PLASTICA › BREVE ANTOLOGíA RETROSPECTIVA DE KENNETH KEMBLE (1923-1998) EN EL MALBA
Para conmemorar al gran artista argentino se inauguró una exposición con una treintena de obras –que abarcan más de cuatro décadas de trabajo– y un documental sobre un pionero del arte destructivo. Itinerario de un pintor rebelde.
› Por Fabián Lebenglik
En el Malba se acaba de inaugurar una exposición antológica del gran artista argentino Kenneth Kemble (1923-1988) a quince años de su muerte.
La muestra, curada por Florencia Battiti, incluye una treintena de obras realizadas entre los años cincuenta y mediados de los noventa: pinturas, assemblages, objetos y collages (estos últimos, piezas históricas nunca antes exhibidas). Además, en una pequeña sala construida ex profeso, se presenta un video con un registro documental de la exposición Arte destructivo, experiencia colectiva realizada en la galería Lirolay en 1961. En aquella experiencia, Kemble estuvo acompañado por Enrique Barilari, Jorge López Anaya, Jorge Roiger, Antonio Seguí, Silvia Torras y Luis Wells. La etapa del arte destructivo se complementa aquí con valiosa documentación. En relación con aquella muestra, Kemble sostuvo: “Se me ocurrió que sería interesante canalizar esta tendencia destructiva del hombre, esta agresividad, reprimida en la mayoría de los casos, pero siempre pronta a explotar nocivamente, en una experiencia artísticamente inofensiva”.
La exposición Kemble por Kemble del Malba, además de volver a poner en circulación una obra fundamental de la historia del arte argentino, se destaca por haber sido concebida en base a las preferencias y acentos del propio artista, según se desprende del estudio de sus textos autorreferenciales, prólogos, presentaciones y críticas (oficio, el de crítico de arte, que Kemble también ejerció).
Su carácter crítico y provocador se traslada, contagia y constata en toda su obra, donde el artista da cuenta, expresivamente, de ese inconformismo. Para Kemble, la práctica artística tenía sentido si se ejercía como un modo de cuestionamiento. En una conferencia que dictó en 1960, dijo estar “obsesionado, como muchos de nosotros, por el hecho de que el conocimiento absoluto es inalcanzable. Porque todo lo que podemos conocer acerca de nuestra existencia probablemente es sólo una mera partícula del todo. Y entonces pinto esa partícula, y la simplifico, con la mayor de las humildades. Pero, por supuesto, no estoy satisfecho, y mi ego se rebela contra esta limitación, y protesto, y afirmo mi personalidad agrandando esta partícula a proporciones monstruosas, quizá con la fatua esperanza de que, debido a este gesto, no pasaré al olvido”.
Desde los collages y assemblages tempranos hasta las pinturas donde estallan los colores y se delinean con precisión las formas, la exhibición reconstruye el itinerario del artista y se puede comprobar cómo a través de toda su historia artística Kemble hizo de la pintura una práctica consciente de la teoría que la fundamentaba, así como de los procesos creativos que la iban generando.
En los años cincuenta formó parte del movimiento informalista, con “composiciones” espontáneas y caóticas donde el acento estaba puesto en el dominio de la materia y la densidad de la pintura, tanto como en la utilización del collage. Aquel presente del artista, en cada pieza informalista, dejaba su huella.
Pero el propio carácter rebelde del pintor lo llevó a cuestionar el informalismo hasta el límite de recuperar cierta herencia del arte concreto, al que supuestamente el informalismo había venido a combatir.
A mediados de los años sesenta se orienta hacia una pintura de superficie, en la que colores y formas se yuxtaponen.
En relación con alguna de las características de la poética de Kemble, la curadora Florencia Battiti escribe que el artista “volcó en su lenguaje plástico algunas de las premisas que sus lecturas le recomendaron para incrementar el desarrollo de la creatividad: apelar a las asociaciones inesperadas, buscar la conjunción de realidades inconexas, implementar cortes abruptos en la lógica habitual del pensamiento, destruir la supuesta naturalidad de una secuencia de razonamiento”.
