Dom 10.11.2013
espectaculos

PLASTICA › NATALIA ABOT GLENZ Y LAS OBRAS DE ESPACIOS DINAMICOS, UNA MUESTRA QUE INVITA A INVOLUCRARSE

“A la escultura no hay que ‘entenderla’”

Sus obras producen impacto, pero ella sonríe al recordar lo que significaba trabajar el hierro y compara con la levedad que sugiere su actual muestra: “La danza está ligada a todo esto. Me interesa que algo estático genere movimientos”, explica.

› Por María Daniela Yaccar

Mientras habla pausadamente de espacio, materia y energías, Natalia Abot Glenz toma asiento sobre su propia obra. Es posible que con esta pequeña acción diga mucho más de lo que podría decir con palabras. Le falta tomarse un mate ahí. Con sus piernas colgando de una gran estructura rojiza, que tiene la forma de una “U” deforme al revés, Abot Glenz parece expresar que su arte no es sagrado, que en él no hay lugar para el “se mira y no se toca”. Todo lo contrario: a esta joven arquitecta y escultora le encanta que los espectadores se involucren con sus obras. Es más: es su prioridad. Le atrae no sólo que las toquen, sino también que se sienten sobre ellas y hasta que se trepen, como ocurre con los niños que se topan con Agua danzarina, escultura suya ubicada en Tigre al aire libre. Esa invitación a involucrarse se llama

Espacios Dinámicos, la muestra que Abot Glenz presenta en la Fundación Lebensohn, en Barracas (Hornos 258).

Pese a que lo suyo es el lenguaje abstracto, Abot Glenz busca ante todo comunicarse. Hace una década que viene trabajando en la creación y la construcción de obras a gran escala –y lleva una vida pensándolas–, porque está convencida de que una obra enorme tiene muchas menos posibilidades de pasar inadvertida que una pequeña. El público no puede escapar: no puede no mirar, sobre todo cuando sus esculturas están al aire libre. Primero se enamoró del hierro. Trabajó con este material pesado hasta que el cuerpo le dijo basta. No hubo un desgarro, nada demasiado grave, pero sí un tirón. También, problemas para llevar sus obras más lejos. Entonces llegó al telgopor, que está, invisible, dentro de las nueve obras que componen Espacios Dinámicos. Son piezas similares, del mismo color, que interactúan con las paredes de un salón del edificio ubicado a doscientos metros de la estación Constitución, dispuestas de diferentes formas en el espacio.

“A los ojos de la gran mayoría la escultura es muy hermética”, reconoce Abot Glenz, hija del artista plástico Jorge Abot, en la charla con Página/12. “Suelen decir que no la entienden. No hay que entenderla. A quienes me dicen eso les pregunto: ‘¿Y qué hacés cuando te ponen una pieza de Bach? ¿Tratás de entender? No, te permitís sentir’. Hay muchas líneas de investigación en la escultura, es un laboratorio. Pero pienso que un escultor siempre está reflexionando sobre su contemporaneidad. Uno piensa en lo que le pasa, en su estar hoy acá y en su relación con los otros”, analiza. Así sugiere que detrás de esas formas que no tienen forma de objetos reconocibles hay un concepto. Hay un pensamiento detrás. Y ese pensamiento tiene que ver con el escultor Eduardo Chillida, quien aparece citado en el catálogo y en las paredes de la exposición.

Para Espacios Dinámicos, una muestra que viajará hacia otros lugares, Abot Glenz trabajó con “bodoques” de telgopor, de 2 metros de alto por 1,5 de ancho. Los talló y los cubrió con resina acrílica, un material que, a diferencia de la resina de poliéster, no es tóxico. “Es más amable para trabajar, no precisás máscaras ni ventilación. Además, resiste a la intemperie”, explica. En la tapa del catálogo se la ve en pleno proceso de producción: el cabello recogido con un rodete, ropa de trabajo, un barbijo, guantes, a lo Walter White. El conjunto de la obra pesa 95 kilos. Un alivio para alguien que venía trabajando el hierro. “¡Una escultura de hierro puede pesar 110 kilos! Necesitás tres personas para manejarla”, saca cuentas. Y acerca del concepto de esta obra, explica: “Me interesa producir relaciones y dibujar espacios. El texto de Chillida habla de la relación entre espacio y materia. Se pregunta si la materia no será un espacio muy lento y el espacio, una materia muy rápida. Los escultores tallamos, modelamos la materia y trabajamos con los equilibrios. Mi búsqueda es ésa: un espacio se dibuja en la medida en que le vas metiendo elementos, se arman equilibrios y desequilibrios, se producen tensiones”.

