PLASTICA › CIEN AñOS DE ARTE ARGENTINO, DE MARíA JOSé HERRERA
La investigadora, docente y curadora sintetiza en su libro los grandes movimientos y tendencias de nuestro país desde fines del siglo XIX hasta el presente. Aquí se reproduce un fragmento sobre los artistas del Rojas.
› Por María José Herrera *
En 1984, en plena vuelta a la democracia, en concordancia con el gobierno nacional, las autoridades de la Universidad de Buenos Aires intentaron dar la misma impronta ciudadana y de libre expresión en las dependencias de la universidad. Como parte del proyecto, desde la Secretaría de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil se fundó el Centro Cultural Ricardo Rojas. Desde aquel momento, el Rojas estuvo destinado a gestionar e intervenir de manera directa en el campo cultural, cuya efervescencia democrática podía ser percibida en todos los ámbitos de la ciudad de Buenos Aires.
A comienzos de 1989, Jorge Gumier Maier, artista y ex periodista vinculado con la militancia gay, fue designado responsable de la programación de la galería, transformándose en el principal impulsor e ideólogo del movimiento complejo y cambiante que representó el Rojas.
Un mes antes de que se abriera la galería, en La Hoja del Rojas de junio de 1989, Gumier Maier lanzaba un manifiesto titulado “Avatares del arte”. En él anunciaba un nuevo espíritu artístico que se definía principalmente por su rechazo hacia las tendencias dominantes por entonces –neoexpresionismo, minimalismo y neoconceptualismo– y el rescate de esas zonas de la escena artística porteña que habían quedado al margen de las instituciones. En sus palabras, “un modelo curatorial doméstico” que impulsó un programa de exposiciones y promovió la defensa de la “sensibilidad” y el “gusto”, configurando al Rojas como referente de una estética basada en la vida cotidiana, la cultura del consumo, el diseño y la decoración. Este énfasis en lo trivial, lo sensible y lo doméstico, que en otros contextos hubiese sido entendido como un tipo de esteticismo con objetivos concretamente políticos (por ejemplo, la afirmación de una sensibilidad minoritaria), se transformó en el centro del primer debate público en torno de la categoría de un arte light.
La emergencia de una nueva promoción de creadores que proponía cambios radicales en las prácticas estéticas rápidamente se transformaría en dominante gracias a una temprana construcción discursiva que, como sostiene Valeria González (en 2003), definía una nueva etapa en la historia del arte argentino.
Las exposiciones programadas en el Rojas reconfiguraron una vez más el campo artístico de Buenos Aires al inicio de la década, valiéndose no sólo de su ámbito sino también del poder legitimador de ciertos espacios culturales existentes en la ciudad, como el Centro Cultural Recoleta, el ICI (actual Cceba) y la Fundación Banco Patricios, entre otros. El 13 de julio de 1988, Liliana Maresca inauguró en el Rojas Lo que el viento se llevó - La cochambre. La artista realizó una instalación compuesta por unos bloques de cemento tirados en el suelo y una serie de sombrillas, sillas y mesas metálicas encontradas en un recreo abandonado del Tigre. Durante la inauguración, el actor Batato Barea realizó una performance, caminando travestido entre aquellas piezas y el público, mientras recitaba “Sombra de conchas”, un poema de Alejandro Urdapilleta. Retrospectivamente se considera esta fecha como inauguración de la galería del Rojas, ya que con esta exposición se definió el perfil curatorial que la caracterizara.
Durante el primer año exhibieron en la galería Alfredo Londaibere, Emiliano Miliyo, Esteban Pagés, Marcelo Pombo, Carlos Subosky, Máximo Lutz, Diego Fontanet, Gastón Vandam, Sergio Vila, Miguel Harte y Sebastián Gordin.
Dentro de estas exposiciones, en diciembre de 1989 inauguró Harte, Pombo, Suárez, que presentó a dos jóvenes artistas que ya habían exhibido en la galería, esta vez junto al consagrado Pablo Suárez. La presencia de éste fue importante no sólo como figura legitimadora del nuevo espacio cultural sino como impulsor de una estética vinculada con las propuestas de los años ‘60, los de su emergencia. La obra de Suárez, inspirada en la cultura popular y la vida cotidiana, presentaba un lenguaje visual “ordinario”, un “pop lunfardo”, con el que las producciones de los artistas del Rojas serían vinculadas, por los motivos y procedimientos, con la herencia del arte pop.
Fabián Lebenglik, desde una de sus columnas en Página/12 de 1989, anunciaba al Rojas como una nueva marca de identidad para el arte de los ’90, no sólo por el viraje de los medios técnicos y soportes sino por una ruptura estilística con la tendencia consagrada del momento.
El Centro Cultural Recoleta, con su política de apertura a las propuestas de los jóvenes creadores, se convirtió en un aliado para la legitimación de la galería del Rojas. Bajo la dirección de Miguel Briante –quien además tenía a su cargo la edición de Artes Plásticas del diario Página/12–, los artistas del Rojas recibieron constante apoyo, participando de muestras en uno de los espacios de mayor prestigio expositivo en la ciudad.
En 1992 se inaugura en el Centro Cultural Recoleta El Rojas presenta: algunos artistas, con obras de Feliciano Centurión, Martín Di Girolamo, Sebastián Gordin, Jorge Gumier Maier, Miguel Harte, Magdalena Jitrik, Benito Laren, Alfredo Londaibere, Nuna Mangiante, Enrique Mármora, Emiliano Miliyo, Esteban Pagés, Ariadna Pastorini, Marcelo Pombo, Elisabet Sánchez, Omar Schiliro y Sergio Vila (con un afiche/catálogo escrito por Fabián Lebenglik) [...]
En Bienvenida primavera (1991) y Summertime (1991-1992), exposiciones curadas por Gumier Maier en la galería del Rojas, participaron conjuntamente artistas de los ‘80 y de los ’90: Juan José Cambre, Tulio de Sagastizábal, Guadalupe Fernández, José Garófalo, Sebastián Gordin, Jorge Gumier Maier, Magdalena Jitrik, Maggie de Koeningsberg, Liliana Maresca, Enrique Mármora, Osvaldo Monzo, Pablo Páez, Duilio Pierri, Juan Pablo Renzi, Omar Schiliro y Marcia Schvartz.
También en La conquista. 500 años. 40 artistas, inaugurada en marzo de 1992, en el Centro Cultural Recoleta (con libro-catálogo escrito por Fabián Lebenglik y presentación de Miguel Briante), se reunieron artistas de distintas trayectorias y edades bajo un eje curatorial en común: entender la conquista y la colonización española como la adquisición de “algo”. Obras de Marcia Schvartz, Alfredo Portillos, Alberto Heredia, Norberto Gómez y Eduardo Stupía; maestros y artistas de la generación intermedia convivían con las esculturas lumínicas hechas con burdas palanganas plásticas y caireles símil cristal del joven Omar Schiliro, las fotografías de Alejandro Kuropatwa y una instalación de Marcelo Pombo, entre otros. Una presentación de las variadas propuestas estéticas sin ningún repliegue y rechazo entre sí.
Sin embargo, la polarización generacional y estética no tardaría en precipitarse.
* Licenciada en Artes, directora del Museo del Tigre; docente e investigadora de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Fragmento editado del capítulo “El arte argentino en la escena global”, de su libro Cien años de arte argentino, Editorial Biblos-OSDE (380 páginas), de reciente aparición.
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