Siguiendo con el itinerario, casi como una derivación, comienza a poner en práctica una economía de las formas; hacia mediados de la década del sesenta se deja influir por el germano norteamericano Joseph Albers, en la búsqueda del equilibro entre medios y resultados.
De una etapa a otra, el pintor avanza sobre sus series anteriores y las “discute” con nuevas pinturas. Podría decirse que Kemble pensaba la historia (del arte) como una serie de rupturas, producto de una lucha por imponer sentidos, ideas, proyectos estéticos.
Resulta ilustrativo volver a la palabra del artista, tan consciente de sus procesos e ideas: “Comencé haciendo pintura realista, naturalezas muertas y paisajes, pero siempre me interesaron las posibilidades de la pintura misma, incluyendo la forma y el color. Luego en París sufrí la influencia del cubismo y también experimenté con varios modos y formas de representación. Hasta que un día, harto de intentar encontrar el motivo que pudiera encajar con la imagen que yo tenía en mi mente –ciertas combinaciones de color y/o formas–, decidí ponerlas en la tela tal cual eran, olvidándome completamente de las botellas, las jarras y los paños. ¡Estaba azorado! ¡Funcionaba! A partir de ese momento pinté febrilmente, anotando todas las ideas que se me ocurrían. Ese fue un período de experimentación y aprendizaje. Con el tiempo, por supuesto, todo esto se condensó en una especie de síntesis y, gradualmente, comencé a dibujar formas muy simples que yo consideraba satisfacían por sí mismas mi necesidad de expresión”.
A partir de la feliz coincidencia de la muestra de Kemble con la multitudinaria exposición de la obra de Yayoi Kusama, se espera que la marea de visitantes no sólo recorra la “obsesión infinita” de la artista japonesa, sino también desborde hacia la vocación de provocación que supone la obra de Kenneth Kemble.
* Kemble por Kemble, en el Malba, Figueroa Alcorta 3415, hasta el 2 de septiembre.Hijo de padre inglés y madre alemana, Kemble nació en Buenos Aires, el 10 de julio de 1923, ciudad donde murió a los 74 años. Además de pintor fue traductor, vendedor de seguros y empresario de una compañía de parques y jardines. A modo de resumen de sus inicios, en 1950 se integró al taller de Raúl Russo para viajar al año siguiente a París, donde completaría su formación y comenzaría su vida de viajero. De regreso en la Argentina ejerció la crítica de arte en el diario Buenos Aires Herald, de manera lúcida y facciosa, como un refuerzo de sus posiciones en el panorama de la plástica. Kemble también formó a varios discípulos.
Kemble por Kemble forma parte de un proyecto mayor que incluye la edición de dos libros que reúnen escritos de Kemble. El año pasado fueron publicados Entre el pincel y la Underwood. Kenneth Kemble, crítico de arte del Buenos Aires Herald, de Florencia Battiti y Kenneth Kemble, y Escritos. Prólogos, artículos, entrevistas 19611998, recopilados por crítico y curador chileno Justo Pastor Mellado. “La exposición es una de las partes de un conjunto de acciones editoriales; en tanto que es un ámbito editorial expandido, cuya sola realización supone la inversión de una nueva posibilidad teórica de aproximación a la obra”, explica Battiti. Los antecedentes de esta exhibición son las retrospectivas 19501995, realizada en 1995 en el Palais de Glace, y La Gran Ruptura. Obras 19561963, curada por Marcelo Pacheco en 1998 en el Centro Recoleta.
Las obras provienen de la colección personal del artista y de colecciones particulares y públicas, como las pinturas Totempicololo (1993-foto) del Palais de Glace, gran premio adquisición del LXXXIII Salón Nacional de 1994, y La auténtica esencia de la naranja (1995), del Museo Provincial de Bellas Artes Dr. Pedro E. Martínez, Entre Ríos.
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