PLASTICA › LA EXPOSICIóN SUCURSAL: LA ENE EN EL MALBA
En estos días es posible ver un museo dentro de otro porque el Museo de Arte Latinoamericano alberga al Nuevo Museo Energía de Arte Contemporáneo, un espacio crítico y alternativo, que colecciona obras en forma de instrucciones.
› Por Fabián Lebenglik
En estos días y hasta el 13 de octubre es posible ver en Buenos Aires un museo dentro de otro. Sucursal: La Ene en el Malba se trata de una muestra en la que el Museo de Arte Latinoamericano alberga, a modo de sede temporal, la colección del Nuevo Museo Energía de Arte Contemporáneo (La Ene).
La Ene es un museo alternativo –sin presupuesto, sin edificio, sin patrimonio inicial, sin subvenciones– fundado hace cuatro años, en un pequeño local en el primer piso del Patio del Liceo, en pleno Barrio Norte porteño (Santa Fe 2729, entre Anchorena y Laprida), como un espacio de pensamiento crítico (y acción), en principio, como crítica institucional al concepto de museo y a los modos de producción, circulación y legitimación del arte, y al mismo tiempo como un embrión de Museo de Arte Contemporáneo. La Ene está integrado por Marina Reyes Franco, Sofía Dourron, Gala Berger y Santiago Villanueva. Podría pensarse en La Ene como una obra de arte conceptual, cuyo objeto es político.
El conjunto de axiomas rectores de La Ene –cedidos por el artista uruguayo residente en EE.UU., Luis Camnitzer– está escrito en el frente del local y transcripto en gran escala en el enorme frente vidriado del Malba: “El museo es una escuela; el artista aprende a comunicarse, el público aprende a hacer conexiones”.
En su breve historia, La Ene tiene una colección virtual almacenada en un disco rígido externo que contiene 16 obras de artistas convocados, residentes o cercanos al proyecto. Mejor dicho: la colección se compone de 16 instrucciones sobre cómo hacer las obras, redactadas por los artistas. Porque una de las condiciones es que las obras puedan ser almacenadas en un disco rígido y activadas –siguiendo las instrucciones– en cualquier parte. “Esto no quiere decir –explican los integrantes de La Ene– que nuestra colección esté compuesta por obras digitales sino que pueden tomar un formato digital para su conservación.”
Tal patrimonio es el que está desplegado en el Malba, ocupando la sala del programa Contemporáneo, la fachada y la explanada del Museo.
Por su parte, la coordinadora de curaduría del Malba, Victoria Giraudo, explica que “una colección de obras de arte que, al mismo tiempo, es un conjunto de objetos (pinturas, esculturas, fotografías, films), supone costos que el público general no imagina: espacio de almacenamiento en depósitos con temperatura y humedad controladas y vigilancia con cámaras, alarmas y dispositivos antiincendio, entre otras medidas de seguridad acordes con estándares internacionales convenidos. Además se precisa personal dedicado tanto al cuidado de las piezas –conservadores y restauradores especialistas en diferentes tipos de obras, que no sólo las mantienen y restauran sino que además hacen un seguimiento permanente de su estado general, para todo lo cual requieren materiales específicos– como a la documentación, que haga el registro de cada pieza y su actualización en el archivo del museo; y también a la logística de movimientos de las obras (de las del acervo cuando salen en préstamo a otros museos, o de las que se reciben prestadas para las exposiciones temporales): embalaje y transporte, técnicos que las acompañen, seguros, etcétera”.
“El hilo conductor –dicen los integrantes de La Ene– son las obras con instrucciones, que tanto representan a los artistas que las pensaron como a La Ene. Los cuatro integrantes venimos de la historiografía del arte y por eso no sólo invitamos a artistas sino también a críticos y curadores, porque La Ene es una plataforma para ofrecerle a otra gente y hacer lecturas alternativas, fuera de lo canónico. Pensamos en lo que quedó fuera de la historia del arte. Nos gusta trabajar y pensar a partir de referencias, crear filiaciones históricas; y así poder entrar y salir del circuito. Nos gusta la flexibilidad.”
