PLASTICA › EL PINTOR NORTEAMERICANO LEON GOLUB EN EL MUSEO TAMAYO DE MéXICO
El arista, oriundo de Chicago, que comenzó su carrera en la posguerra, a fines de los años cuarenta del siglo pasado, se enfrentó al expresionismo abstracto con el realismo crítico para denunciar los abusos del poder.
› Por Fabián Lebenglik
A los 24 años el pintor norteamericano Leon Golub (1922-2004) ya era un veterano: un veterano de guerra. Había sido reclutado como cartógrafo durante la Segunda Guerra Mundial. Y esa veteranía le sirvió para comenzar a dar forma a su poética: por una parte, le permitió la facilidad que le daba el estado norteamericano a los ex combatientes, becándolos en prestigiosas instituciones educativas, como la que eligió Golub para formarse como artista: el Art Institute of Chicago.
La experiencia de veterano lo colocó también como un testigo de primera mano ante el horror de la guerra y pudo ver desplegadas las estrategias del militarismo norteamericano, contra el que Golub se opondría durante toda su vida de un modo activo y militante: “La pesadilla de la historia no tiene principio ni fin”, escribió el artista.
El Museo Tamayo, enclavado en el bellísimo remanso defeño del Bosque de Chapultepec, presenta en estos días y hasta el 7 de febrero, la muestra antológica retrospectiva del pintor norteamericano Leon Golub, quien combatió pictóricamente contra la violencia y el abuso de poder, así como contra las guerras, invasiones e injerencias que los Estados Unidos cometieron durante el siglo XX y lo que va del XXI.
La obra de Golub es de una calidad y una potencia formidables, pero su trabajo es menos conocido que el de otros de sus compatriotas contemporáneos que se dedicaron al abstraccionismo, sencillamente porque la moda de posguerra propuso, con un tesón digno de una política de Estado, que la marca artística de los Estados Unidos de los años cincuenta fuera el expresionismo abstracto. La poética de Golub, especialmente en sus obras más combativas y de denuncia, estuvo asociada a la figuración y, por lo tanto, no cuadraba con los cánones que se buscaba imponer en aquel momento. Más allá de los aspectos formales, el artista sostenía que “el acto creativo es un compromiso moral que trasciende cualquier desinterés formalista”. Junto con esta afirmación, Golub decía que “una particularidad del artista contemporáneo es la de esforzarse conscientemente en buscar aquellos modos de pensamiento que serán el simbolismo necesario de la época”.
La canonización del arte abstracto ejercía su mayor influencia en Nueva York, mientras que un grupo de figurativos rebeldes de Chicago buscaba salir al ruedo en oposición a los abstractos.
Mientras que, generalizando, los pintores neoyorquinos preferían poner el acento en los colores y las formas, Golub y su grupo perseguían, por una cuestión no sólo estética sino de principios éticos –según decían–, la elocuencia de la pintura como un lenguaje artístico que tenía que tomar partido frente a la sociedad y a la historia.
En un artículo de 1955 contra el expresionismo abstracto, Golub escribió: “¿Cuál es la diferencia entre un impulso subliminal, el cosmos y un garabato caprichoso?”.
Como explica Emma Enderby, curadora de la muestra: “Esta división entre la abstracción y la figuración ocurría al final de la guerra y generaba nuevas ambigüedades en cuanto al papel que desempeñaba el arte en la manera de entender y comunicar el conflicto. Es bien sabido que, al tratar estos temas, Theodor Adorno dijo que ‘es de bárbaros escribir poesía después de Auschwitz’ (...) Mientras que la abstracción de la posguerra evadió estas cuestiones, Golub (y algunos de sus colegas figurativos) hicieron referencia directa a las atrocidades de la guerra. Sus cuadros de principios de la década del 50 representan escenas del Holocausto y de los bombardeos atómicos: hombres quemados, pieles desolladas y cadáveres torturados. Según su propia descripción de estas escenas ‘se ve al hombre como si hubiese pasado por un holocausto o enfrentando la aniquilación o una mutación’.”
Pero Golub también recibió influencias del arte africano y asiático (hay toda una etapa en la obra del pintor –representada en esta exposición– en que evoca figuras de esfinges), tanto como del latinoamericano (especialmente del muralismo mexicano) y grecorromano. En cuanto a esta última influencia, una parte de la obra del artista consiste en una comparación entre el imperialismo grecorromano y el norteamericano.
El pintor y su mujer (la artista Nancy Spero) vivieron en Europa (Italia y Francia) entre fines de los años cincuenta y mediados de los sesenta, pero cuando comenzó la intervención norteamericana en Vietnam, volvieron a Estados Unidos para unirse al “Grupo de protesta de artistas y escritores” y ser activistas contra la guerra.
A partir de entonces se amplía la escala de sus obras, que se vuelven de grandes dimensiones, casi murales, y pinta sobre telas sin tensar, que fijaba a las paredes. Varias de estas obras pueden verse en esta exposición. A fines de los sesenta pinta la serie “Napalm”, para denunciar pictóricamente los efectos de las bombas incendiarias. En esta etapa comienza a fragmentar grandes telas, exhibiéndolas como obras mutiladas.
Sobre aquella etapa Golub dijo que “si quieres entender un fenómeno, tiene que ir a los límites o perímetros en los que éste se desliza hacia otra cosa o que hacen que sus contradicciones o su aislamiento se vuelvan evidentes. Para comprender ciertos aspectos del poder de Estados Unidos, o del poder en general, tienes que ver al poder en las periferias”.
En los años setenta y ochenta realiza pinturas murales con el tema de los mercenarios, que remiten de manera directa a los modos en que los Estados Unidos participaron del derrocamiento de gobiernos populares en América latina. En el caso de aquella serie, Mercenarios, la utilización de un fondo color rojo oxidado cumple la función, según lo explicaba el artista, de “obligar a los mercenarios y a los interrogadores a avanzar para entrar a nuestro espacio”.
Según escribe Emma Enderby, “Golub sintió que la responsabilidad ética del artista era representar actos de horror de quienes detentaban el poder. Este trabajo no concluye jamás. Presenta la historia como el mural de una lucha interminable, que combina lo histórico con lo contemporáneo para desestabilizarnos. Tal y como lo prueban los acontecimientos de la última década, sus cuadros son atemporales y, hasta que llegue ese momento en que los horrores sean eliminados de nuestro mundo, Golub seguirá teniendo una relevancia devastadora”.
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