PLASTICA › MUESTRAS DE ARMANDO SAPIA Y CANDELARIA PALACIOS EN RUBBERS
Dos grandes dibujantes presentan sendas exposiciones a modo de contrapunto. La pluma delicada de Sapia, cercana a la ilustración, y la técnica compleja de Palacios, quien también presenta obra de animación.
› Por Armando Sapia *
“Coeste chico va ésere debocante o presbite”, chapurreaba premonitora en mi niñez aquella tía mayor viéndome inclinado, con un lápiz en la mano, sobre el hule que cubría la mesa de la cocina en donde colocaba los cuadernos para hacer las tareas de la escuela.
No lo sabían, pero tal vez ése era un hecho excepcional para la mirada de una familia de campesinos inmigrantes lejanos de los libros y de la escritura. Perdóneseme que haya caído en la intimidad del recuerdo: mi memoria no me rescata como cura, pero sí creo que casi toda mi vida dibujé. Ahora, después de que aquel niño tanto transcurrió en el tiempo, inserto ya en una alta edad, ¿sé qué es lo que hago?, ¿puedo afirmar con confiada certeza conocer qué cosa es un dibujo?
De modo provisorio digo que un dibujo es la sucesión de puntos construyendo una línea que visualmente monótona o modulada juega a sugerir volúmenes y a la representación de formas. O bien, pudorosa, se abstiene de engañar al ojo respetando la superficie del plano. Logramos efectuarlo con tinta, lápiz, pintura, carbón, etc., encimado en cualquier soporte: una pared, un trozo de papel, una tela, un taco de madera. Incluso se lo observa como moda exhibicionista tatuado sobre un cuerpo o refugiado por medios mecánicos en la virtualidad de una pantalla. También marcará el dibujo un tizón encendido si lo movemos con rapidez en la oscuridad. Claro que también son dibujos los rastros brillantes que dejan las babosas arrastrándose sobre la tierra, y el sendero que construye la huella de los pies en la arena húmeda. Será para el adulto el goce aniñado por el perfil que el dedo marca sobre un cristal empañado.
Es forma que acepta llevar color pero no padece por su orfandad. Hay veces en que con usura se apodera de la totalidad del plano y por el contrario lo vemos convertirse en un solo trazo continuo que lo zonaliza compartimentándolo. Suele ser en su gestualidad la exacerbación expresiva de lo íntimo de quien lo realiza y el registro descriptivo e impersonal de una realidad exterior. Es estructura que conlleva el pecado de la propia destrucción. Suele ser, más de lo que debiera, cansada composición académica y sin embargo se entusiasma al percibir su ausencia. Es, insaciable, la razón hambrienta de sentimiento.
Proteico, pareciera el dibujo existir en el campo de la incertidumbre, porque nunca se resignará a sólo una definición, inasible a la norma que impone el concepto siempre restrictivo y ordenador. Se exhibirá ante nuestra percepción como la reminiscencia de una respuesta anticipada a la pregunta que alguien se olvidó de formular. Será la supuesta síntesis de unos opuestos que, aunque latentes, no terminarán por fusionarse nunca.
Paradojas que al lenguaje le es imposible resolver. Solamente el acto, la visibilidad de la obra, junto con la introspección serán lo único capaz de abolir el muro de lo ambiguo sin faltar a la verdad.
Sé que el dibujar el latir de la sangre en mi muñeca no es diferente a lo que sintió aquel homínido ahora remoto al perfilar el contorno de su mano con un carbón o una piedra caliza en alguna pared de roca. Y tampoco será distinto al latido que también palpitará algún día en ese ser aún no concebido ni previsto por sus padres, al trazar porque sí, arbitrario y egoísta, el signo que todavía ninguno de nosotros imagina. Es la pulsión del dibujo. (Rubbers, Alvear 1595, hasta el 27 de mayo.)
* Texto escrito para la exposición.
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