El Consejo Internacional de Museos (conocido por su sigla en inglés, ICOM), fundado en 1946, forma parte de la Unesco y es un órgano consultivo de las Naciones Unidas, que redactó un código de deontología para establecer la práctica contemporánea en materia de museos. En su articulado especifica que un museo no tiene que tener necesariamente una colección, y declara que “los museos poseen testimonios esenciales para crear y profundizar conocimientos”, así como que “los museos contribuyen al aprecio, conocimiento y gestión del patrimonio natural y cultural”, y también que “los museos trabajan en estrecha cooperación con las comunidades de las que provienen las colecciones, así como con las comunidades a las que prestan servicios”. Todas estas descripciones oficiales fueron tomadas por La Ene para ser miembros por un tiempo de ICOM, como gesto (sumado a la respectiva cuota) para validar su propia existencia.
Los integrantes de este Nuevo Museo Energía lo piensan con afirmaciones a modo de manifiesto, como “una herramienta contra la instrumentalización del arte en función del mainstream, la banalización y la globalización corporativa del museo como marca. La Ene se afirma sobre la filosofía del ‘hágalo usted mismo’ y la nueva museología; es un organismo dinámico y amorfo, inclusivo y agitador. Es un espacio para la cooperación y la comunicación, un espacio de encuentro, receptor de prácticas alternativas de investigación y producción cultural [...]”.
“Para La Ene –dicen sus integrantes–, la creación de una colección no constituye una instancia de legitimación sino un statement sobre lo que se puede considerar una colección y cómo se la puede conformar. Si La Ene señala un vacío institucional, su acervo tiene un mismo sentido crítico sobre cómo se adquieren, conservan y circulan –o no– los patrimonios de nuestros museos. Nuestra colección se almacena en una memoria digital. Las piezas son parte de la colección no como objetos sino que se producen cada vez que se exhiben gracias a la cesión de los derechos de su reproducción, otorgados por los artistas. Es un conjunto híbrido, que conjuga elementos tradicionales de las nociones de colección y archivo con tecnologías de la información.”
“La Ene no es una respuesta sino muchas preguntas: ¿cómo tener una colección sin depósito?, ¿cómo ser político sin ser proselitista?, ¿cómo ser una institución crítica y autorreflexiva?, ¿cómo se conforma una colección desde las limitaciones físicas, pero con las posibilidades de la memoria?”
“Este nuevo Museo promueve actuar por fuera de las instituciones establecidas para crear las propias, y proponer ideas cuando todos los oídos son sordos. La Ene será un proyecto exitoso si nos sobrevive a todos nosotros, si ya no es necesario o si finalmente deja de ser ad honorem. No necesariamente en ese orden.”
Algunas de las obras de la colección de La Ene son las de Franco Ferrari (1984, Buenos Aires), Felipe Salem (1985, San Pablo), Sofía Gallisá Muriente (1986, San Juan de Puerto Rico), Zaq Landsberg (1985, Los Angeles, EE.UU.), Esteban Valdés (1947, México), Gala Berger (1983, Villa Gesell), Marcela Sinclair (1972, Buenos Aires), Leonel Pinola (1978, La Plata), Marina Reyes Franco (1984, San Juan de Puerto Rico), Nicolás Robbio (1975, Mar del Plata), Adriana Minoliti (1980, Buenos Aires), Lino Divas (1981, Buenos Aires), Otto Berchem (1967, Connecticut, EE.UU.), Francisco Marqués, Leandro Tartaglia y Santiago Villanueva.
En el contexto de la muestra, Sofía Olascoaga (de México) y Radamés “Juni” Figueroa (de Puerto Rico) presentan diferentes proyectos como residentes. Olascoaga profundiza su investigación sobre la educación alternativa en Cuernavaca (México) con derivaciones para pensar en la Argentina. Figueroa –siguiendo con sus proyectos como el presentado en la Bienal del Whitney y en el Sculpture Center en Nueva York– construyó una gran estructura de madera en el hall central del Museo (ver foto), inspirada en los muelles del Tigre, como plataforma de sociabilidad y reflexión.
La Ene dicta talleres de formación, desarrolla proyectos junto con artistas y gestores; programa y exhibe a artistas locales e internacionales; recibe como residentes a artistas y curadores; y, para fines de noviembre, está organizando unas Jornadas de Arte Contemporáneo Latinoamericano en el Museo del Libro y de la Lengua. Por su naturaleza proyectual, crítica, portátil y flexible, puede pensarse en La Ene como un museo del futuro.
* En el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415, hasta el 13 de octubre.
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