Mar 30.06.2015
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PLASTICA › EXPOSICIóN HISTóRICA DE POLESELLO (1939-2014), EN EL MALBA

Sobre una poética de largo alcance

A un año de la muerte de Rogelio Polesello, el Museo de Arte Latinoamericano le dedica una muestra que había comenzado a proyectar en vida del artista y que reúne su etapa fundacional.

› Por Fabián Lebenglik

El jueves pasado quedó inaugurada en el Malba la exposición Polesello joven, con curaduría de Mercedes Casanegra.

La muestra –que se compone de 120 obras entre las cuales hay varias nunca antes vistas– se ajusta al período fundacional del artista (de 1958 a 1974, entre sus 19 y 35 años), etapa durante la cual Polesello comenzó a construir uno de los cuerpos de obra más potente, exitoso e influyente del arte argentino de la segunda mitad del siglo XX.

La potencia, creatividad y gozosa energía que resultan notorias en esta muestra caracterizarán toda la trayectoria del artista, fallecido el año pasado.

Desde fines de la década del cincuenta hasta sus últimas obras, Polesello le dio forma a un mundo personal, que logró hacer reconocible para todos, dentro y fuera del ambiente de las artes visuales. Desde entonces consiguió exhibir su trabajo en casi todo el mundo y ganó premios y becas nacionales e internacionales muy importantes, como el Salón Esso de Artistas Plásticos de Latinoamérica en 1965, el premio Braque en 1968, el Gran Premio de Honor del Salón Nacional en 1988, el Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes en 2003, el Premio Trabucco de la Academia Nacional de Bellas Artes en 2006 y dos veces el Konex, como pintor y escultor. También pasó por el Instituto Di Tella.

Sus cuadros, murales y esculturas impactan por su rigurosa perfección, asociada no sólo a la geometría, sino también al diseño y hasta a la publicidad, en el sentido de lo notablemente persuasiva que resulta.

“La singularidad del inicio de su carrera –escribe la curadora– fue la contundencia con que el medio artístico recibió sus primeras propuestas estéticas. No fue una sola voz aislada la que creyó haber descubierto un talento, sino el eco unánime de las voces más autorizadas del momento en Buenos Aires: los críticos más importantes, los directores de museos, el grupo más activo de artistas y el público. Pronto seguiría el éxito internacional latinoamericano y estadounidense. A lo largo del período que comprende la exposición, la crítica lo acompañó de manera sostenida, con aclamaciones y elogios sobre su pericia, su calidad técnica y sus propuestas de actualidad, y con grandes muestras de asombro por la conjunción entre la madurez de su obra y su corta edad. En el escrito para el catálogo de su tercera exhibición individual en la galería Lirolay, en agosto de 1961, Luis Felipe Noé afirmaba que sus inicios habían sido como los de un “niño prodigio”. Aldo Pellegrini, por su parte, definió sus propuestas como propias de “un pintor excepcionalmente dotado”, y en la escena local no dejó de asombrar a figuras como Rafael Squirru, Kenneth Kemble, Jorge Romero Brest o Julio Llinás. Las publicaciones internacionales lo nombraban como “uno de los más brillantes talentos de la generación artística joven en Latinoamérica”.

La muestra se divide en cinco capítulos, a partir de las notables monocopias, tintas, témperas y óleos que realizó entre sus 19 y 20 años, en donde evoca siempre geometrías abstractas.

El capítulo siguiente incluye piezas de gran formato de comienzos de la década del sesenta –se destaca, por ejemplo, Signos de arena un mural de cinco metros nunca antes exhibido, que el artista realizó entre 1960 y 1966– cuando utilizaba la aerografía, tal como se lo ve en la enorme foto donde se lo ve descalzo en una terraza, en plena acción, con una vitalidad elocuente (y donde la vitalidad puede pensarse como uno de los componentes de su poética).

La exhibición continúa con un grupo de obras de mediados de los años sesenta: las pinturas que mostró en la Bienal de Córdoba de 1964 (segunda Bienal Americana de Arte, Industrias Kaiser); el Premio Esso (Washington, 1965) y la Bienal de San Pablo de 1965. Allí también hay obra que muestra los cruces entre pintura, diseño, diseño aplicado y objetos.

Tal amplitud de intereses y estrategias, así como el uso del diseño, transforman a la obra de Polesello en una producción persuasiva, que juega con lo publicitario, en el sentido de alguien que busca invitarnos a creer. Casi en los mismos términos que la noción de estilo, persuadir es un modo de actuar sobre la forma, para influir sobre lo que los otros saben o esperan de algo o alguien.

El cuarto capítulo de la muestra incluye las primeras enormes “lupas” en acrílico tallado, que comienza en 1967. En esta etapa la clave está en la deformación de la imagen y la reflexión (literal y metafórica) sobre el color.

En el núcleo final se despliegan grandes placas de acrílico tallado, columnas y bloques que le permiten experimentar con la participación del espectador a través de juegos ópticos.

Tal como aclaran los organizadores, el montaje de este último sector de la muestra está basado en el estudio de las puestas que el propio Polesello diseñó para sus exposiciones individuales en el Centro de Artes Visuales del Instituto Torcuato Di Tella (1969) y en el Center for Inter American Relations de Nueva York (1973), que se destacaron por las positivas reacciones de la crítica y la convocatoria masiva del público.

El de Polesello resultaría un proyecto de largo aliento, plenamente consciente, desde su inicio, de lo que significa una estrategia para una carrera artística profesional.

Desde la década del cincuenta el artista estableció un encadenamiento formal rigurosos a través del lenguaje geométrico, la progresión de las formas, el juego con el color y la deformación; la terminación industrial, el trabajo en series, etc. La imagen revela que el artista ha tenido en mente los procesos de producción industrial, la idea de ir “perfeccionando” sus modelos a lo largo del tiempo. Como los objetos industriales, sus piezas están perfectamente terminadas, son decorativas, “superficiales” y, en cierto sentido, funcionales a la idea de un arte de la forma y el color, que apunta a la percepción. Pero, como es obvio, esto es sólo una ilusión creada a fuerza de artesanía, destreza y efectismo. La consigna de sus obras es la de todo juego: que con reglas propias se genere un mundo paralelo, tomado como “real”.

Salvo las obras tempranas de las dos primeras salas, donde se advierten la mano y la “respiración” del artista, casi todo el resto de su enorme producción puede pensarse como “químicamente” objetiva, ya que omite deliberadamente al sujeto que la produjo.

A partir de las esculturas de acrílico que comenzó a hacer en los años sesenta, Polesello trabajó con la idea de que los espectadores vieran el mundo a través de su obra, invitándolos a poner el ojo entre las concavidades de cada acrílico. Desde entonces la obra de Polesello forma parte de la mirada de todos.

* Hasta el 12 de octubre en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, Malba, Figueroa Alcorta 3415.

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