La danza fue su primera musa. Tal vez de ahí vengan su mirada no hermética sobre la escultura, su predisposición lúdica, su interés por el movimiento. Con un poco de imaginación, esas piezas rojas ultraduras y curvadas parecen telas que cayeron del aire. “La danza está ligada a todo esto. Me interesa que algo estático genere movimientos. La escultura consiste en posiciones específicas en el espacio y relaciones. Si varío un poco el material, la relación cambia”, define. Su amor por la escultura nació en un taller de cerámica en España, con Elena Colmero. Vivió en Europa desde los dos hasta los dieciséis años, en tiempos de la dictadura militar. Por eso todavía tiene un acento extraño y cada tanto dice “vale”. Se le escapa un “cabrón” cuando se acuerda de un amigo que le reprochó que las obras de esta exposición no eran “tan grandes”. Y no lo son, en comparación con otros de sus armatostes. Ella siempre piensa en grande: para un pueblito de Cantabria usó un tubo que medía 750 metros. Tuvieron que esperarla con una grúa. Con ese tubo envolvió los árboles de un bosque.

Se formó un poco en España y otro poco en Buenos Aires. Del otro lado del océano vivió una de sus experiencias más interesantes: alrededor de 2004, cuando todavía iba y venía de un país al otro, Martín Chirida, uno de sus mentores, la invitó a capacitarse en una fundición dedicada íntegramente a la escultura pública en España. “Fundían moldes enormes. Fui pasando por todas las áreas. Fue el empujón para dedicarme a esto”, cuenta Abot Glenz. En ese entonces dejó la arquitectura y se metió de lleno en su pasión, bancándose la incertidumbre económica del cambio. 

–En su discurso se mezclan las ciencias exactas y las sociales.

–Es que me metí en arquitectura porque me interesaba la escultura pública. Cuando tu obra está en la calle, está sin control y tenés que pensar no sólo en la materialidad sino también en la interpelación a los otros. Por eso siempre pienso a gran escala. Pienso en cómo convocar al otro, que algo le pase, que pueda mirar el mismo lugar que ya conocía desde otro ángulo. La escultura antes era de monumentos. Estaba arriba y los espectadores abajo. Eso, por suerte, ha cambiado. Es necesario en toda sociedad que haya conmemoraciones y recuerdos sobre la historia, pero tiene que haber una cultura que todos hacemos. La escultura tiene que bajar. Poder apoyarse en el pasto, por ejemplo.

–¿La escultura va camino a ser más popular?

–A fines de 1800, principios de 1900, se produjeron grandes hitos. Alguien que venía de una familia de soldadores, de herreros, empezó a ayudar a Picasso en sus esculturas de hierro. Era Julio González, un tipo superhumilde que cuando se animó a hacer su propia obra hizo un quiebre en la concepción de la escultura. Cuando empezó a usar la soldadura para construir, demostró que la escultura también puede ser un dibujo en el espacio. Cuando vivíamos en Madrid, mis papás siempre iban a la Fundación Juan March, donde había una escultura de Chillida. ¡Crecí colgada de ella! Fue otro de los grandes que reflexionaron sobre esto. Los cambios más fuertes fueron en Europa y Estados Unidos. Hoy es complejo. Creo que de este lado no hay una tradición de materiales. Yo me formé en España, donde hay una cultura del hierro. Acá no hay tanta. Faltan algunos eslabones.

–¿Se le ocurren cosas que luego son imposibles de concretar?

–Supongo que será por mi formación: siempre que pienso en algo, ya estoy pensando en lo posible. De todos modos, como cualquier arquitecta, hago miles de maquetas y después no concreto todo.

* Espacios Dinámicos se puede visitar de lunes a viernes de 14 a 19, hasta el 29 de noviembre.

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