Mar 22.04.2014
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PLASTICA › HOMENAJE AL RECIENTEMENTE FALLECIDO ALEJANDRO PUENTE

Un artista de huellas sensibles

El Museo de Calcos del IUNA inaugura un espacio para exposiciones temporarias con una muestra en homenaje a Alejandro Puente, ex profesor de la Escuela Superior Ernesto de la Cárcova, fallecido en julio del año pasado.

› Por Cristina Rossi *

En los años ’80, Alejandro Puente fue uno de los profesores de pintura de la Escuela Superior Ernesto de la Cárcova convocados por Eduardo Audivert cuando, con el regreso de la democracia, asumió su gestión al frente de esa institución.

Hoy, Rubén Betbeder, el director del Museo de Calcos –dependiente del Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA)–, ha destinado un espacio para realizar muestras temporarias inaugurado con la exposición Alejandro Puente. Huellas sensibles, que rinde homenaje al maestro recientemente fallecido. Dado que la valoración de la traza del sujeto fue central en su poética, desde el título, el guión curatorial invita a rastrear esa impronta en el conjunto de obras seleccionadas.

En el corto pero productivo período informalista en el cual Puente integró el Grupo Si de La Plata, su preferencia ya se inclinaba hacia el gesto, y pronto fue virando hacia una “geometría sensible”, tal como la llamó el crítico Aldo Pellegrini. En esas obras tempranas pintaba las formas geométricas con un color modulado por el pincel, lo cual le permitía mantener la marca subjetiva y, al mismo tiempo, tomaba distancia del color plano y la objetividad que habían pretendido los programas de la vanguardia del arte concreto.

Después extendió la pintura hasta los cantos del bastidor y expuso esas obras en una muestra que realizó junto a su amigo César Paternosto. En una entrevista, Saúl Yurkievich observó que al continuar la pintura hacia los laterales y presentar las telas sin marco, esas obras adquirían cierta corporeidad, ya casi eran objetos. Además invitaban al espectador a mirar la obra lateralmente, es decir, habían quebrado la frontalidad del cuadro–pantalla mantenida por la tradición de la “ventana renacentista”, que los artistas concretos también habían cuestionado y que propusieron superar mediante el recurso del marco recortado.

En 1966 presentaron otra exposición conjunta en la recordada Galería Bonino, donde Puente exhibió sus estructuras modulares compuestas por varios bastidores que se desprendían de la pared. Al escribir el prólogo, Jorge Romero Brest planteó que esas obras escapaban a las clasificaciones conocidas hasta ese momento. Advirtió, entonces, que estos jóvenes artistas “tal vez sin conciencia” habían introducido “un nuevo género de ‘pieza’ artística, que parece cuadro y no es cuadro, que parece objeto y no es objeto, un portable mural como dijera el mismo Greenberg a propósito de ciertos cuadros de Pollock”.

Por un lado, estos módulos le permitieron a Puente jugar con el contraste de color colocado en algunos bordes, que guiaba la lectura del conjunto de la obra. Por otro, lo llevaron a pensar en términos de sistema, entendido “como totalidad” y “como sistema generador”, es decir, como el conjunto de reglas que aseguran la interacción entre las partes.

En 1967, Puente ganó la Beca Guggenheim, viajó a Estados Unidos y residió tres años en Nueva York. En las obras de la época, la noción de sistema regía tanto en las estructuras primarias compuestas por módulos en “ele” como en los sistemas cromáticos pintados o elaborados con otros materiales, pero también era la base conceptual del trabajo fotográfico que presentó en la muestra Groups (organizada por Lippard en 1969 en la School of Visual Arts Gallery) y de las secuencias de colores primarios y secundarios de Todo vale, exhibida en Information, la recordada muestra realizada en 1970 en el MoMA, considerada como el primer panorama de arte conceptual.

Con estas propuestas, Puente no sólo dialogaba con los conceptualistas de la escena neoyorquina de los ‘60 sino que daba una nueva vuelta de tuerca a los postulados de la vanguardia local de los ‘40. Sin embargo, el impacto de las diferencias culturales que percibió en esa ciudad, aceleró un replanteo de su poética que le permitió encontrar cierto aire de familia entre los dibujos esquemáticos trazados en las hojas de información que presentaba con sus sistemas y las grecas escalonadas de las culturas indoamericanas.

Comenzó entonces un estudio de la iconografía precolombina que se integró en sus obras, revitalizada por su lenguaje constructivo. Trabajó con retículas asociadas a la trama y la urdimbre de los tejidos de las culturas ancestrales, en composiciones estructuradas mediante la repetición de un módulo, sobre las que establecía una determinada secuencia cromática.

Ya reinstalado en la Argentina, en los ‘70 continuó explorando la multiplicidad de variaciones que le permitía esa grilla homogénea y fue profundizando los acentos lumínicos. Progresivamente, la luz se concentró y adquirió protagonismo, generando efectos vibratorios.

Sus pinturas recuperaron los signos o fragmentos de la simbología ancestral y la retícula fue incluida –en forma explícita o subyacente– en la base de muchas composiciones. Hacia los ‘80 comenzó a ensamblar maderas, anudar hilos, grabar incisiones en la materia o el corcho y realizar collages con plumas y otros materiales.

Después de trabajar sobre el plano de las fachadas y las plantas arquitectónicas, realizó una serie de interiores, diseñados con fuertes perspectivas que abrían esos espacios internos a la mirada. Estas obras son verdaderas pinturas de marco recortado, ya que los bastidores se ciñen a las diagonales que proyectan sus paredes y pisos. En algunos casos, los recortes determinan poliedros irregulares y, en otros, al centralizar las fugas, se generan figuras regulares. Despojado del encuadre rectangular, el pasaje de los espacios tridimensionales de la arquitectura a la bidimensión de la tela pintada provoca una ambigüedad que desestabiliza la percepción de la forma.

En suma, esta exposición presenta una selección de pinturas, dibujos y trabajos en los que experimentó con materiales no tradicionales, que se complementa con registros documentales y fotográficos. También incluye el registro sonoro de la palabra de Puente, editada a partir de entrevistas gentilmente cedidas por el Museo de la Universidad Tres de Febrero, así como fuentes documentales sobre su actividad docente en la Escuela Superior de Bellas Artes “Ernesto de la Cárcova”.

El guión curatorial no sólo destaca sus principales aportes a la neovanguardia constructiva sino que lo ubica entre quienes protagonizaron el pasaje de lo moderno a lo contemporáneo, poniendo el acento en esas marcas que a Puente le interesaba preservar para fortalecer la relación sensible del espectador con su obra.

Entre las actividades preparadas en el marco de esta muestra, el doctor José Emilio Burucúa presentará la conferencia “Una hipótesis iconológica sobre la obra de Alejandro Puente”, el próximo sábado 10 de mayo a las 14.30.

La exposición podrá visitarse hasta el 18 de mayo en el Museo de Calcos y Escultura Comparada “Ernesto de la Cárcova”, ubicado en la Av. España 1701, Costanera Sur (próximo a la fuente de Las Nereidas de Lola Mora), de martes a domingo entre las 10 y las 18.

* Doctora en Historia y Teoría del Arte. Docente de la UBA y la Untref e investigadora. Curadora independiente.

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