, curada por Gioni. Los envíos nacionales (de ochenta y ocho países) y las muestras colaterales. En total son centenares de artistas y exhibiciones que se reparten no sólo por las zonas de los Jardines y los Arsenales (donde está el mayor porcentaje de exposiciones), sino por toda Venecia. De modo que el itinerario supone también un recorrido por mil años de historia presentes y maravillosas exposiciones permanentes de artistas de todas las épocas: casi inabarcable.

En la presente edición hay cuatro artistas argentinos: dos de ellos fueron invitados por Massimilano Gioni para su muestra central: Xul Solar y la joven pintora residente en Londres Varda Caivano. Sobre la muestra de Xul, cuya obra llegó a Venecia desde el porteño Museo Xul Solar gracias a la Secretaría de Cultura de la Nación, nos ocuparemos la semana próxima.

Los otros dos argentinos son Guillermo Srodek-Hart (cuyas fotos integran la muestra El atlas del imperio, junto con una veintena de artistas de América latina y Europa, curada por Alfons Hug, en el pabellón del Instituto ItaloLatinoamericano, en los Arsenales) y Nicola Costantino, en el pabellón argentino.

El pabellón de nuestro país, ubicado en los Arsenales, una zona privilegiada de la bienal, es un muy buen espacio que logró la presente gestión de gobierno con un impulso especial hace dos años, cuando la Presidenta firmó aquí el comodato de veintidós años por este pabellón e inauguró la muestra argentina.

En esta ocasión, la Presidenta volvió a inaugurar el envío argentino en Venecia, pero lo hizo a través de una teleconferencia desde Buenos Aires. Quienes estuvieron presentes aquí en Venecia para esa teleconferencia desde el pabellón argentino fueron el vicepresidente, junto con Paolo Barata (presidente de la bienal), embajadores argentinos, el canciller, la artista invitada por el envío oficial, Nicola Costantino, y el curador de la muestra, Fernando Farina, junto con un grupo de destacados artistas argentinos, encabezados por Julio Le Parc y Marta Minujin.

Si por una parte la teleconferencia fue un espaldarazo para el arte nacional, por la otra hizo que el pabellón estuviera cerrado por varias horas (con el objetivo de lograr las mejores condiciones posibles de transmisión) para la crítica, el periodismo interesado y los especialistas que visitan la bienal durante el momento clave de la inauguración.

La obra de Nicola tenía el título original de Rapsodia inconclusa, pero la Presidenta lo cambió por Eva Argentina, una metáfora contemporánea. Y de allí en más los canales de comunicación entre arte y política tomaron caminos complicados.

La ciudad de origen y formación de Costantino, Rosario, tiene una tradición artística de ruptura y politización que en las últimas tres décadas del siglo XX se caracterizó también por una tendencia al conceptualismo. Estas tres nociones –ruptura, política y concepto– están muy presentes en toda la obra de Costantino desde fines de la década del ’80 y comienzos de los ’90. Junto con estos componentes, la moda (pasada por el particular tamiz de la artista) también ha formado parte de su repertorio.

Otro elemento que fue tomando fuerza en su obra es la teatralidad, en una vertiente por momentos cercana a los postulados que Artaud proponía en su “teatro de la crueldad”. Un tipo especial de dramaturgia basada en la combinación de lo ritual con la fantasía. Esta forma de teatro lanzaba una llamada de atención particular sobre el espectador para intentar liberar temores profundos que estuvieran reprimidos. Desde esta perspectiva, la función del arte sería liberar la energía instintiva para superar aquello que está reprimido.

Durante los últimos años, como explica el curador Fernando Farina, la artista “asumió su particular interés por la alteridad. Se apoderó de imágenes, actuó y se duplicó en operaciones de pregunta sobre ella y sobre el otro, llegando al límite de lo siniestro. No lo hizo desde un planteo de heterónimos, de personalidades independientes, sino de una serie de posibilidades de ser el otro y en ese ser reafirmar su condición. En su avance eligió representaciones y personajes instalados en el inconciente colectivo. La propuesta era trabajar sabiendo que la gente conoce o cree que conoce distintos aspectos acerca de las cosas y las personas que ella toma como referentes. Y su propuesta nunca fue tranquilizadora: por el contrario, ofreció una visión diferente, aun a riesgo de los posibles cuestionamientos por la apropiación desaforada”.


Detalle de la videoinstalación de Nicola Costantino en la Bienal de Venecia.

La exposición de Costantino se divide en cuatro capítulos. En el primero, una videoinstalación proyectada a escala uno a uno, sobre una pared curva, muestra a la artista transformada en Eva, en varios momentos y funciones que abarcan desde los momentos de gestión hiperactiva, de oficina, en la cotidianidad e intimidad, en la exposición a las masas desde el balcón y hasta postrada por la enfermedad. Las distintas Eva lucen por instantes fantasmales y la dinámica de la obra hace que las diferentes Eva se crucen varias veces hasta confluir, al mismo tiempo, sentadas en un sillón.

El capítulo siguiente es una puesta escenográfica, un dormitorio de época, apenas iluminado, en el que un espejo de cuerpo completo y otro situado en un boudoir reflejan a Costantino/Eva en el tocador, arreglándose. Pero esa imagen es espectral porque sólo está en los espejos, que a su vez interactúan mostrando cada uno la trama y el revés de la imagen.

La tercera parte consiste en un espacio cerrado de cristal, en el que un vestido mecánico a escala natural, como un corset de hierro, recorre la estancia y deambula chocando con las paredes transparentes, una y otra vez. Este “vestido” se basa en la leyenda de que Eva, en su última aparición pública, ya muy débil y enferma, era sostenida por un arnés que la mantenía erguida.

El cuarto y último capítulo de Costantino es completamente abstracto: dos reflectores que evocan los de las salas quirúrgicas, iluminan una mesa de metal que durante los días inaugurales estuvo colmada de hielos en forma de lágrimas (y que ahora fueron reemplazados por “lágrimas” de acrílico) que al derretirse (y ser continuamente reemplazados) se escurrían por un orificio central, lo cual producía un goteo sonoro, regular y angustiante.

La exposición, sin embargo, no termina con la obra de Costantino, sino que al final hay un recinto cerrado que oficia de “quinta obra” en la que hay un letrero ploteado con la frase “Presidencia de la Nación”, dentro del cual se proyectan tres videodocumentales en sendas pantallas, en los que se ven escenas históricas de Eva Perón, sus funerales y escenas de masas y actos políticos actuales. Esta “obra” es muy confusa, porque no se aclara qué es ese recinto, al que un pintor muy cercano al Gobierno definió como “cuartito disciplinador”. En las muchas bienales a las que este cronista asistió desde de la década del ’80 nunca se vio algo así. Resulta completamente inapropiado que la voz del Estado ocupe un lugar en la bienal de Venecia, donde hace más de un siglo las muestras de los pabellones están destinadas a los artistas. Incluso los pabellones “nacionales” han intercambiado espacios unos con otros para demostrar que allí no se juegan, precisamente, cuestiones de política oficial. De todas las asociaciones posibles entre arte y política, la elegida en el pabellón argentino es la peor, no por la obra de Costantino, sino porque la voz del Estado está fuera de lugar y por lo tanto opera en falso. En este “cuartito” la voz estatal se coló para dar la última palabra, para corregir, interpretar o aclarar innecesariamente el tema sobre el que trata el arte. Es una pena que el enorme logro de la primera participación argentina, con un pabellón propio en la bienal de arte veneciana –la principal muestra artística del mundo–, se vea deslucida por la confusión entre comisaría artística y comisaría política.

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